Se cumplen dos años del trágico 7 de octubre de 2023. Ante la criminal incursión de Hamás y Yihad Islámica Palestina contra un grupo de israelíes y personas de otras nacionalidades, el Estado de Israel respondió a la agresión de forma sistemáticamente violenta ocasionado una alarmante crisis humanitaria y 66,000 muertos, entre ellos niños. La situación ha sido intolerable. A pesar del enorme descontento de la comunidad internacional, no ha sido nada sencillo detener la barbarie. Apenas hace unos días, el 1 de octubre, las fuerzas israelíes interceptaron en aguas internacionales una flotilla internacional acusando a los activistas a bordo de mantener vínculos con Hamás. Ello aumentó las tensiones entre Israel y la cantidad de activistas a favor de Palestina. A pesar de todo, Israel se había mantenido firme en su afán exterminador, hasta que accedió a negociar en los términos de la reciente propuesta de Donald Trump. Sin embargo, pase lo que pase, la indignación por parte de muchos países hacia el gobierno de Netanyahu ha sido explícita y los sentimientos de odio hacia los israelíes no ha hecho más que extenderse y agravarse. Han alegado, quienes desde un comienzo estuvieron a favor del belicismo israelí que, a pesar de la asimetría, su acometida era justificable. Si alguien se atreve a pensar lo contrario, enseguida se le acusa de estar del lado del terrorismo de Hamás. Es desalentador el modo en que se simplifica una situación tan terrible perdiendo de vista que ningún territorio, ninguna frontera, ninguna ideología, vale más que la vida de los seres humanos, sean israelíes, palestinos o de cualquier otra nacionalidad.
Mientras que en estos dos años cada uno ha clamado por la aniquilación del otro, miles de civiles inocentes han seguido muriendo o se encuentran absolutamente desamparados. El espectador distante ha extendido el ciclo de violencia más allá de Gaza. Ha hecho de las redes sociales y los medios de comunicación otro campo de batalla: una letrina para expresar toda clase de sentimientos de odio —en especial, antijudaísmo e islamofobia— sin distinguir ningún matiz ni comprender la complejidad política e ideológica que condujo a los trágicos eventos de 2023.
El judaísmo no es el régimen de Netanyahu. El islam no es el terrorismo de Hamás. Muchos judíos han reprobado la desmesura del gobierno israelí. Los gazatíes, incluso, se han manifestado contra Hamás. Hay quienes reducen el judaísmo a Israel y quienes asumen que todos los musulmanes son extremistas. Judaísmo e islam son dos tradiciones complejas y heterogéneas con una vitalidad propia, con sus respectivas dificultades y con cantidad de tensiones internas y externas incluso más allá de lo que sucede en Gaza. El llamado “conflicto palestino-israelí” suele entenderse como un asunto entre “árabes” y “judíos”. Se piensa que dicho “conflicto” es religioso, a pesar de que en realidad hay muchas otras variables involucradas —políticas, ideológicas, territoriales, económicas, etc.
Al describir la configuración socio-religiosa de Palestina rara vez se tiene en cuenta el papel que juegan las comunidades cristianas y menos común todavía es referir a la existencia de cristianos palestinos. En un reciente volumen de la revista Istor dedicado a Palestina, he escrito sobre la población cristiana, su pluralidad, su disposición a brindar ayuda a las víctimas y el modo en que se ha vuelto ella misma víctima de dos frentes: Hamás y las fuerzas israelíes. Algunos islamófobos que claman por el exterminio de los palestinos, olvidan que, a pesar de las circunstancias actuales, los palestinos cristianos han luchado y siguen luchando por coexistir en Gaza con los musulmanes.
