La única palabra
que ahora importa es “Gaza”.
Ahmad Almallah
Tras la invasión de Rusia a Ucrania en 2022 se volvió imperativo volver a pensar la guerra, esa que en la última década del siglo XX, según Mary Kaldor, se había convertido en un anacronismo. Si advierto sobre una posible confrontación entre China y Estados Unidos (el aparente caos internacional de hoy podrían ser más bien los escarceos), no propongo la visión macabra de un Armagedón nuclear. Ante una imagen así no cabrían palabras ni, por lo tanto, pensamiento alguno. Si tenemos que lidiar con el fenómeno de la guerra es porque la historia sigue transcurriendo y engendra posibilidades múltiples. Uno de los tantos peligros sobre los que tenemos que estar alertas, es la posibilidad de que, esta vez sí, el totalitarismo salga vencedor en la contienda mundial.
La postura de Gandhi durante los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial fue cambiando con el paso del tiempo (Puri 1977). Sabemos que él nunca pretendió elaborar un pensamiento sistemático y construir una doctrina impecable de la noviolencia. Sin embargo, frente a esa tremenda catástrofe de la historia que fue la Guerra, los dilemas interiores, los mismos fundamentos morales del dirigente social más completo y sabio del siglo XX, se podrían percibir como cargados de francas contradicciones. Pero es precisamente ahí, de ese drama de discernimiento ético y político, desde donde emerge la que tal vez sea la más preciosa gema de toda esa gran riqueza que constituye su pensamiento y su vida en testimonio. Para nosotros, que muy probablemente tendremos que debatirnos entre el pacifismo y la defensa frente al totalitarismo del siglo XXI, resulta de un valor inestimable.
Gandhi pasó de recomendar la noviolencia a Inglaterra y a los países europeos amenazados por la Alemania nazi, previo a la guerra, a estar dispuesto, en 1944, a no interferir en caso de que la misma India tuviera que involucrarse en ella, si eso ayudara a evitar que Japón atacara desde su país a China y a Rusia (Puri 1977, 49-51). Gandhi nunca abandonó su firme adhesión a la noviolencia y su condena de la guerra, sin embargo, fue capaz de advertir que la guerra total que se estaba desarrollando era algo cualitativamente distinto, una especie de maquinaria monstruosa que arrastraba sin piedad alguna a millones de personas no combatientes a la muerte masiva. Todo indica que al finalizar la guerra, y con ella el régimen Nazi, alcanzó a percibir, aunque fuera todavía sólo entre sombras, que algo de otra dimensión estaba tomando forma.
No fue sino hasta que se develó con toda su crudeza el Holocausto y que Hannah Arendt publicó en 1951 (tres años después del asesinato de Gandhi) sus Orígenes del totalitarismo que, como humanidad, pudimos comenzar a entender aquello de lo que esa nueva amenaza estaba compuesta. No era una guerra cualquiera provocada por una tiranía cualquiera. El totalitarismo expresa el fenómeno de una sociedad entera que se convierte en mega máquina destructora y frente a la que nada ni nadie puede estar a salvo.
Es por ello que ahora resulta fundamental, en esta era de la posverdad en la que el pacifismo se ha mezclado con teorías de la conspiración, volver a los dilemas éticos que el mismo Gandhi tuvo que enfrentar tras la tormenta provocada por el nazismo. ¿Puede alguien que cree en la noviolencia, alguien que se opone a la guerra, ofrecer su apoyo moral a alguno de los bandos cuando la guerra ya está en marcha? Gandhi respondió, ya desde 1939, positivamente a ese dilema. De hecho, fue la creencia de Gandhi en la noviolencia la que, a diferencia de los pacifistas, le llevó a considerar que era su deber juzgar “entre los dos combatientes y desear el éxito a aquél que tenga la justicia de su lado. Al juzgar de esa manera se está más cerca de traer la paz entre los dos que permanecer como un mero espectador” (Puri 1977, 42).
La pregunta le fue directamente planteada por un “ardiente pacifista” británico. “¿Cómo puede Gandhi, un creyente en la noviolencia, pedir claridad a Gran Bretaña sobre los objetivos de la guerra con la perspectiva de conseguir el apoyo de la India en este camino”? La respuesta que Gandhi mismo da el 21 de octubre de 1939, apenas a poco más de un mes de estallada la guerra, puede recibirse como una lección enorme:
El escritor critica mi simpatía por los Aliados. La he mostrado como un creyente firme en la noviolencia, incluso a causa de mi creencia. Si bien toda violencia es mala y debe ser condenada en abstracto, para un creyente en la ahimsa es permisible, incluso es su deber, distinguir entre agresor y defensor. Tras hacerlo, tomará el lado del defensor de una manera no violenta, esto es, dando su vida para salvarlo (Gandhi 1939).
Como le ocurrió a Gandhi en su momento, hoy la realidad del mundo podría estarnos advirtiendo que a veces la guerra es inevitable y que, muy posiblemente, aun desde una posición no violenta, tendremos que optar por desear la victoria de una de las partes en conflicto.
Algunos pensarán que exagero, que del caos y de los múltiples conflictos en el mundo no se desprende que el totalitarismo pueda triunfar. El desorden no parece augurar el dominio total de un poder único. Sin embargo, veamos la historia de la Alemania de entreguerras y descubriremos que es justamente esto lo que aquél requiere. Si prácticamente a todos nos queda claro el caos de hoy, no debería sorprendernos la posible consecuencia. Muchas voces sostienen que atravesamos una crisis civilizatoria. Eso implicaría que una nueva civilización estaría por emerger. ¿Pero cuál? ¿Una en la que el régimen Chino se alce como modelo?
Gandhi también denunció lo que el llamado mundo liberal nunca ha querido enfrentar, su adicción a la tecnología y las consecuencias de violencia y guerra a gran escala que ello provoca. La competencia por el dominio sobre la llamada cuarta revolución industrial, con sus componentes materiales, estructurales y simbólicos, es una dinámica que también anticipa enormes choques de poder. Pero es cierto, al final, la posibilidad o no de una próxima gran guerra debería ser materia de otro análisis.
Por lo pronto, si la mayoría de los gobiernos ricos se preparan cada vez más para la guerra, nosotros también tendríamos que hacerlo. Lo que me interesa aquí es llamar la atención sobre el dilema que se presentaría frente a nosotros si aquella ocurre. Nuestro dilema ético será el de ya sea condenar por igual a ambos bandos combatientes o desear que salga victorioso aquél que enarbole, con mayor verdad, la defensa de nuestra humanidad compartida.
Referencias
Gandhi, M. "Notes." Harijan VII, no. 37 (Octubre 1939): 309.
Puri, Rashmi-Sudha. "Gandhi and the Second World War." The Indian Journal of Political Science.