La búsqueda laboriosa de un pasaje de Lutero me permitió satisfacer una curiosidad que alimentaba desde hacía tiempo. Al revivir los pasos de Juan Diego en sus vueltas entre el Tepeyac y la Ciudad de México, varias veces me había preguntado qué oraciones y lecturas habría escuchado en misa. Ciertamente me gustaría conocer también los temas de la catequesis a la que se dirigía el primer día y otras conversaciones posibles, pero es inverosímil reconstruir eso, mientras que los textos de la misa responden a un calendario y no está fuera de lugar averiguar lo que estaba previsto para esos días, en particular para el domingo 10, que era el segundo de adviento.
Sucedió que, hojeando las decenas de volúmenes de las obras de Lutero en la edición de Weimar, me topé con sus sermones del año 1531 y me pregunté: ¿sobre qué habrá predicado en Wittenberg mientras en México se aparecía la Virgen de Guadalupe? No dejaría de ser interesante saber de la predicación del papa, Clemente VII a la sazón (de 1523 a 1534), si no fuera porque la vida de un pontífice del renacimiento difiere mucho de la que estamos acostumbrados a apreciar en los papas más recientes, digamos de los últimos trescientos años. Nos es muy natural buscar sus enseñanzas (sermones, encíclicas, audiencias), con un instinto que en el caso de un papa renacentista encuentra cierta decepción al ver un gobierno de la Iglesia constituido por estrategias, maniobras y relaciones.
Roma en 1531
Los dos papas que lo precedieron, León X y Adriano VI, ya habían tenido que vérselas con los inicios de la protesta de Lutero. En su primer consistorio (diciembre de 1523), Clemente VII consideró la “calamidad” luterana la cuestión más grave del momento, aunque las acciones más concretas se concentraron en la organización de la Iglesia y la atención al grave déficit económico (Prosperi, 2000: p. 80). Serán éstos algunos de los factores que determinen el saco de Roma en 1527, que obliguen al papa a refugiarse en Castel Sant’Angelo y a vivir un tiempo como prisionero. Poco después tendrá lugar la Dieta de Augsburgo con su significativa Confesión (1530). También heredó la crisis de Enrique VIII y en su pontificado se consumó ese cisma.
Para entonces el Vaticano ya era la residencia de los pontífices desde hacía siglo y medio, y Roma, de ser la ciudad miserable, violenta e insalubre que había ahuyentado a los papas hasta hacerlos residir en Aviñón, se había vuelto una capital cultural y humanista. Clemente VII sostuvo con su mecenazgo a artistas como Miguel Ángel y Benvenuto Cellini. En la Galleria degli Uffizi se le puede ver como joven cardenal en un óleo de Rafael Sanzio junto con el papa León X, que era su tío, y un primo también cardenal, Medici los tres. La actual basílica de San Pedro estaba en construcción y durante todo su pontificado el arquitecto fue Antonio da Sangallo (de 1520 a 1546), quien por cierto era su padrino. Antes había dirigido las obras Rafael, hasta su muerte, y lo sucedería Miguel Ángel. De la nueva basílica se había construido menos de la mitad y de la de Constantino seguía en pie una porción análoga.
Hernán Cortés emprendió su expedición a las Hibueras de 1524 a 1526 y a la vuelta se encontró con la sorpresa de que el Templo Mayor de Tenochtitlan había desaparecido (Miralles, 2004: p. 257). Es algo que todos lamentamos, empezando por Cortés, y nos cuesta entender, pero hay una gran distancia cultural entre nuestras sensibilidades: en esos mismos años, los espíritus iluminados del Renacimiento estaban demoliendo una basílica del siglo IV para construir algo nuevo, convencidos de que iba a ser mejor.
