REGISTRO DEL TIEMPO
1/10/2025

El centro no es neutral

Alfonso Ganem

El centro de Weimar es pequeño y humano, apenas tiene unas cuantas calles y cuadras que pueden visitarse en poco tiempo. La mayoría de los edificios están separados entre sí y no son muy altos, lo que por fortuna deja ver el cielo a cualquier hora. Sólo la iglesia de Herder, el palacio de gobierno, el Teatro Nacional y la casa de Goethe se aprecian a la distancia. Los cuatro edificios dividen al centro en cuatro centros de poder: religión, política, arte y saber. Una tétrada que desafía la lógica hegeliana, pero que le da a la ciudad una urbanidad pitagórica.  

La estética del lugar no es lo único que llama la atención, sorprende también que en tan limitado espacio hayan estado numerosas figuras de la historia alemana y universal. Algunos sólo estuvieron de paso como Napoleón y Hitler, otros entrelazaron su biografía con la de Weimar. Basta leer las placas en los dinteles y paredes del centro para saber que ahí vivió Lutero, Goethe, Schiller, Herder, Eckermann, Anna Amalia, Bach, Andersen, Wieland, Coudray, Luzie Unruh (primera maestra panadera de Turinga), George Eliot, Friedrich Müller. Y si uno se aleja un poco del centro encuentra las casas de Liszt, Hummel, Nietzsche, Gropius, y Kandinsky. Como dice Thomas Mann “[e]n Weimar no hay caminos anchos. Nuestra grandeza es de espíritu” (Bei uns in Weimar gibt es dergleichen wie weite Wege nicht; unsere Grösse beruht im Geistigen).

Pese al reducido tamaño del Altstadt, me tomó tiempo encontrar muchas de estas placas. Al principio de mi estancia me perdía con frecuencia, muchas veces por descuido y despiste, otras porque invertía el sentido de las calles. Una vez alguien sospechó que padecía dislexia y en su momento le creí; ahora veo lo errado del diagnóstico. He recorrido estas calles y las conozco de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Además, las milongas me han probado que no tengo dos pies izquierdos, sólo era necesario tener paciencia para ejercitar mi orientación y mis articulaciones. Aunque confieso que hay otras derechas y otras izquierdas que me siguen confundiendo.

Hace varias semanas hubo una manifestación organizada por la AfD, el partido clasificado por la inteligencia alemana como de extrema derecha. Fue inesperada la demostración y tomó a todos por sorpresa. En pocos días la sociedad civil y otros actores políticos tuvieron que organizar la contra-demostración. Convocaron a una movilización, repartieron volantes por las redes sociales y las calles y hasta los pegaron en los botes de basura; en ellos se leía la leyenda “¡A la calle! Espacio para la democracia” (Auf die Straße! Platz für Demokratie).

El 26 de abril del 2025 el tranquilo centro de Weimar se transformó en una arena política, como lo fue alguna vez en su pasado. Los de la AfD se congregaron en la plaza del teatro para dirigir sus arengas y discursos, justo a un lado de la icónica estatua de Goethe y Schiller. En cambio, la contra-demostración armada con tambores decidió rodearlos por todos los flancos, ocupó las tres calles que llevan al Teatro Nacional: Wielandpltaz, Sophienstiftsplatz y Goetheplatz. Frente a frente ambas demostraciones dividían el centro de un modo paradójico: al centro estaba la extrema derecha y a los extremos la derecha moderada y las otras izquierdas.

Lo único que los separaba era la policía. Una fuerza imparcial que siempre acompaña a este tipo de manifestaciones, sin importar que sea sólo un puñado de personas que denuncia la invasión de Ucrania o un gran contingente en contra de los refugiados. En esta ocasión el número de gendarmes era el mayor que había visto, acordonaron todo el centro de Weimar y llevaban un control estricto de quien iba a cuál de las demostraciones.

Hubo algunos curiosos que se pasaban de un lado al otro de la contradicción y regresaban desconcertados de lo que escuchaban en ambos bandos. De un lado había discursos que pregonaban la libertad y que encubrían políticas fascistas; y del otro, sólo había música y gritos de protesta que intentaban interrumpir a los oradores contrarios. ¿En dónde residirá la razón de esta ciudad romántica: en la palabra o en la melodía?  

