Nada es más inquietante que el rostro. En sus rasgos finitos, indefensos y abarcables mediante una mirada, hay, sin embargo, algo que nunca termina de revelarse, al grado de inhibirnos cuando fijamos en él la mirada. Eso indefinible, que está en su finitud y más allá de ella –“el Otro”, dice Levinas, “la otredad”, Ortega y Gasset—, a la vez que nos resiste, nos requiere y nos obliga. En este escrito Javier Sicilia condena la deshumanización que supone la anulación del rostro de los otros.