Wittenberg en 1531
Así pues, ver a Lutero activo en 1531 suscitó en mí una pregunta, y la respuesta fue más precisa de lo que hubiera sido ya sobradamente satisfactorio: el volumen 34 conserva lo que predicó el 10 de diciembre, con los mismos textos que preveía la liturgia católica de entonces y más o menos los que prevé la de ahora para el segundo domingo de adviento. Es admirable la estabilidad de los temas y las imágenes que se proponen a la consideración del misterio cristiano en un momento dado del año. Los cambios que llegarían cuarenta años más tarde tras el concilio de Trento serían poco relevantes para territorios del Sacro Imperio Romano Germánico, donde Carlomagno había hecho adoptar la liturgia romana (Missale Romanum, 1904: pp. 1-5). Y si de la reforma del siglo XVI saltamos a la del siglo XX, pocas diferencias vamos a hallar, al menos en lo que respecta al inicio del adviento (Missale Romanum, 1975: pp. 129-130). La novedad del misal actual es que tiene textos específicos para cada día de la semana (antes sólo había para los domingos) y las lecturas de los domingos son más abundantes porque hay tres ciclos. De ese modo, algún texto del segundo domingo de adviento que consideró Lutero lo podemos encontrar en el primer domingo o en otro día de la semana.
Lutero comienza (WA 34: p. 459) con un pasaje de Lucas 21, que en el misal tridentino se leía en el primer domingo, y en el actual también, en el ciclo C: “Jesús dijo a sus discípulos: Habrá…”, y se interrumpe allí, añadiendo que ese evangelio lo conocen todos “y muy bien” (“und zwar allzu wohl”). Él conocía seguramente a su público, cosa que se intuye también en la mezcla de latín y alemán de la predicación original. Los saltos entre inglés y español de algunos fronterizos que nos aterran parecen un juego de niños en comparación. Se lee, por ejemplo, a propósito de los fariseos: “Et habent gaudium da von, quod alii geringer quam ipsi. Hoc est commune vitium, daß einer ein lust hatt an eins andern schaden, cum contrarium, quod solt mitleiden haben cum eo, qui damnum habet”.1 El evangelio continúa así: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas”. Se recurre al evangelio de Mateo (24,29: “El sol se oscurecerá”) para especificar que se tratará de un eclipse. Uno de los temas centrales del sermón es la consolación, concepto presente en varios de los textos del día y de otros domingos de adviento. Lutero, al considerar que el eclipse no es muy consolador, aclara que ese signo está destinado a unos pocos impíos para hacerlos cambiar. “Ellos tienen cabeza dura, pero la cabeza de Dios es más dura” (p. 461). El consuelo para quienes confían en Dios está en saber que se acabarán los impíos (“Eclipsis est nobis consolacio finituros omnes impios”), y a este propósito cita el Sirácide: “A muchos mató la tristeza” (30,23). La tristeza es propia de la impiedad, explica, mientras que la alegría acompaña a quien está cerca de Dios, y recoge un proverbio que cabe traducir como “El buen ánimo es la mitad de la batalla” (“Guter Mut ist halber Laib”; p. 465).
Ante estos signos se pone el imperativo que sigue en el mismo evangelio: “Levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. Cristo no viene como un tirano, comenta el predicador, sino como salvador. La liberación se manifiesta con la llegada –el adviento– de Cristo (p. 472). Lutero estima maravillosa la comparación que viene después: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano” (Lucas 21,29-30; las lecturas del misal hoy vigente no llegan hasta estos versículos, pero sí llegaban las del misal de Trento).
Luego la atención cae sobre Romanos 15, que es lectura del segundo domingo antes y después de Trento y en la actualidad (ciclo A): “Todo lo que en el pasado ha sido escrito en los libros santos, se escribió para instrucción nuestra, a fin de que, por la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza”. Vuelve la idea del consuelo, que está muy presente en todo el adviento: “Que Dios, fuente de toda paciencia y de todo consuelo, les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo Jesús”.
La semana anterior, 3 de diciembre, Lutero había predicado sobre Romanos 13 (lectura presente en las tres etapas de la liturgia), que es el famoso texto de la conversión de San Agustín, el que se encontró al abrir la Biblia, obedeciendo al “Toma, lee” que un niño decía en sus juegos y él interpretó como inspiración divina.2 Entre otras cosas dice: “Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.
