REGISTRO DEL TIEMPO
17/12/2025

El almirante sí tiene quien le escriba

Luis Bazet

Otros podrán volver a sus padres, sus hermanos, sus esposas. A mí mi hogar me es lejos y no tengo dinero. Yo retorno a una estación central y tabernas oscuras, a una plaza y un tranvía y a los rígidos atlantes de cierta fachada. Paso Navidad en República Checa.

No es la primera vez que voy. Ni siquiera es la primera vez que paso Navidad en la ciudad a la que me dirijo, que quizás es la que más he visitado en el mundo. Es que la amo. Amo sus teatros, su madrugada y su gente, sus cristales y su música. Compré los boletos hace meses para poder costearlos y, si bien me gusta vivir donde ahora lo hago, a veces en silencio cuento los días que quedan para ir a Chequia. El día se acerca; de hecho, casi está aquí. Pero sé que antes de llegar toca hacer una parada.

Volar a Praga, que no es donde pasaré Navidades, es impráctico en mi caso. Yo vuelo a Viena, desde cuyo aeropuerto puedo tomar un autobús a la ciudad a la que voy, también ya reservado. Siempre me ha dado miedo que el vuelo se atrase y pierda el autobús, así que suelo dejar unas tres o cuatro horas entre el aterrizaje y la ida. Esas horas las paso, siempre y sin excepción, en el Café Admiral.

El Café Admiral es un tugurio en el aeropuerto de Viena. Es un sports bar pero más feo de lo normal. Las paredes están decoradas con fotomurales de jugadores de futbol, que a su vez están cubiertos de pantallas, y tras unos torniquetes (!) hay una sala con máquinas de apuestas. La comida es mediocre por decir lo menos —una vez me comí ahí un gulasch que indudablemente fue extirpado instantes antes de una lata, y no una nueva— y venden cervezas acuosas en vasos de a litro. Es una cutrez y me encanta pasar el tiempo ahí. En el Admiral he terminado muchos pendientes de trabajo, he rayado manuscritos de novela y avanzado con mis lecturas personales. Pero nunca he escrito en el Café Admiral.

Mis detractores dirán que me gustan los sitios como el Café porque soy una persona vulgar. Pero entre los innumerables defectos de mis detractores hemos de contar, primero, su falta de afición por el misterio. Antes de aventar respuestas vale la pena sopesar la pregunta. Otro de sus defectos es que, a diferencia de mí, les encanta que les vean la cara en la cuenta; a lo mejor yo voy a un tugurio pero por lo menos pago como tal. Un último defecto es su incapacidad para apreciar las cosas sencillas. Con el tiempo me he convencido de que es reducido el número de verdades que no podemos expresar con palabras simples, en oraciones cortas y en párrafos pequeños. Algo similar debe ocurrir con los bienes del mundo de los hechos y las cosas, allende las palabras.

Creo que no escribo en el Café Admiral porque la escritura me parece un ejercicio inherentemente retrospectivo. Yo, así como me ven, escribo en mi diario más que otra cosa, e incluso escribir sobre o para el futuro es poco más que escribir sobre los pensamientos que hemos tenido al respecto. Pero en el Admiral yo nunca miro hacia atrás. Estoy mirando el reloj viendo cuánto falta para que salga mi autobús, y me presento en la parada casi media hora antes. El Admiral es solo una escala, pero forma parte de un camino que siempre me hace feliz recorrer.

Escribió Julián Herbert sobre otra ciudad: “Pienso en mis palabras: ‘Espero verte pronto’. Esa es la única frase con la que puedo despedirme de Berlín. Nunca voy a poder decirle adiós”. Mi predicamento es el mismo. No quiero despedirme nunca de mi pueblo checo predilecto; solo tengo holas para dar. Espero con emoción el momento de dárselos, así como todas las etapas del trayecto.

Bien recibe Chequia a un extranjero. Especialmente en Navidad.

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