Why are you full of rage? Because you are full of grief. Why are you full of grief? Because we are full of war and people have been killed.
Critchley, Simon, Tragedy, the Greeks, and Us. New York: Pantheon Books: 2019.
Creo que la convicción en un movimiento debe comenzar con la decepción. Debe comenzar con la decepción no solamente de la realidad o situación contra la que se protesta, sino con la decepción acerca del movimiento mismo. Por un lado porque, como dice Critchley (el de la frase de arriba), la comprensión de la realidad exige un diálogo entre posturas aparentemente antagónicas que suelen resultar complementarias. Y por otro lado porque, como también dice Critchley, la “justicia es conflicto” en tanto que es un enfrentamiento entre bandos (usualmente dos) que están preparados para defender su punto de vista hasta llegar a los puños.
Pensar en el movimiento feminista de la Ciudad de México (luego la acusan a una de generalizar) y lo que lo rodea me causa una decepción tremenda. Me decepcionan los crímenes y violaciones que alimentan la tristeza, la rabia y la indignación colectiva que motivan las protestas; me decepciona el gobierno incapaz de ejercer la más básica de sus atribuciones: aplicar la ley; me decepciona la mala fama que se ha hecho de la gente, acciones y consignas que sostiene el movimiento; me decepciona la ignorancia voluntaria que contribuye a las razones para desestimarlo; me decepciona que parece que no ha mejorado nada; me decepciona que mientras haya violencia “hablar de paz no significará nada” (Halliwell, Learning from Suffering, pp. 394-95) y la única respuesta posible será más hostilidad, más conflicto en busca de justicia.
Me decepciona porque si no me decepcionara entonces ya habríamos conseguido el ideal que nos mueve. Me decepciona porque es todavía un proyecto inacabado que continúa alargándose en el tiempo. Me decepciona también porque no creo en cuentos de hadas, pero no pierdo la esperanza. A eso se refiere (otra vez) Critchley cuando dice que la filosofía debe comenzar con la decepción, pero no terminar ahí, sino convertirse en el punto de partida para reconsiderar lo que se ha hecho bien, lo que se ha hecho mal, lo que hace falta.
El movimiento feminista en CDMX podrá ser todo lo que usted guste y mande, pero infundado no está. Claramente, aunque la violencia afecta a todo México, las razones que la motivan difieren. ¿Una de las razones que motivan el ataque a una mujer es que es una mujer? Sí. ¿Resulta que en la historia reciente el movimiento feminista ha tenido mucha difusión y atención? Sí. ¿Surgió una protesta aprovechando que hay un Día Internacional de la Mujer para reclamar condiciones que mejorarían la calidad de vida de este grupo? Sí. Diga usted que “está de moda” (que poco se distingue de “es plausible y por ello la gente lo cree”) si le parece lo más cómodo, pero lo cierto es que ni el día de protesta ni el reclamo que vociferan ha surgido por casualidad o sin razón.
Es monstruoso pensar que, con suerte, llego viva a cualquiera que sea mi destino. Que me vean con lascivia, me chiflen o me piropeen es lo de menos. Y qué grotesco que eso sea el menor de los males.
Entre los muchos y válidos reclamos del movimiento, el más urgente es el de asegurar la vida y la seguridad de las mujeres. El feminismo interseccional señala minuciosamente los factores que agudizan la problemática, pero yo lo que traigo claro es que para visibilizar el trabajo y abuso doméstico e intrafamiliar hemos de estar, antes que nada, vivas. Quizás ahorita, en México, no sea el momento de abogar por todas las minorías y catalogar in extenso cada una de las condiciones que afectan desproporcionadamente la calidad de vida de las mujeres, sino de reclamar que el gobierno haga la cosa más primordial que le compete: proteger mediante la ley y con la fuerza del estado la vida de sus ciudadanås. Su negligencia, su corrupción, su indiferencia, es imperdonable.
Este año, como el anterior, fui a marchar al zócalo. Me dio mucho gusto ver tanta morra. Me dio mucho gusto ver niñas, madres y abuelas. Me dio gusto saber que la situación no les es indiferente. Me dio mucha pena que esto sea necesario. Y me dio mucha pena ver la decepción y el reclamo a la primera mujer presidenta. La consigna era “Claudia, mentirosa, no llegamos todas”. Nunca mejor representada que ese mismo día en el que la Dra. Sheinbaum se resguardaba tras los muros de Palacio Nacional barricado y rodeado de policías. No menos indignante es que decidiera hacer un mitin en honor de sí misma al día siguiente.
