REGISTRO DEL TIEMPO
24/9/2025

Obediencia anticipada

Armando Chaguaceda

Recibo el mensaje de un querido colega, cuestionando las poco halagüeñas observaciones —hechas en varias de mis publicaciones— sobre el modo obsequioso y veloz con que amplias franjas de sociedades contemporáneas, incluidos ciertos sectores intelectuales y académicos, se acomodan al advenimiento temprano de las autocracias. Ejemplos de ese proceder lo revelan los sondeos sociológicos en países como el México (2018-) y la Rusia (2000-) post transicionales. Dos casos, por cierto, que bien haríamos en estudiar de forma paralela, comparada; sin forzar las analogías.


Mi amigo, en un acto de sinceridad que valoro especialmente —por lo escaso de semejante actitud, en nuestros días y nuestro gremio— considera mi lectura injusta y errónea. Lo primero, porque supuestamente ignoraría la gama de condicionantes personales que están detrás del sometimiento. “No es servidumbre voluntaria”, me espeta. Lo segundo, porque al poner el foco en (un tipo de) víctimas y no en los causantes (autoritarios) de su actitud, enajeno posibles aliados para la resistencia futura. Esas son, resumidas, sus discrepancias.

Es imposible no atender los comentarios del amigo. Y como estos serán seguramente compartidos por quienes me leen, esbozo un par de respuestas, acompañadas por una anécdota y una (esa sí magnífica) reflexión, extraída de un ensayo reciente, de autoría ajena.

La naturaleza humana, nuestra o extraña, presupone siempre la más inimaginable gama de condicionantes y comportamientos. Desde ellos —y no desde una falsa épica o un cinismo disfrazado de pragmatismo— uno puede identificar disímiles cursos de acción, personales o colectivos, que marcan los destinos de un país, por varias generaciones. El costo de las decisiones que toma una sociedad en los tiempos en que (aún) goza de “normalidad política” democrática no son comparables a los costos del silencio, el apoyo y la resistencia cuando el despotismo, de una u otra forma, comienza a imponerse.


Claro que toda elección implica siempre costos, ya que los autoritarismos —incluso en sus etapas tempranas— van siempre acompañados de alguna dosis de coacción. Pero lo específico de este “path dependence” bajo los regímenes candidatos a dictaduras es que el costo de la aquiescencia temprana se eleva, mucho y para muchos, pocos años después. Que eso no lo comprendan los parroquianos de mi colonia, es comprensible. Que no quieran comprenderlo ciertos colegas, cuyas mentes han sido depositarias de tanta inversión pública y tanto esfuerzo propio, llama poderosamente mi atención.


Podríamos considerar en la ecuación otros factores ideológicos y psicológicos. Entre estos, la diversidad de preferencias políticas y filias o fobias personales, respecto al status quo en demolición. No tengo problemas en reconocer —llevo al menos una década y media explicándolo— la inexistencia de la falsa equivalencia entre “intelligentsia” y democraticidad, en los procesos de erosión y muerte del orden liberal. De tal suerte, lo único que digo es que, si usted dice valorar la causa y convivencia democrática, debe de algún modo pensar, opinar y actuar en consecuencia. O, por el contrario, asumir claramente su aversión schmittiana a aquellas. Pero eso no es necesariamente lo que ocurre, con la proliferación del disimulo, de viudas y deudos pasivos de una república abandonada.

Respecto a los traumas propios, emanados del padecimiento profesional y personal de la experiencia autocrática, con capítulo totalitario incluido, no los asumo como desgracia sino como virtud. Hasta la fecha, creo haber evitado que mi sensibilidad trágica —hija de condiciones y experiencias específicas— se convierta en una visión maniquea, teleológica, del devenir tout court del Mundo. Lo que no ha sucedido, por desgracia, es no haber tenido razón, en mis diagnósticos de los fenómenos y contextos autoritarios que me son cercanos. Nada desearía más, en estos asuntos, que fallar; largándome aburrido a vivir en la playa, con mi changarro de mojitos. Aunque tal vez acabe pronto en un sitio como ese… justamente por tener razón.


Y ahora viene la anécdota. Una que, creo, ilustra y justifica mi crítica sobre la responsabilidad particularísima, de gente y momentos concretos, con lo que hoy vivimos. En el verano de 2018, poco después de la elección presidencial, asistí junto a varios colegas a la presentación de un libro de ciencia política en la sede del Fondo de Cultura Económica de La Condesa. Acabando el acto, fui a cenar con uno de los presentes, antiguo amigo, a un asado argentino. Rápidamente el tema giró de asuntos más o menos cotidianos e intrascendentes, sobre el tópico de los tiempos que presumiblemente sobrevendrían para la sociedad, cultura y política nacionales. “No te pongas activista —me comentó, con mayor o menos exactitud de sus palabras— esto llegó para quedarse. Hay que adaptarse”. Poco tiempo después, y hasta el presente, las palabras y actos del colega me demostraron lo acertado de su diagnóstico y elección. Le ha ido bien. No tanto al país. En ambos casos, por efecto de la obediencia anticipada.

Concluyo con una cita, del magnífico ensayo de Ian Buruma que compartí aquí hace unos meses, en su versión original de “Liberties”. Ahora publicado en castellano por “Letras Libres”. En “Seguir siendo decente en una sociedad indecente”, el autor pasa balance —con mayor erudición y elegancia que mi prosa— a los mismos retos que hemos comentado aquí. Pero al final de su texto, después de ponderar todos los detalles que conforman eso que llamamos “la complejidad”, su juicio es claro. Dice Buruma: “si la emigración interior puede disculparse en una dictadura, en la que expresarse acarrea peligros letales, poco se justifica cuando todavía hay libertad de expresión: la obediencia anticipada no es la manera de seguir siendo decente. Los ciudadanos deben protestar, del modo que mejor les parezca, contra los esfuerzos por destruir las instituciones que protegen la democracia liberal, sobre todo cuando hombres y mujeres que dirigen esas instituciones, incluyendo el mismo presidente, las utilizan para humillar a la gente. Si los ciudadanos no lo hacen mientras todavía pueden, sin exponerse a la cárcel o la deportación, merecerán un juicio mucho más duro por parte de las futuras generaciones que aquel con el que Anthony Eden buscó eximir a los franceses.”1

Echo de menos mis buenos tiempos en París. Quisiera regresar. Pero no de esa manera.


Arte en portada
Avenue of the Allies, Anne Goldthwaite

Notas a pie
1 https://letraslibres.com/revista/buruma-seguir-siendo-decente-en-una-sociedad-indecente/

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