A lo mejor mi dislexia política se debe a las propias contradicciones históricas que tiene Weimar. Al término de la Primer Guerra Mundial, la Asamblea Nacional se reunió en está ciudad para firmar la nueva constitución y escogieron al Teatro Nacional como el escenario principal para debutar su democracia. Pasaron pocos años, y muchos problemas en el medio, para que el canciller Adolf Hitler regresara a Weimar y fuera ovacionado por gran parte de la ciudad.

Él siempre se hospedaba en el hotel Elefante y desde las inmediaciones del mercado, la multitud le gritaba “Querido Führer, sal de la casa de los elefantes. Querido Führer, sé amable, acércate al alféizar de la ventana” (Lieber Führer komm heraus, aus dem Elefantenhaus. Lieber Führer sei so nett, tritt zu uns ans Fensterbrett). Es el mismo hotel que describió y volvió famoso Thomas Mann en su novela Lotte en Weimar. Cuánta semejanza literaria y desgracia histórica que a Charlotte Kestner (protagonista de su novela) también la esperara todo Weimar afuera del hotel.      

El hotel Elefante no es el único edificio que padeció este tipo de contradicciones. El Teatro Nacional donde se pusieron en escena los valores democráticos, se vistió por ese entonces con los pendones del nacionalsocialismo. Pero sin duda, la mayor de todas estas aberraciones y vergüenzas históricas, fue que en las cercanías de esta ciudad humanista construyeran el campo de concentración de Buchenwald. ¿Cómo es posible que una joven democracia se entregue tan rápido a la seducción del autoritarismo? ¿Acaso importa más la seguridad y el control que la libertad? ¿Nos asusta tanto el futuro que entregamos nuestro presente a los que prometen glorias pasadas?

A décadas de distancia, la confusión permanece en Weimar. La AfD con sus discursos a favor de la libertad quiere arrebatarla a propios y extraños. Entre su agenda está limitar la libertad de expresión y pensamiento, deportar migrantes y refugiados, eliminar el pluralismo para salvar a la democracia. Trata de desmarcarse de sus influencias nazis, al decir que los del nacionalsocialismo eran socialistas y de izquierda y ellos son democráticos y de derecha. Y con tristeza, su retórica tiene éxito en el este de Alemania y se acerca poco a poco al oeste; hoy son la segunda voz en el Parlamento alemán.  

Lo unheimlich que tuvo para mí la doble demostración del 26 de abril, continuó más allá de las palabras y música en alemán. A pocos metros de ese epicentro político, la comunidad latina de Weimar celebró una fiesta a la que me invitaron y asistí con gusto. La reunión fue organizada con meses de antelación y no tenía ningún fin político. Hubo baile, conversaciones, risas y mucha comida de fusión hecha con ingredientes alemanes y árabes siguiendo recetas latinas (argentinas, colombianas, cubanas, mexicanas, paraguayas).  

Fue una de esas tantas contradicciones que ocurren en esta zona de Turinga. Era una sensación extraña escuchar los gritos en contra de los migrantes y que los latinos no fuéramos el objetivo de esos ataques. A veces en nuestro propio continente nos despreciamos por ser de derecha o de izquierda, por ser del norte o del sur, rico o pobre, pero en un lugar ajeno como éste nos olvidamos de nuestras diferencias y nos reunimos con amistad; cuánta verdad hay en los versículos que rezan “nadie es profeta en su tierra” y “los suyos no lo(s) recibieron”.

Una vez más me desoriento y me pierdo. La derecha y la izquierda son términos relativos, se necesita uno a otro para poder existir; al igual que no hay arriba sin un abajo, una madre sin hijo, un tirano sin súbditos y una democracia sin ciudadanos. Pero hoy, como hace un siglo, los límites que acotaban y definían a las ideologías políticas se han vuelto borrosos y se confunden. La extrema derecha y la extrema izquierda están en pláticas para formar una mayoría en el parlamento.

