Hace unos días, una amiga y colega politóloga me comentaba: “tus críticas son correctas, pero parecen de Extrema Derecha. Aunque yo sé que eres una persona progresista”. Fin de la cita. Parecer o ser: he ahí el dilema Hace algunos años semejante observación, especialmente al provenir de una persona que estimo, me habría provocado desazón. Ya no.
La respuesta, dirán mis críticos, es que no me incomoda porque mi amiga tiene razón: “te has vuelto un reaccionario”, diría cierto antiguo capo de CLACSO, aficionado a los manotazos y los escándalos, al que me enfrenté hace algún tiempo por estos predios. Y aunque a estas alturas me importan muy poco las malas etiquetas, creo que la respuesta habita en otro lado. Me ayudó a comprenderla otro colega y amigo, residente en mi isla natal, quien declaró con notable valor civil e intelectual en el pasado congreso de LASA: “Oigo todo eso que se ha dicho aquí sobre las extremas derechas...pero acaso hay algo más fascista que el gobierno del país de donde vengo?” Fin de la Cita (*Y aplausos, por favor)
Como creo que esta experiencia no solo me ha tocado a mí, sino que se les repite a menudo a ustedes en sus espacios y conversas, podría ser necesaria alguna respuesta al asunto del “etiquetado reaccionario”. Y la voy a formular bruscamente —porque seguir cediendo a la corrección política es parte central de nuestro problema— aquí y ahora: reside en el triple fracaso, no anecdótico sino estructural, del campo académico, la condición intelectual y el pensamiento de izquierdas en la Latinoamérica del último cuarto de siglo. Un fracaso sistémico, político y moral, que ha dejado millones de víctimas y una serie de nobles promesas convertidas en ripios malolientes. Cuando no en coartadas criminales.
Pensemos serenamente: ¿cómo evaluar, en el plano terrenal, la realidad de cualquier ideología, de algún “ismo” concreto? Esbozo tres niveles:
1) Atender lo normativo: los fines proclamados; esas grandes metas, ideales y valores políticos de “la causa” enarbolada;
2) Revisar lo pragmático: los medios elegidos, las agendas, estrategias, recursos y actores implicados en la consecución de los fines anunciados ex ante;
3) Valorar los resultados históricamente conseguidos; en qué medida medios y fines se han (o no) correspondido y que han dejado ex post para las personas y colectividades implicadas.
En cualquiera de los tres planos —normativo, pragmático, histórico— el balance de un siglo de comunismo realmente existente, en tanto modelo de sociedad, cultura y poder estatal, es deficitario en lo material y en lo humano. Si hablamos de Latinoamérica, los 67 años de castrismo y 25 años de chavismo son saldos aún peores; dejando a los países en un plano civilizatorio dolorosamente regresivo, respecto al punto de partida del experimento y al estado actual de la inmensa mayoría de las naciones vecinas.
Acepto debatir, por cierto, en cualquier foro y con cualquier contendiente con un mínimo de honestidad y neuronas, la anterior “tesis”. Aunque sospecho, por experiencia, que el convite no podrá con la complicidad y el disimulo generalizados.
La gran paradoja de todo esto reside en que buena parte de los sectores ilustrados de nuestras sociedades contemporáneas —sobre todo en el Norte pero también en partes del Sur Global— no pueden acometer la crítica pues siguen defendiendo esos modelos. Evidenciando una sobrerrepresentación demográfica y un sesgo ideológico de izquierdas, constitutivos de la intelectualidad y academia de ciencias sociales y humanidades modernas. Los que convierten a esas élites “cultas” en unos entes dogmáticos, autorreferentes y ajenos a las reales preferencias políticas de poblaciones siempre más plurales y dinámicas.
Son esas instituciones, figuras e ideas eruditas las que han permanecido en su gran mayoría silentes mientras el régimen cubano se ha negado a acompañar al resto de la región con su propia transición democrática. Lxs profesorxs que han aplaudido con alboroto infantil a los caudillos populistas llegados electoralmente al poder, en Centro y Sudamérica... pero que luego olvidan el antiguo entusiasmo, buscando irresponsablemente nuevas utopías redentoras para adorar, pontificar, justificar y lucrar en sus carreras profesionales. Lxs camaradxs que intoxican las propias instituciones y libertades que cobijan su labor, al importar tribalismos identitarios que niegan la diversidad, el debate y los derechos de una sociedad abierta.
Nada de eso me permite sin embargo sostener que nuestra realidad regional sea un fatum universalmente válido, una ley para cualquier tiempo y circunstancia. Las amenazas a la libertad y la justicia han provenido, desde los orígenes de la humanidad, desde las más disímiles coordenadas culturales, políticas e ideológicas. Por la diestra y por la zurda. Porque la libertad y el despotismo forman parte de la naturaleza humana. Y así seguirá siendo, mientras el mundo sea el crisol de lo múltiple y lo inesperado. Por suerte...
Pero lo específico del tiempo que nos ha tocado vivir desde el derrumbe del Muro de Berlín en esta mitad macondiana del hemisferio occidental, es que la amenaza (geo)políticamente mejor organizada contra la democracia y su red de discursos legitimadores, aparentemente más sofisticados y moralmente solventes, provienen de las izquierdas. De la izquierda autoritaria, que compensa su mediocridad con ambición y disciplina. De la izquierda democrática que avala cobardemente lo que su par carnívoro y caníbal le impone...olvidando que, cuando aquella llega al poder, no deja espacio para sus parientes veganos. Así ha sido por los últimos treinta años... y ni siquiera la ola autoritaria de derechas que asoma basta aún para compensar o revertir semejante hegemonía. Si es que puede llamarse un giro positivo competir al maduro Caribdis “progresista” con un neonato Scilla “libertario”.
Nada de eso niega tampoco que haya aportes teóricos o axiológicos, de causas sociales y políticas públicas, cuyo ADN pertenece a la mejor tradición de izquierdas republicanas y democráticas. Pero, a fuer de ser honestos, en esa misma línea, deberíamos reconocer a los muchos y notables liberales, conservadores y democristianos que se unieron en la derrota de Hitler o la instauración del Estado de Bienestar. La historia del siglo XX —y lo que va del XXI— nos enseña que ningún ismo puede arrogarse la superioridad en ningún campo de los asuntos humanos. Ninguno, en ninguno.
Termino con dos reflexiones finales. Mientras los centros políticos —e intelectuales— del Norte y Sur occidentales seamos presos de la parálisis intelectual, la cobardía política y la más elemental hemiplejia moral, seguiremos cuesta abajo, condenados a la irrelevancia práctica en el mundo de la realpolitik . En el peor modo posible de perder una guerra: por una derrota autoinfligida.
Entretanto, lo peor que podemos hacer quienes nos dedicamos profesionalmente a “pensar, hablar y escribir”, es seguir alimentando los ritos, culpas, silencios, aplausos, disimulos y mentiras de un mundo ilustrado convertido en corresponsable de los fracasos, mentiras y crímenes —sí, crímenes— de las tiranías que han oprimido a 45 millones de personas en tres naciones sufridas del continente; así como de los gobiernos y movimientos aliados. Si por enfrentar eso nos llaman “extremistas” o “reaccionarios”, bienvenido sea el sambenito.
Al final, no hay nada tan ajeno a la naturaleza humana como sobrevivir buscando tout court el acomodo y la aceptación general; rechazando la acción que, diría Arendt, define nuestra esencia. Y si para ello hay que “reaccionar” a los sacrificios cometidos en el altar de los falsos progresos, “reaccionemos” pues....
Alea Jacta Est
Arte en portada
Flight, from the Emperor series,Aaron Douglas