Quizá la tesis más antigua de la filosofía es la del cambio. La pregunta de Tales por el archi principio busca trascender esta vida cambiante que no para de moverse. Machado repitió la tesis en sus versos y Serrat la popularizó en los años setenta. Que todo pasa y que lo nuestro es pasar parece ser una verdad incontrovertible.
Además, en ese paso, estamos llenos de problemas. Buscamos la felicidad y no la reconocemos del todo cuando adviene. Sufrimos. Deseamos un montón de cosas y de estados de vida que destronamos tan pronto como los poseemos. Algunas cosas las seguimos deseando siempre porque no llegan. O bien, algunos aprenden a extinguir el deseo, a dominarlo y a martirizarlo. Aprenden a elevar ese impulso hacia lo que podría ser más duradero o permanente. Pero tampoco lo hallan del todo porque, además, morimos. Y por ello el tiempo aqueja y nos apremia. Nos invita o bien a detenernos en algo y conservarlo o bien a entregamos al vaivén, al baile de la volatilidad de nuestras emociones, de las noticias, de las modas, de lo que dicen, hacen, quieren y desean todos.
Czesław Miłosz fue un poeta que quiso decir el paso de nuestra libertad sobre la tierra, el instante, lo que perece. Nombró la volatilidad y nombró también su asombro. Transcribo el que fue probablemente el primer poema que leí de él:
AN ENCOUNTER
We were riding through frozen fields in a wagon at dawn.
A red wing rose in the darkness.
And suddenly a hare ran across the road.
One of us pointed to it with his hand.
That was long ago. Today neither of them is alive,
Not the hare, nor the man who made the gesture.
O my love, where are they, where are they going—
The flash of a hand, streak of movement, rustle of pebbles.
I ask not out of sorrow, but in wonder.
Wilno, 1936
Lo transcribo en inglés porque lo leí en inglés y porque no sé leer polaco. Además, esta traducción está hecha por el propio Miłosz, de modo que puede considerarse confiable. El poeta no lamenta del todo que el momento retratado haya pasado. Sus preguntas no proceden de la pena sino del asombro. El poema no es un lamento, sino la apertura de un camino. El inicio de una investigación y la constatación de una extrañeza: ¡qué raro que lo que fue ya no sea! ¿Qué significa, entonces, haber sido? ¿Lo que viví fue verdaderamente real, o solo fue un sueño dentro de un sueño?
Ignoro si Miłosz realizó un trabajo reflexivo o filosófico, o bien si solamente escribió la imagen que le fue dada. Pero pienso que su asombro deja ver las carencias que tuvo la primera navegación filosófica y exhibe la necesidad de que haya llegado Sócrates al mundo. O, en otras palabras, su asombro exhibe lo precario que es para el ser humano pensar que solo existen el tiempo y el devenir en la historia, y no aprender nunca que tiene, irrefragablemente, un vínculo con lo Absoluto. ¿De dónde podría venir el asombro ante la finitud si lo único que conociéramos fuera lo finito? Lo daríamos por sentado, y nos parecería lo más normal de mundo.
Pero el ser humano no es puro mundo. Una de las grandes intuiciones que Sócrates hizo disponibles para la humanidad fue precisamente la de la santidad del instante. Es decir, el carácter absoluto de cada ahora en que la libertad humana está conminada a llenar.
Efectivamente, porque la muerte es irrevocable no tenemos todo el tiempo. Y no tener todo el tiempo le da, precisamente, valor al tiempo. Cada momento, cada ahora, cada situación que nuestra libertad debe llenar con sus decisiones es un instante único, irrepetible e, incluso, absoluto. No solamente porque ese ahora no puede volver jamás y porque lo que en él ocurre no puede ser desecho nunca. El tiempo y la historia no tienen reversa. Sino también porque en cada uno de los ahoras en los que vivimos la libertad humana tiene la oportunidad de hacer del bien una realidad en su vida o no. Cada momento de nuestra libertad, cada situación en la que nos encontramos, puede ser ocasión para vivir la paz u ocasión de escándalo para nuestro prójimo. No hay derecho a que la bondad de ningún ahora sea sacrificada por un ahora posterior. Cada ahora, es decir, el que siempre es, el real, el de ahora mismo, es en donde la libertad se lo juega todo. No tiene nadie el derecho a posponer el sentido, o su búsqueda, y mucho menos a arruinar la búsqueda de sentido de mi prójimo. Cada instante es ya, siempre, por ello, el fin del mundo.
El apocalipsis es precisamente lo que pasa cuando vamos al mercado, a la escuela, al trabajo. Cuando conversamos en la casa con nuestra mujer y los niños, cuando jugamos con ellos o cuando los ignoramos. Cuando estamos absortos en la pantalla táctil, conectados con nadie, del otro lado, riendo solos, pensando solos. O cuando escuchamos en las noticias que una madre buscadora ha muerto, como su hijo, asesinada. Es lo que pasa también cuando el patriarca de Jerusalén se ofrece a cambio de que Hamás libere a niños tomados como rehenes, o cuando este jitomate hermoso e imperfecto rueda por el huacal y cae al suelo.
El sentido del nuestro tiempo está en juego en cada ahora y no existe para ello ninguna posibilidad de negociación. Ensayo, en fin, una traducción al español del poema citado a partir de la versión inglesa.
UN ENCUENTRO
Atravesábamos campos helados en un coche al amanecer.
Un ala roja se alzó en la oscuridad.
Y de pronto una liebre cruzó el camino.
Uno de nosotros la señaló con su mano.
Eso fue hace mucho tiempo. Hoy nadie de ellos vive.
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el gesto.
Oh, mi amor, ¿en dónde están, a dónde van,
el fulgor de una mano, el trazo fugaz de un movimiento, el crujir de las piedras?
No pregunto con dolor sino con asombro.
Wilno, 1936