Fui hace unos días a una exposición sobre el Nacionalsocialismo en el museo de la Bauhaus, me acompañó mi amiga y colega germanista Stefanie Kron. Los cuadros, fotografías y documentos nos asombraron, sobretodo por sus fechas que coincidían con las nuestras. A un siglo de distancia parece que vivimos otra vez algo que como humanidad ya experimentamos. De los dos, ella fue la que quedó más consternada, porque ha crecido escuchando esta historia una y otra vez. El eterno retorno nietzscheano de la concentración del poder, la militarización, la censura al conocimiento y al arte, la persecución, la violencia de las masas, el auge de autócratas carismáticos, la incertidumbre social ante los futuros contingentes.

Para prevenir que la historia ocurra una vez más el pueblo alemán depositó en sus escuelas y en sus docentes la tarea de defender la democracia. Sin importar la materia de estudio los maestros tienen el deber cívico de estar al pendiente para explicarles a sus alumnos los valores del pluralismo, la inclusión y la no segregación. Aprendí esto la tarde-noche que conocí a María, una profesora de lengua y cultura francesa, que se dirigía a dar clase a la Volksshule de Weimar. Me admiró que, pese a su cansancio y los contenidos tan específicos de su clase, aún estuviera preocupada porque sus adultos pupilos tuvieran un espíritu democrático.

Mi illichianismo me hace cuestionar si debe quedar en manos de la escuela enseñar y promover alguna forma de gobierno. Pero, por lo que María alcanzó a decirme, lo importante es formar una conciencia crítica e informada para prevenir el auge de cualquier forma de autoritarismo. Los docentes promueven los valores democráticos con preguntas y debates que fomentan habilidades de argumentación y análisis lógico. Hasta ahora no había visto con tanta claridad como la acción comunicativa de Habermas se ponía en práctica.

Y aún así, pese a los esfuerzos de María y otros miles de docentes, la retórica disuasiva gana terreno frente a la dialéctica y el pensamiento crítico. Hoy los argumentos que tienen valor son los que más se reproducen y se descargan en las redes sociales, los que se comparten y son fáciles de comprender. La mayoría de estas voces ofrecen análisis triviales de los problemas y soluciones rápidas, todas prometen lo mismo: un futuro mejor e inmediato.

El riesgo que corre la democracia es que sólo proliferen estas voces populares y superficiales y desaparezcan otras más profundas. Debemos evitar que la polifonía se vuelva en monotonía y que el centro se torne neutral. Si las plazas y las calles no son plurales y diversas, si no se visten de protestas, culturas y debates, entonces la democracia será disléxica y no reconocerá la izquierda de la derecha o a un dictador de un verdadero demócrata; todo tendrá el mismo sentido.  

Por ahora Weimar tiene un centro vivo que abre su espacio para los conciertos, los mercados y las manifestaciones, sin importar que sean de derecha o de izquierda, nacionalistas o cosmopolitas, autoritarios o demócratas; es un lugar para europeos y también para latinoamericanos. Durante los domingos del verano hay tango en la plaza del Teatro Nacional. A los pies de Goethe y Schiller toca la música en vivo y las parejas bailan a un ritmo que no les es muy familiar, pero encuentran el modo de volverlo suyo. Pocos entienden la letra, pero descubren la melodía, lo bailan a su estilo y hacen algo propio: un tango de Weimar.

Al ritmo de Carlos di Sarli, de Alfredo de Angelli y de Francisco Canaro la democracia baila y planta los pies contra el autoritarismo. Es una genial rebeldía histórica que en el mismo centro y plaza del Teatro donde hace cien años cobraba fuerza la voz del nacionalsocialismo y se extinguían los bailes populares de Alemania, hoy se escucha en su lugar al bandoneón, la guitarra y el canto argentino. Ver bailar a los alemanes abrazados y caminando a pasos latinoamericanos es prueba de que aún pueden reconocer su derecha de su izquierda; espero que sea suficiente para distinguir también a los autoritarios con aspecto democrático de los verdaderos demócratas.

Arte en portada

Untitled, Agnes Martin

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