Anáhuac en 1531
Y con esto volvemos a Juan Diego, que para entonces hacía ya años que creía. Lo que nos es viable reconstruir es, claro está, lo que se leyó en la misa de aquel domingo, no lo que él escuchó y menos lo que él entendió. Aunque hubiera sido en náhuatl, bien podría ser que no estuviera en condiciones de prestar la necesaria atención, con el encargo que llevaba a cuestas. Pero la misa era en latín y no sabemos si había traducción, aunque no se excluye que en la fase catequética se trasmitieran masticados los contenidos de la liturgia. No se puede excluir porque la catequesis fue llevada con mucha seriedad y con métodos de vanguardia, como los catecismos pictográficos (De la Madrid, 2020: 171-315) y el dominio de las lenguas locales, según muestran los diccionarios y las gramáticas de lenguas americanas que anteceden a los primeros diccionarios y gramáticas de varios idiomas europeos (Hernández Triviño, 2016). También la catequesis mistagógica era un punto fuerte de la evangelización (De la Madrid, 2020: 110-121), y la sensibilidad se percibe ya antes de 1531, por ejemplo en los capellanes que acompañaban a Cortés (Miralles, 2014: pp. 88-89, 291-293). En la quinta Carta de relación, éste habla de una misa muy solemne a la que asistió un rey del Petén guatemalteco, Canek, que recibió una detallada explicación del rito por parte de los sacerdotes a través de la Malinche (1993: pp. 573-574). Miralles lo narra así: “Marina se encargó de explicarle el significado de la liturgia, y uno de los frailes lo introdujo en los principios básicos del cristianismo” (2014: p. 248).
Si Juan Diego era tan asiduo como parece, el domingo anterior habría estado presente cuando se hablaba de esa salvación, más cercana que “cuando empezamos a creer”, y habría estado más relajado para escuchar. El 3 de diciembre no se celebraba a san Francisco Javier, que aún estaba en vida, en París, y no era jesuita, ya que la orden no se había fundado todavía. En cambio, ya había mártires en México: los niños tlaxcaltecas Cristóbal (+1526) y Antonio y Juan (+1529). El domingo 10 todo giraba alrededor de la consolación, el gozo, las promesas cumplidas, la esperanza, la redención que se acerca. Si se dio esa estabilidad litúrgica arriba mencionada, que es lo más probable, en el introito se habrá leído: “Pueblo de Sion, mira que el Señor va a venir para salvar a todas las naciones y dejará oír la majestad de su voz para alegría de tu corazón” (Isaías 30). Más adelante se escucharía el texto de San Pablo que ese mismo día iba a comentar Lutero (Romanos 15): paciencia, consuelo, esperanza. Luego, en el gradual –oración que ya no existe en la liturgia actual–, un salmo que está recuperado en otro lugar: “Qué alegría sentí, cuando me dijeron: Vayamos a la casa del Señor” (Salmo 121). Y a continuación el evangelio, no el de las señales en el cielo que Lutero ilustraba tan figurativamente (Lucas 21), sino uno en el que se habla de Juan el Bautista, que manda a preguntar a Jesús si es él el Mesías o hay que esperar a otro (Mateo 11), pasaje que actualmente se lee el tercer domingo (ciclo A).
Como se puede ver, todos son textos llenos de luz, propios de una esperanza que se abre, de algo que está por llegar, que va a reverdecer y a dar fruto, como la higuera. El adviento posee ese tono y está acompañado por la coyuntura del año: los días que crecen, la victoria de la luz sobre la oscuridad. Recuérdese que el 9 de diciembre era el solsticio de invierno antes de la reforma del calendario en 1582. Era fiesta grande en el México prehispánico, en particular desde el reinado de Moctezuma. “En el siglo XVI, la fiesta de Panquetzaliztli caía exactamente en el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse, momento que suele considerarse como el del renacer del sol y del principio del día” (Graulich, 2014: p. 142).
Encarnaciones culturales de la salvación
J.S. Bach escribió en 1716 una cantata para el segundo domingo de adviento conocida como “Wachet, betet, seid bereit allezeit” (“Velad, orad, estad siempre preparados”, BWV 70a). Nunca fue publicada y se perdió, pero tanto el texto como la música se recuperaron, con cinco tiempos más, en una cantata de 1723 para el domingo 26 después de la Trinidad (BWV 70). El tono de los textos difiere mucho de la apertura luminosa a la salvación que viene3, pero no se olvide que el adviento es un tiempo de penitencia, que en el pasado incluía la práctica del ayuno, aún vigente en oriente y aconsejado en occidente. Entre los textos de la liturgia se reconoce la invitación “Levantad la cabeza” en el aria para tenor. En 1730 Bach escribió varias cantatas que celebraban los 200 años de la Confesión de fe de Augsburgo, y con esto ya estamos muy cerca del pontificado de Benedicto XIV (1740-1758), a quien se atribuye el “Non fecit taliter” aplicado a la Virgen de Guadalupe.
