A 134 años de su publicación, la Encíclica Rerum novarum de León XIII “sobre la situación de los obreros”, se puede leer como una semilla más del liberalismo igualitario. No es que fuera liberal ni estrictamente igualitaria, sino que planteaba un punto medio entre la acumulación de la propiedad privada burguesa y la exigencia proletaria de su socialización. Desde la perspectiva de la Iglesia católica había que minimizar los excesos inhumanos del capitalismo e impedir la violencia revolucionaria del socialismo mediante el discurso cristiano de la sociedad como un proyecto común. La disyuntiva de entonces se planteaba bajo el paradigma del trabajo asalariado que, si no está ya en vías de extinción, al menos está por sufrir cambios profundos.
En su primer discurso al Colegio Cardenalicio, Robert Francis Prevost dijo que una de las razones por las cuales acuñó el nombre de León XIV es porque, así como León XIII “afrontó la cuestión social” suscitada por la primera gran revolución industrial con la Rerum novarum, la Iglesia debe ahora participar de una discusión similar ante una nueva revolución industrial relacionada con el desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Habrá que esperar a la Encíclica anunciada para conocer el enfoque del Papa. Por lo pronto podemos plantear algunas preguntas para la Rerum novarum del siglo XXI. ¿Cuál será la situación de los obreros ante el remplazo y el abaratamiento del trabajo permitidos por la inteligencia artificial?, ¿en qué consiste esta nueva revolución industrial?
Al día de hoy quizá sean más las continuidades que encontramos con el mundo de la encíclica de 1891 que las rupturas. Las mayorías siguen viviendo en condiciones de precariedad y explotación laboral mientras un puñado de mil millonarios duplica su fortuna a cifras inconmensurables. La inteligencia artificial se sostiene sobre un esquema de explotación laboral a mayor escala, pero que es propio del estado actual de la economía globalizada y no exclusivo de esta tecnología. A pesar de las continuidades hay también suficientes rupturas como para plantear un cambio de paradigma.
La IA ha llevado el proceso de industrialización a los trabajos cognitivos —esos que requieren pensar y escribir— que habían librado décadas de automatización de labores. Varias industrias habían logrado dividir el trabajo en sus unidades mínimas para generar mercancías mediante líneas de producción eficientes. Para armar una silla hay una máquina que corta la madera, una persona que la pone en una segunda estación para colocar el siguiente tornillo, luego la tuerca y, así, cada gran labor se divide en acciones granulares entre máquinas y humanos. La industria de la IA logró hacer algo similar con los trabajos cognitivos: un plan de acción, una operación matemática y un texto se pueden armar en líneas de producción digitales. Lo podemos imaginar así: una primera estación interpreta la pregunta, una segunda busca contextos para resolverla, otra los ordena, otra genera operaciones estadísticas para formar su respuesta, otra integra las partes, una a una, como engranes.
Esta tecnología presenta la posibilidad de realizar cosas y solucionar problemas que antes requerían de inteligencia —porque sólo las podía realizar un humano— pero que ya no le es necesaria (Floridi 2023). De ahí el crecimiento acelerado de la industria de la IA: su negocio es el de convertir la mano de obra más cara —el trabajo cognitivo— en una mercancía barata.
La IA existente es bastante limitada en cuanto a sus capacidades y extralimitada en su consumo de recursos. Es diseñada por humanos bien pagados y todavía depende de la mano de obra barata (humana y explotada) para evaluar respuestas, clasificar datos, resolver problemas, mantener la infraestructura material. Actualmente, su negocio es el de quitarle el rostro a la persona que trabaja, sustituir su presencia en la empresa por la línea de producción de agentes artificiales y humanos lejanos que realizan tareas mínimas, las más alienantes (Crawford 2021, 65).
Hasta este punto, la IA parecería la continuidad exacerbada de una misma lógica capitalista. El verdadero cambio de paradigma está en que estas tecnologías plantean la posibilidad de que el capitalista genere valor sin requerir del trabajo humano en lo absoluto. El planteamiento de la Rerum Novarum parte del conflicto que surge sobre la existencia del trabajo asalariado. La cuestión depende de que el trabajo humano, basado en el movimiento de músculos y nervios, genere la plusvalía que enriquece al capitalista.
En uno de sus horizontes, la IA ofrece la posibilidad de acumular ganancias sin la necesidad de pagarle a una persona por su trabajo. Tener una serie de agentes artificiales sería suficiente para obtener ganancias, a ellas no habría que pagarles por su trabajo. En este escenario se extingue el sentido de la plusvalía y del trabajo asalariado: si los medios de producción incluyen el trabajo requerido, entonces no existe esa diferencia entre el valor del salario y el precio de la mercancía sobre el cual obtiene su ganancia el dueño de los medios de producción. Todo se convierte en ganancia, el negocio está más bien en las rentas que rinde la infraestructura tecnológica.
La inteligencia artificial es el sueño dorado de todo capitalista. Una vez que oculta a los trabajadores (cuando no los remplaza), la IA tiene el potencial de convertirse en una fuente de ingresos que no se queja, que no exige aumentos o prestaciones y no tiene cuerpos vulnerables a la enfermedad. Para el capitalista, la IA borra todos estos factores que entorpecen la producción —i.e., la fuerza laboral. Si no es a los trabajadores, ¿a quiénes sí iría el dinero? Si seguimos el curso actual de laissez faire que se canta desde Washington, los beneficios irán a los dueños de la infraestructura tecnológica, a quienes inventan y sostienen las IA. Un puñado de personas en el planeta, unos en California y otros en China. Los daños se los quedará el planeta y esas mayores porciones de la población que no poseemos la infraestructura de la IA. Este es el peor horizonte de la IA, pero no es el único posible. Habrá que encontrar esos escenarios alternativos.
El Papa Francisco ya veía la reestructuración de las relaciones económicas y políticas causadas por la IA, expuso algunas de sus preocupaciones ante el G7 en junio del año pasado. Llamó a una política contraria a la tendencia tecnocrática. León XIV mencionó la irrupción de la IA en dos de sus primeros discursos oficiales (ante los cardenales y ante los medios de comunicación), prometió una Rerum novarum para el siglo XXI.
Referencias
Crawford, Kate, Atlas of AI, Yale University Press, 2021.
Floridi, Luciano, The Ethics of Artificial Intelligence: Principles, Challenges, and Opportunities, Oxford University Press, 2023.
Francisco I, Discurso ante el G7 sobre inteligencia artificial, junio de 2024, https://www.vaticannews.va/it/papa/news/2024-06/papa-discorso-integrale-g7-puglia-intelligenza-artificiale.html
León XIII, Rerum Novarum, 1891, https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html
León XIV, Discurso al Colegio Cardenalicio, mayo de 2025, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250510-collegio-cardinalizio.html
León XIV, Discurso a los representantes de los medios de comunicación, mayo de 2024, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250512-media.html