Mientras Donald Trump era presidente de los EE. UU. conocí a un indio llamado Dinesh. Es un artista textil muy fino, aunque no hable mucho inglés y el único cubierto que lo haya visto usar en tres días haya sido un cuchillo con el que laminaba una suerte de carpaccio de papaya. Estuvo de visita en la Ciudad de México como invitado a un evento de diseñadores, tejedores y alfileteros en una casa de Luis Barragán en el Pedregal —casa en la que, por cierto, no vive Luis Barragán, y en la que conocí a Julieta Venegas, quien tan amablemente accedió a enviarle un saludo a mi papá—. No pretendo presumir que he entablado conversación con la reina del pop nacional (anécdota que suelo traer a colación aunque no venga a cuento), sino hacer una pregunta que bien valdría la pena discutir en grupos de ciento treinta millones de personas: ¿cómo es posible que Dinesh no se haya dado cuenta sino hasta el tercer día de su estadía en la que fuera la capital del Imperio azteca de que no estaba en una ciudad rascuacha de los Estados Unidos de América?. “I think I was in the USA”, me dijo aquel hombre que cruzó los siete mares en un vuelo con múltiples escalas en el que supongo que no tuvo el privilegio de ser asignado un asiento con ventana.
Para ser francos, Dinesh no es un tipo muy sociable. De hecho, cuando los demás artistas salían al jardín para compartir un toque de marihuana, o cuando iban a comer tacos de armadillo garapiñado en huitlacoche a algún lugar del sur de la ciudad, Dinesh escondía la cabeza debajo de las mantas que vendía para cubrirse de la luz del sol y ver sus telenovelas bollywoodenses relamiéndose la papaya en sus bigotes. Pero una cosa sí nos dijo a otro de los voluntarios del evento y a mí. Este otro muchacho y yo nos estábamos peleando por algún malentendido en nuestras no remuneradas responsabilidades y la discusión escaló a los gritos. Como Dinesh dejó de oír su novela, se levantó para hacerla de rey Salomón. Me dio a tomar el mango de su cuchillo como para que atacara a mi compañero. Cuando le dije que “no, thank you; no es para tanto”, me arrebató el arma y siguió con lo suyo como si nada hubiera pasado. Nos dio una lección sobre gestión de conflictos en pequeña escala. Probablemente sin saberlo, Dinesh cumplió con el estereotipo coelhense del asiático sabio. Y así, sabio como es, pensó que estaba en otro país
Aquel artista no es el único ilustrado que está perdido: un profesor en la universidad me aseguró que México es Centroamérica. Evidentemente no fue un profesor de geografía, sino de literatura inglesa en la República Checa. Aquí en Chequia, México se escribe Mexiko y la grafía de su ciudad más grande es Mexiko City. Así, en inglés.
La palabra en checo para ciudad es město. Cabe mencionar que esta lengua maneja casos. Todas las palabras, incluidas las que pertenecen a nombres propios, se pueden declinar. Por ejemplo: Praga, que en checo es Praha, pasa a ser Prahy, Prahou, Praze, dependiendo de la sintaxis. Praha město refiere a la ciudad de Praga; es una construcción perfectamente posible. En cambio, Mexiko město no existe. Es como la Atlántida o Ciudad Gótica.
En checo se dice Mexiko City y se pronuncia igual que en inglés (y eso que la interpretación fonética de la ce es /ts/). Los mapas checos muestran que Alemania se llama Německo —etimología que proviene de una leyenda local—; al Reino Unido le dicen Spojené království, que es una traducción literal de su arreglo comunitario. Pero la Ciudad de México, la ciudad con más hispanohablantes en el planeta Tierra, se llama como los gringos dicen que se llama, con todo y que Lázaro Cárdenas, primero de su nombre, le puso Masaryk a una de las avenidas más pipiris nais de la CDMX (Mexico City). Esta avenida, desde 1999, es adornada por una solemne estatua de su tocayo que el gobierno checo le regaló a nuestra urbe con motivo del centésimo quincuagésimo aniversario de Tomáš Garrigue.
Desde que un soldado en cada hijo le dieron a mi madre, he defendido el derecho que tenemos todos los pueblos de nuestra América a llamarnos “americanos” a secas y no con etiquetas súper específicas, como “latinoamericanos”, como querían los franceses, ni “hispanos”, como pretenden nuestros congéneres al otro lado del Atlántico. Comulgo con la interpretación errónea de la doctrina Monroe: “América para los americanos”; sí, pero para todos los americanos, no solo los que son gueritos y hablan inglés. Ahora, con todo el ajetreo provocado por la primera potencia mundial renombrando el golfo en donde por primera vez tragué agua salada, me siento personalmente ultrajado por la palabra America.
Ahora que las influencias de nuestro gandalla Tío Sam conspiran para que los mapas del mundo digan “Gulf of America”, como si su país amalgamado a balazos tuviera derecho de antigüedad, poco hay que podamos hacer (aunque nos defienda la Enciclopedia Británica), salvo ensuciarlo más o prenderle fuego con la ayuda de PEMEX (otra vez).
Por mi parte, si tengo un hijo lo voy a bautizar Brian Lee, le voy a pintar el pelo, lo voy a cruzar a San Diego en una catapulta y más le vale al ICE que no me lo regrese. Si después le quieren cambiar el nombre a Juan Popocatepetl de las Manzanas, estaré okay con eso, con tal de que viva el sueño americano, que desafortunadamente muchas veces, más que un sueño húmedo, es uno mojado. Lo que importa es que sea feliz, que viva en paz, que pague sus impuestos y sus remesas por igual, y que aprenda geografía, aunque no hable inglés ni se gradúe de literatura. Al final del día (por lo menos a fecha de hoy), todavía mantenemos completo dominio de la narrativa en el mar de Cortés*, personaje que, por cierto, vivía en Cuernavaca, y el océano Pacífico, famoso por turbulento, nos salpica a todos por igual. Lo del otro golfo no es para tanto. Guardemos nuestros cuchillos: mejor vayamos a discutir en Internet, que para eso está.
*Durante el sexenio pasado, al también conocido como mar Bermejo, le cambiaron el nombre por Golfo de California. Aunque Google Maps ya lo respalda, cuando la gente de la península organiza un pícnic a la orillas de este cuerpo de agua sigue diciendo “vamos a la playa.”