Una revisión del humanismo ético de Edward Said en el contexto del genocidio en Gaza
En los quince meses transcurridos desde el 7 de octubre de 2023, he estado reflexionando sobre la aseveración de Edward Said de que los palestinos son las “víctimas de las víctimas”. El renombrado teórico literario resumió concisamente esta “ironía compleja” en la edición de 1992 de su emblemático libro La cuestión palestina. Escribió que “las víctimas clásicas de años de persecución antisemita y del Holocausto se han convertido, en su nueva nación, en los victimarios de otro pueblo”. Como le dijo al novelista Salman Rushdie en 1986, “Cualquier tipo de crítica a Israel se toma como una forma de antisemitismo [...] Especialmente en Estados Unidos, si dices algo, como árabe de cultura musulmana, se considera que te estás sumando al antisemitismo clásico europeo u occidental”. Aun así, Said se había distinguido como uno de los primeros intelectuales en traspasar el profundo abismo que delimitaba los discursos antagónicos del trauma histórico conformado por la Nakba y el Holocausto, respectivamente. Persistió en su convicción de que una comprensión compasiva de la experiencia judía moderna de persecución antisemita en Europa estaba ligada a un reconocimiento afirmativo de la historia y los derechos nacionales palestinos. Para Said, empatizar con “el desastroso problema del antisemitismo”, como lo denominó en La cuestión palestina (publicado originalmente en 1979), ofrecía una salida al pantano de la competencia por el papel de víctima. Este entrelazamiento de la empatía reflejaba su convicción de que el destino y el futuro de palestinos e israelíes estaban inevitablemente ligados por la cuestión de Palestina.
Hoy, tras 76 años de una meticulosa crueldad que abarca todos los aspectos de la vida palestina a lo largo de la Palestina histórica, mientras Israel lleva a cabo una campaña genocida en Gaza que, en el momento de escribir estas líneas, ha causado la muerte de alrededor de 64 260 palestinos y herido a decenas de miles más, me inquieta la pregunta: ¿sigue teniendo sentido la expresión “víctimas de las víctimas” como formulación ético-histórica? Said murió dos décadas antes del genocidio de Gaza y, como muchos de nosotros, no pudo haber imaginado la dimensión del horror de aquella depravación vista en tiempo real; “Es como si estuviéramos viendo Auschwitz en TikTok”, como dijo el superviviente del Holocausto Gabor Maté. Además, Said no pudo haber previsto la manera en que las instituciones, los líderes y las principales figuras públicas occidentales apoyarían tales atrocidades de forma tan belicosa. Ni la proliferación de imágenes y vídeos del genocidio, ni las órdenes de detención contra los líderes israelíes por sus programas de exterminio y hambruna masiva emitidas por la Corte Penal Internacional (la obviedad de la brutalidad ha alcanzado finalmente, aunque tarde, un umbral legalmente reconocible por este organismo), ni la acusación de la Sudáfrica post-apartheid ante la Corte Internacional de Justicia de que el Estado israelí está llevando a cabo un genocidio, ninguno de estos hechos ha logrado conmover al ostentoso filosionismo de la mayoría de los gobiernos occidentales. En cambio, han ignorado por completo la humanidad palestina en nombre del duelo y la defensa de las víctimas judías israelíes de la violencia. En contra de la empatía que Said pedía, el Occidente liberal se ha negado categóricamente a considerar a los palestinos como víctimas de relevancia moral o histórica alguna.
Pero mientras los palestinos son brutalmente masacrados en nombre de la seguridad de Israel, ¿son los israelíes realmente víctimas en un sentido nacional colectivo? ¿No hay una distinción esencial que hacer entre ser judío y ser israelí y, por lo tanto, entre una larga historia de victimización judía a manos de perseguidores antisemitas en el Occidente cristiano y el sufrimiento israelí más reciente en el contexto de la violencia anticolonial que ha provocado su propia colonización de Palestina? ¿Tiene sentido considerar como víctima al político racista israelí Itamar Ben-Gvir, que lidera un partido antiárabe llamado Otzma Yehudit (Poder Judío)? ¿En qué sentido son víctimas los soldados israelíes en 2025? ¿En qué sentido son víctimas cuando están armados hasta los dientes, provistos de miles de millones de dólares en armas estadounidenses y de una cobertura diplomática aparentemente ilimitada por parte de Estados Unidos que desafía la indignación internacional ante el genocidio de Gaza? ¿En qué sentido son víctimas cuando difunden con regocijo fotografías de sí mismos en el paisaje de Gaza que han devastado, fotografías en las que aparecen sonrientes vestidos con la lencería robada a mujeres palestinas sin Estado, desposeídas una vez más, cuyas vidas han destruido, cuyos hogares han demolido y cuyos hijos han masacrado? ¿En qué sentido son víctimas cuando difunden vídeos en los que aparecen riendo mientras destruyen universidades y bibliotecas palestinas? ¿En qué sentido son víctimas los colonos judíos israelíes cuando se reúnen para impedir que los alimentos lleguen a los niños que son asesinados de hambre?
