Hace unos días escuché una conferencia sobre el de De lineis insecabilibus (Sobre líneas indivisibles), un tratado atribuido históricamente a Aristóteles y que se sospecha pertenece al círculo de su discípulo Teofrasto. El texto está compuesto por pocos folios e investiga si existe una mínima geométrica, es decir, si hay una parte esencial en los objetos matemáticos que no pueda dividirse. Esta conferencia la dictó Susanna Kinzig (Tübingen) quien será la próxima editora y traductora de esta obra.
Me llamó la atención que Susanna sea matemática y filóloga, una coincidencia necesaria para hacer este tipo de trabajo. Al mismo tiempo que debe dividir las extensas líneas del griego para traducirlas hasta el último punto, debe probar aquellos axiomas y teoremas que muestren que hay algo indivisible en las líneas de la geometría. Se podría escribir un cuento al estilo de Borges de alguien que traduce líneas a diferentes sistemas geométricos sabiendo que hay algún punto intraducible que nunca podrá ser expresado de otra manera.
Lo que me atrajo de todo esto fue la discusión mereológica sobre el todo y la parte que incluye el De lineis. El pseudo-Aristóteles analiza si las líneas están formadas por partes y si éstas son divisibles al infinito o si hay algo que sea elemental. De inmediato trasladé este problema matemático a las discusiones trinitarias y cristológicas. Si los objetos matemáticos carecen de materia, al igual que las personas divinas, ¿son inconmensurables o tienen algún límite que los defina? ¿Si ambos seres son simples pueden ser analizados? Con cada incógnita mi interés crecía en este tema. ¿Habrá alguna posibilidad de que estos razonamientos y abstracciones matemáticas hayan influenciado las teologías de filósofos cristianos como Agustín, Boecio o Juan Filópono?
La hipótesis valía la pena investigarla y decidí escribirle a Susanna. Nuestra conversación fue en inglés (mi alemán aún no es tan bueno). No recuerdo bien el orden de los temas que discutimos, pero estoy seguro de que una de las primeras cosas que hicimos fue comparar los objetos matemáticos con los seres físicos. Me llamó la atención que hay una semejanza evidente que no había caído en cuenta entre las líneas y los seres naturales: ambos están compuestos de partes. Pero ¿la parte del rectángulo es semejante a la parte de un cuerpo humano? Si separamos una de sus cuatro líneas destruimos el cuadrilátero, pero si removemos una de las cuatro extremidades ¿el cuerpo humano sigue siendo el mismo?
Otra de las cosas que le pregunté fue sobre la recepción que tuvo el De lineis en otras tradiciones, pues recordaba que en su conferencia había citado algunos testigos del texto, como Juan Filópono. Ella me dijo que aún todo era incierto y que ese era uno de los grandes desafíos de su investigación. Al parecer este tratado aparece en algunos catálogos de obras aristotélicas, pero nunca recibió el estudio adecuado por parte de siriacos, griegos, árabes o latinos. Quizás a los árabes les habría interesado mucho esta discusión sobre el atomismo matemático, pues les hubiera servido para fundamentar de manera más sólida su atomismo teológico.
El De lineis reaparece en escena de una manera inusual, a la mitad del Comentario a la Física de Alberto Magno. Uno nunca sabe qué pudo entender un autor como Alberto Magno, quien interpretó de manera atrevida y a veces creativa sus fuentes. Susanna aún no tiene explicación de cómo pudo llegar ahí, por lo menos no me lo dijo. Una vez más creo que de esta historia podría escribirse como un cuento borgeano: el movimiento de las ideas a través de sus traducciones es incierto.
Durante el transcurso de nuestra conversación llegamos a un punto donde todo se dividió, dejamos de hablar el inglés académico y lo sustituimos por el español coloquial. Susanna es divisible: una mitad es alemana y la otra es mexicana. Fue una grata sorpresa para mí, lo que nos llevó a platicar sobre otra clase de divisiones: el racismo. Recuerdo que en la cena después de su conferencia en Jena, éste era uno de los temas que más le preocupaba. Y no es para menos, el racismo en Alemania crece de manera acelerada. La continua segregación parece ser infinita, la discriminación violenta y accidental por etnia, lengua, religión o color de piel, no nos permite llegar al punto atómico donde todos estamos compuestos por las mismas partes.
La suma de todas nuestras diferencias, como la suma de nuestras partes, no es la totalidad de quienes somos. Los humanos somos tan complejos que nuestra identidad no es atómica, parece ser una sucesión continua de mónadas de DNA, pensamientos, creencias, lenguas, emociones. Al centrarnos en sólo una de sus partes perdemos el todo de los seres humanos, así como si nos centramos en una palabra perdemos el texto y si vemos un punto no vemos la línea.