Para el siglo XVIII la música europea ya había tenido tiempo de ir a América, ser fecundada y volver, de modo que Bach pudo usar formas americanas, como la zarabanda, documentada en México desde el XVI (Pareyón, 2007: 2-1124). Por su parte, los repertorios tradicionales mexicanos (sones, huapangos), hermosa muestra de mestizaje, en lo europeo vienen de los tiempos del madrigal y la polifonía, pero llegan a tomar inflexiones muy afines al barroco, como deja ver Jesús Echevarría en obras que del huapango pasan al barroco y luego vuelven, por ejemplo en su Suite huasteca, de 1992. Para ejemplo de barroco formal piénsese en los Maitines de la Virgen de Guadalupe de Ignacio Jerusalem (1764). “Durante este periodo, mientras los compositores en Nápoles o Venecia buscaban la fama con sus óperas, para sus colegas latinoamericanos el género más prestigioso era el de maitines, un oficio sagrado que se rezaba en la madrugada” (Russell, 1998: p. 19). También la suave llamada “Juantzin, Juan Diegotzin” (Valeriano, 2000: p. 96) tuvo lugar temprano, “muy de mañana”, cuando abre el día y, según sugiere un poema de Huexotzinco, los pájaros ven la aurora “y la hacen surgir con su canto” (Garibay, 2000: p. CXIX). El autor es Tecayehuatzin, que lo dice con hermosa sencillez: “Vosotros los primeros mirasteis la aurora y ahora estáis cantando” (Garibay, 2000: p. 1004). Es lo que escuchó Juan Diego, lo que lo hizo sentirse en el paraíso para luego, mirando “hacia donde sale el sol” (Valeriano, 2000: p. 96), responder al llamado y entrar en la aventura que conocemos.
Si bien parece obvio que Lutero no habría sentido sintonía con unas apariciones y con ciertas prácticas de devoción, en su fe sobre María un católico se reconocería en un noventa por ciento. Pronunció sermones para todas las fiestas marianas del calendario de entonces —la Purificación (2 de febrero), la Anunciación (25 de marzo), la Visitación (2 de julio), la Asunción (15 de agosto), la Natividad (8 de septiembre)—, la mayor parte llevadas de oriente a Roma en el siglo VII (Falkenhausen, 2000: p. 635). Lutero ciertamente creía en la maternidad divina de María, en su virginidad, en su vida sin pecado. Incluso sobre su concepción inmaculada se diría más favorable que Santo Tomás. No busca su intercesión, ni la de ningún otro santo, como inmediata consecuencia de la doctrina reformada de la sola fides y solus Christus (O’Callaghan, 2017: pp. 95-106).
Aunque no son raras sus declaraciones sobre la dignidad incomparable de María (Gherardini, 1967: p. 208), esa misma posición reformada le impide darle un lugar especial: “en el Espíritu y en la fe ningún santo es más grande que los demás” (WA 10: p. 392). No la reconoce abogada (Fürsprecherin) ni mediadora (Mittlerin), pero concede Fürbitterin, como si dijera: “queremos tener en ella a alguien que pida a Dios por nosotros” (Gherardini, 1967: p. 189; cfr. p. 193). En su comentario al Magníficat de 1521, año también significativo para lo que estamos considerando, Lutero afirma que allí María nos enseña “sobre qué debe tratar un canto de alabanza, a saber: sobre las grandes hazañas y obras de Dios, para fortalecer nuestra fe, consolar a todos los humildes y atemorizar a todos los poderosos de la tierra. Hemos de reconocer y orientar el canto de alabanza a este triple uso o beneficio. Ella no lo cantó sólo para sí misma, sino para todos nosotros, para que lo cantemos como ella” (Luther, WA 7: p. 553).

Referencias
Cortés, Hernán. (1993). Cartas de relación, Castalia, Madrid.
De la Madrid, José. (2020). Los sacramentos en la catequesis de la evangelización fundante de México. Aspectos litúrgicos, tesis doctoral en teología, Universidad de la Santa Cruz, Roma.
Falkenhausen, Vera von. (2000). “San Sergio I”, en: Enciclopedia dei papi, vol. 1, Istituto della Enciclopedia Italiana, Roma, pp. 633-636.
https://www.treccani.it/enciclopedia/santo-sergio-i_(Enciclopedia-dei-Papi)/
Garibay, Ángel María (ed.). (2000). Poesía náhuatl, paleografía, versión, introducción, notas y apéndices de Ángel María Garibay K., UNAM, México.