Parece una obviedad, pero en estos tiempos es necesario recordar que la vida de judíos, musulmanes, cristianos, y la de cualquier persona, es igualmente valiosa. Ni Hamás ni Netanyahu entienden el valor de la vida humana. Las víctimas son víctimas de un lado y del otro. Es absurdo e inhumano festejar cuando las fuerzas israelíes bombardean una iglesia o un hospital y lo es también aplaudir la violación y tortura de mujeres judías por parte de los miembros de Hamás. El consentimiento de la violencia de un lado o del otro es irresponsable y sólo contribuye a la polarización de posicionamientos políticos ajenos al conflicto: la izquierda es pro-palestina y la derecha pro-Israel. Como si fuese un simple partido de futbol, unos y otros vociferan y pontifican desde la comodidad de sus teléfonos inteligentes. Reprochan algunos que haya a quienes les preocupe tanto Gaza, cuando en México la violencia es también pavorosa. No obstante, ocuparse de Gaza no resta relevancia a otras víctimas. Hay víctimas de violencia y persecución en muchos lados. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, se ha confirmado la muerte de casi 13,000 civiles. En México el número de muertos y desaparecidos rebasa el número de víctimas en Gaza y Ucrania. No es raro que algunos esnobistas o ciertos propagandistas del régimen actual, centren la atención en Palestina olvidándose de México. Hay, sin embargo, quienes han alzado la voz ante la violencia en México sin perder de vista lo que pasa en otros lugares, también importa.
La proliferación de víctimas en Gaza y más allá de Gaza es preocupante. Si se debe apoyar la causa de unas o de otras podría parecer una decisión que provoca vértigo y termina en la inacción. La impotencia paraliza. No hace falta sin embargo optar por ninguna de las víctimas porque todas son importantes. Si no somos capaces de percibir el dolor de los demás, acogerlos, cuidarlos, adoptar sus voces —en especial cuando son ignorados— habremos fracasado como humanidad. Me temo, por desgracia, que el fracaso es inminente. Se echa de menos la fraternidad expresada en la conocida “parábola del buen samaritano”. No me canso de aludir a ella y de recordar el modo en que Iván Illich la entiende. Apunta Illich que el buen samaritano se ha entendido de manera imprecisa como un amigo en la necesidad. Sin embargo, en realidad hay que imaginar a un palestino asistiendo a un judío herido. “Aquel, escribe Illich, es alguien que no sólo excede la frontera de su preferencia étnica, que es cuidar exclusivamente a los suyos, sino que, además, comete una especie de traición al brindarse a su enemigo. Su acto es un ejercicio de libertad de elección cuya radical novedad ha sido, muy frecuentemente, pasada por alto”.
Illich sostiene que la actitud del samaritano no puede ser entendida como un deber con el prójimo, que el cuidado del otro no es una regla de conducta. A Jesús no se le preguntó, dice Ilich, “¿cómo se debe uno comportar con el prójimo?” sino “¿quién es mi prójimo?” Y precisamente no hay forma de clasificar quién es mi prójimo y quién no, porque todos lo son. Por desgracia, más allá de la interpretación illichiana, esta parábola ha sido olvidada o ha derivado en un “buenismo” ingenuo. El activismo de reflectores se ha vuelto una práctica detestable que ha desvirtuado al verdadero activismo. La parábola del samaritano no es una invitación al protagonismo. Tampoco a la expresión de sentimientos cursis y moralizantes. Invita al reconocimiento del otro y su humanidad desgarrada. Se trata de una exigencia moral demasiado elevada, nada simple: los seres humanos somos conflictivos.
Apenas el 30 de septiembre, Donald Tump y Benajmin Netanyahu presentaron “veinte principios” para supuestamente poner fin a la guerra en Gaza. Hamás ha aceptado la propuesta el 3 de octubre de manera parcial. En el plan, sin embargo, hay varias ambigüedades e interrogantes. Aceptar la liberación de rehenes israelíes es algo positivo. Sin embargo, se solicita la desmilitarización y el desarme sólo de las facciones palestinas. Por si fuera poco, el compromiso para crear un Estado Palestino es poco firme. Se apela a Juntas de Paz y a la formación de una fuerza internacional gestionada desde Estados Unidos para estabilizar la situación en Gaza. No obstante, los palestinos no han sido considerados para formar parte de dichas Juntas. No es del todo claro que logre alcanzarse la paz de modo definitivo. Las tensiones en estos dos años escalaron a tal grado que al parecer la región seguirá siendo vulnerable. Ni Netanyahu caerá pronto, ni Hamás dejará de existir. Quizás se detendrá la guerra por un tiempo, pero no cesarán ni los odios ni el resentimiento entre ambos. Espero equivocarme.