¿Qué hay de los israelíes que vieron el bombardeo de Gaza en 2014, sentados con indiferencia como si estuvieran observando un espectáculo teatral y no una catástrofe humana? ¿Qué hay de aquellos que, en 2006, durante el bombardeo israelí del Líbano, se quedaron de brazos cruzados mientras sus hijos firmaban cascos de misiles? ¿O aquellos que participaron o encubrieron la masacre de Tantura durante la Nakba de 1948? En algún punto, resulta absurdo seguir pensando en estos israelíes como víctimas, excepto en el sentido de que pueden creer genuinamente que están luchando para aniquilar a los monstruos “bárbaros” de sus pensamientos. Ciertamente, eso no es a lo que se refería Edward Said cuando describió a los palestinos como “víctimas de las víctimas”.
En realidad, si bien Said buscaba trazar una ruta por la cual los judíos israelíes y los palestinos pudieran reconocer el trauma colectivo del otro, tenía claro que lo que buscaba no era una equivalencia simplista que ocultara el extraordinario poder que los primeros ejercen sobre los segundos y que encubriera el daño epistémico, político, económico, social y humano que ha resultado de esta dominación continua. Si bien los judíos de Europa fueron víctimas del antisemitismo occidental que culminó en el Holocausto, los palestinos siguen siendo víctimas de los sionistas judíos israelíes y sus partidarios, facilitadores y aliados en Occidente, incluidos los sionistas cristianos. Mientras que los palestinos no tuvieron nada que ver con el racismo antijudío nazi, fundamental para la caracterización del antisemitismo moderno, los judíos israelíes han desempeñado un papel clave en la deshumanización de los palestinos y en la destrucción de la sociedad, la historia y la vida palestinas desde 1948 hasta la actualidad. Hay diferencias enormes en la cronología, la posicionalidad y las relaciones entre agencia, causa y efecto.
Aunque su formulación “víctimas de las víctimas” encierra en un solo encuadre la brutalización sufrida por ambas poblaciones, Said se cuida de subrayar que la expresión también nombra de manera crucial la dificultad particular a la que se enfrentan los palestinos, quienes, según escribe en La cuestión palestina, “han tenido la extraordinaria mala suerte de tener [...] al más moralmente complejo de todos los oponentes, los judíos, con una larga historia de victimización y terror a sus espaldas. La injusticia absoluta del colonialismo se diluye en gran medida, y tal vez incluso se disipa, cuando se trata de una supervivencia judía fervientemente asumida que utiliza el colonialismo para enderezar su propio destino”. Los líderes israelíes invocan habitualmente la historia del Holocausto y la experiencia judía del antisemitismo como un garrote con el que golpear a sus críticos, desviar la atención del horror de su deshumanización de los palestinos y para justificar la violencia extrema del sionismo colonial. Israel viola continuamente el derecho internacional al expropiar tierras palestinas e instituir lo que la organización israelí de derechos humanos B'Tselem denomina un “régimen de supremacía judía y apartheid desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo”. Pero cuando rechazamos el mito de la victimización eterna, señala Said, se nos presenta una imagen mucho más clara: “Las víctimas de África y Palestina están heridas y marcadas de formas muy similares”.
Si bien la famosa frase de Said sigue siendo una crítica mordaz, que identifica esta ofuscación de los acuerdos de poder; su intento de trazar un camino a seguir mediante la compasión mutua parece pertenecer a otra era. Quizás sea hora de equilibrar el humanismo ético de Said con el del gran poeta palestino Mahmoud Darwish. En su poema “Cadáveres anónimos”, Darwish escribe, en la traducción de María Luisa Prieto:
“¡Yo soy la víctima!". “¡No, yo soy
la única víctima!". Ellos no replicaron:
"Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
Y una víctima”.
Darwish cristaliza lo que Said solo apuntaba: por mucho que hayan sido víctimas en el pasado, y por mucho que lleven consigo la huella de ese pasado, los judíos israelíes, a través de sus propias acciones, se han transformado en un nuevo tipo de sujeto. Con excepciones cruciales como el historiador Ilan Pappé, quien nos recuerda que la afiliación secular al poder es una decisión que se hace y se deshace, los judíos israelíes se encuentran ahora en la posición de opresores. Están en el acto continuo de hacer de los palestinos víctimas. Tanto los judíos israelíes como los palestinos son obviamente humanos, ambos merecen igualdad y libertad, y los dos están entrelazados. Pero, en la actualidad, solo uno es el opresor; el otro es el oprimido. Si no podemos establecer esta distinción ética básica y obvia entre opresor y oprimido, colonizador y colonizado, la historia se convierte en un ídolo del anacronismo en lugar de una herramienta para romper el narcisismo de la victimización perpetua. Como escribió Said en La cuestión palestina, “No hay manera de llevar una vida de forma satisfactoria cuando la principal preocupación es evitar que el pasado se repita. Para el sionismo, los palestinos se han convertido ahora en el equivalente de una experiencia pasada reencarnada en forma de amenaza presente. El resultado es que el futuro de los palestinos como pueblo está hipotecado por ese miedo, lo cual es un desastre tanto para ellos como para los judíos”. Darwish sintetiza esta formulación y nos insta a observar directamente qué personas están sufriendo realmente, a manos de quién y por qué. Juntos, Said y Darwish nos recuerdan que no tenemos por qué ser prisioneros del pasado —porque de serlo, todos somos víctimas y, en nombre de nuestro propio victimismo, podremos hacer y haremos a otros las cosas terribles que en algún momento nos hicieron a nosotros.
Traducción de Tatiana Lozano.