Me decepciona la presidenta no porque debido a su género esperaba más de ella, sino porque cada dirigente (en principio) ha llegado a su cargo gracias a la confianza que los ciudadanos ponen en él. Cada vez nos animamos diciendo que ahora sí será diferente. Que se lo dejaron muy mal pero que va a mejorar. Que todavía es muy pronto para juzgar. Que la situación era imposible. Que el tiempo no fue suficiente.
No me decepciona la presidenta porque no espero más de ella por ser mujer. No compro la opinión esquizofrénica de que las mujeres son más virtuosas pero también las peores enemigas de ellas mismas. Esta criatura mítica y fantástica que es la mujer es tan humana como cualquier hombre (el “humano” por defecto), pero parece que incluso dentro de la misma protesta nos alcanzan los estándares inalcanzables y contradictorios que permean en todas las demás esferas de nuestras vidas. No basta con ser feminista, hay que ser tambiém ecologista, internacionalista, santa, girl boss, ser humano ejemplar y monedita de oro. Claro, a eso aspiramos todås, pero la realidad es otra. Nuestra condición humana es innegable y padecer de ella no es motivo para excluir a nadie de la “verdadera protesta legítima”. Máxime porque quien sea que se haya adjudicado el papel de juez es ciertamente humano como quien más.
Sostengo que sólo se puede ser feminista partiendo desde la realidad propia (interseccional en sí misma porque todas somos seres humanos multidimensionales). La empatía por supuesto es indispensable para fomentar la unidad y la comunidad (crea segmentos específicos que resultan interseccionales), pero esta no conlleva una obligación directa. Uno puede protestar por los grupos que considere, incluso si no se pertenece a ellos, pero la demanda de apoyo a todas las luchas y resistencias al mismo tiempo y obligadamente, es una demanda de perfección: es imposible y es dañina.
Recientemente alguien me dijo que las mujeres de ahora tienen menos poder porque les preocupa que las perciban y etiqueten como una u otra cosa. No estoy totalmente de acuerdo con la afirmación, pero creo que la hipervigilancia en la que nos encontramos sí dificulta decir algo como —no grito por grupo C (de quien no conocías ni la existencia)—, a lo que se espera una respuesta indignada tal como —¿cómo no vas a gritar por una de las minorías más vulnerables? Perdemos de vista que es posible no hacer algo simplemente porque no es el enfoque principal y no por una premeditada y odiosa voluntad de excluir o minimizar otras luchas. Por supuesto que mi mayor preocupación son las mujeres desaparecidas en Sinaloa, las traficadas en Tlaxcala, las asesinadas en el Estado de México. Por más que quisiéramos no somos ni omniscientes ni omnipotentes y nuestras fuerzas son limitadas. Es necesario escoger nuestras luchas, es necesario tener claros los criterios personales en los que nos basamos para hacer un mejor uso de nuestras energías. Ser feminista-a-secas no debería ser una objeción para nada. Mucho menos para ser parte de la “verdadera protesta legítima”.
Fui a la marcha y me robaron el celular. Fui a la marcha y no me volví amiga de todas. Fui a la marcha y desaprobé las acciones de algunas. Fui a la marcha y lloré y me desgañité. Fui a la marcha y no pienso dejar de ir hasta que ya no sea necesario o ya no pueda. Fui a la marcha y me encontré con lo que creo que es el futuro de este movimiento: mujeres individuales con convicciones personalísimas, marchando en comunidad unidas por un reclamo común. Creo que eso es lo que hace falta en el movimiento para que más mujeres puedan identificarse con él. Pretender que hay un solo discurso verdadero, autodenominándose pilar de la justicia e imparcialidad, nos hace más propensas al individualismo en vez de a la comunidad. “Hay mujeres que no quiero en mi vida, pero sí con vida”.
No es necesario compartir un discurso inamovible e idéntico, sólo es necesario caminar juntas, mitigar el duelo y alimentar nuestra esperanza.