Gherardini, Brunero. (1967). La Madonna in Lutero, Città Nuova, Roma.
Graulich, Michel. (2014). Moctezuma: apogeo y caída del imperio azteca, Ediciones Era, México.
Hernández Triviño, Ascensión. (2016). “Tradiciones, paradigmas y escuelas. Una visión general de las gramáticas misioneras mesoamericanas”. Historiographia Linguistica 43:1/2, pp. 11–59. - doi 10.1075/hl.43.1-2.02tri
Luther, Martin. (2003) (WA 7). “Das Magnificat verdeuchtet und ausgelegt”, en: Schriften, Herman Böhlaus Nachfolger, Weimar, vol. 7, pp. 538-604 (reimpr. de la ed. crítica de 1897).
Luther, Martin. (2003) (WA 10). “Predigt am 19. Sonntag nach Trinitatis. 26. Oktober 1522”, en: Schriften, Herman Böhlaus Nachfolger, Weimar, vol. 10-3, pp. 386-393 (reimpr. de la ed. crítica de 1905).
Luther, Martin. (2005) (WA 34). “Predigt am 2. Adventsonntag. 10. Dezember 1531”, en: Schriften, Herman Böhlaus Nachfolger, Weimar, vol. 34-2, pp. 459-490 (reimpr. de la ed. crítica de 1908).
Miralles, Juan. (2014). La Malinche, Tusquets, México (1ª ed.: 2004).
Missale Romanum. (1904). Ex decreto Sacrosancti Concilii Tridentini restitutum S. Pii V. Pontificis Maximi jussu editum Clementis VIII. Urbani VIII et Leonis XIII auctoritate recognitum, F. Pustet, Ratisbona.
Missale Romanum. (1975). Ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum. Editio typica altera. Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano.
O’Callaghan, Paul. (2017). God and Mediation. A retrospective appraisal of Luther the Reformer, Fortress Press, Minneapolis.
Pareyón, Gabriel. (2007). Diccionario Enciclopédico de Música en México, 2 vol., Universidad Panamericana, Guadalajara.
Prosperi, Adriano. (2000). “Clemente VII”, en: Enciclopedia dei papi, vol. 3, Istituto della Enciclopedia Italiana, Roma, pp. 70-91.
https://www.treccani.it/enciclopedia/papa-clemente-vii_(Dizionario-Biografico)/
Russell, Craig H. (1998). “Música celestial del Monte Tepeyac”, booklet del CD Jerusalem, Matins for the Virgin of Guadalupe 1764, Chanticleer, Teldec 0630-19340-2, Hamburgo, pp. 18-20.
Valeriano, Antonio. (2000). Nican mopohua, en: León-Portilla, Miguel, Tonantzin Guadalupe: pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”, Colegio Nacional - Fondo de Cultura Económica, México, pp. 89-159. Paleografía y versión al castellano de Miguel León-Portilla.
Notas a pie
1 “Y se alegran de que otros sean inferiores a ellos. Es un vicio común que uno se complazca en el daño de otro cuando, al contrario, debería compadecerse de quien ha sufrido daño” (pp. 483-484). Dejo intacta la ortografía, que en los demás casos ajusto al alemán actual.
2 Sobre este pasaje escribí una vez en estas páginas: “Valor del cuidado del cuerpo”, Conspiratio, 14(2011), pp. 8-10. – https://cdn.prod.website-files.com/64d27ed69e098a433295c2cc/651f4b0f5ea86bea7fc60a6a_Conspiratio_14_9mb.pdf
3 “Estad preparados […] hasta que el Señor de la gloria ponga fin a este mundo”; “¿Cuándo llegará el día en que partamos del Egipto de este mundo?”; “¡Ay! Huyamos pronto de Sodoma antes de que el fuego nos alcance”; “Dejad que las lenguas de los burlones profieran insultos”.
4 “Achtotiamehuan anquitztoque tlahuizcalli, amoncuicatinemi”.
%209.23.52%E2%80%AFa.m..png)

%209.32.55%E2%80%AFa.m..png)
%2012.09.41%E2%80%AFp.m..png)
%209.19.37%E2%80%AFa.m..png)
%209.28.54%E2%80%AFa.m..png)