REGISTRO DEL TIEMPO
16/7/2025

Encarnación 

Alfonso Ganem

Lo más entrañable que poseo, me lo obsequiaron en Weimar. Es un icono de María Madre de Dios, una bella tabla que al fondo tiene una delicada hoja de oro y pintadas al frente las figuras hieráticas de la Virgen y el Niño. Ella señala con su mano derecha a su pequeño hijo y con la izquierda lo rodea para que esté seguro sobre su regazo. Cuánta contrariedad en tan conmovedora y breve escena: señalar a quien es ubicuo y contener a aquel que es incontenible. Diario lo contemplo. No hay día que pase sin que descubra detalles que antes había pasado por alto.

El icono es el primer texto que leo por las mañanas, pero sin duda no el último. Paso el resto del día consultando y traduciendo la correspondencia, los sermones, los tratados y las polémicas de herejes y ortodoxos, para aprehender nuevos enigmas de este misterio divino. Desde hace tiempo investigo para escribir un libro sobre la Encarnación de Cristo y su consubstancialidad, es decir, cómo el Verbo habitó entre nosotros como Dios y como hombre. Es uno de esos quehaceres que duran toda la vida, pero, desde que trabajo en Jena, apenas he tenido tiempo para redactar las primeras páginas. Parece una coincidencia escribir acerca de la unión contradictoria entre la divinidad y la humanidad, en la misma ciudad en donde Hegel describió con su dialéctica el camino atropellado de la razón. Sin embargo, mis intenciones son menos ambiciosas y no planeo hacer una teología de la historia. A mi sólo me interesa un singular momento, aquel donde Dios asume nuestra carne y lo ilimitado es limitado; lo invisible, visible; lo eterno, creado.    

Dios tiene tacto. Esta es una novedad, un aspecto toral de la Encarnación que no tiene antecedente en la Torá. Para el mundo judío aquel Otro absoluto y trascendente no puede ser inmanente a su propia creación.  En la Guía de los perplejos, Maimónides explica que todo atributo corpóreo dicho de la divinidad es metafórico. Pero el cristianismo no sólo profesa que Dios tenga una sensibilidad carnal, necesita que la tenga para llevar a cabo la economía de la salvación. Muchos de los milagros realizados por Jesús ocurren cuando toca a otros. Él cura los sentidos de ciegos, sordos y tartamudos al tomar con sus manos los ojos, oídos y lengua; parte el pan y lo multiplica, restaura orejas sin sutura, incluso basta con sólo tocarlo para recobrar la salud de nuestra naturaleza enferma.    

El tacto es el sentido más animal y con el cual entramos en contacto con lo humano: un abrazo, un apretón, un beso, una caricia, un golpe, una palmada, el sexo. Para tener todas estas experiencias, el Verbo tuvo que cometer dos contradicciones para que incorporarse y encarnarse. Primera contradicción: aquel que es incorpóreo es corpóreo. Semejante a un punto que gana extensión y se vuelve una línea y una línea se torna en figura cuando adquiere profundidad, así el Verbo se engrosa dentro de los límites tridimensionales que circunscriben a los cuerpos. Segunda contradicción: aquel que es magro se encarna. Una vez que el Verbo se corporeizó puede asumir nuestra carne con todas sus cualidades naturales: placer, dolor, ignorancia, digestión, excreción.  

Para la ortodoxia que se extiende desde Nicea hasta Calcedonia, Cristo es consubstancial con Dios y con los seres humanos; pero para la herejía, esta contrariedad no es posible y se debe escoger entre una de las dos sustancias. ¿Cómo ser ilimitado y limitado, invisible y visible, eterno y originado? ¿Cómo ser a la vez el hijo de Dios sin madre y el hijo del hombre sin padre? Por eso, para gnósticos, apolinaristas, nestorianos, eutiquianos y julianistas, Cristo o es Dios o es hombre, completo o incompleto, es uno o son dos, sustancia o fantasma, corruptible o incorruptible.  

El estudio de esta extraña y paradójica mezcla entre lo espiritual y lo carnal, conlleva un alto costo para la existencia. Muchas veces uno paga lo que quiere con una moneda distinta de lo que desea; así funciona el comercio, Antonio pagó con una libra de su carne la deuda por 3000 ducats que debía a Shylock. En otras raras ocasiones se paga lo semejante con lo semejante. Al indagar la solidificación del Verbo en la carne doy a cambio libras de mi propia sustancia, pago carne con carne. A medida que avanzó en mis lecturas y mi pensamiento se adentra más en las complejas circunvalaciones de la cristología, siento como me descarnó. Con el tiempo que llevó aquí en Turingia percibo como mis músculos se adelgazan y pierden tono, mi fuerza, como mi resistencia y condición van mermando.

La pérdida de carne es la pérdida de mundo, Illich acierta de nuevo. La falta de grosor y densidad en mi tridimensionalidad están acompañadas por otra ausencia: la soledad. Son largos los períodos de tiempo que paso sin contacto físico. Extraño sentir la fuerza que da un abrazo sincero, una palmada efusiva en la espalda, el contacto de los labios y las mejillas cuando alguien te besa, el simple roce de la piel cuando alguien te da la mano, hasta los golpes al boxear. La ausencia de todos estos gestos y afectos vuelven la experiencia de la carne liviana y etérea, al punto de que siento como se rarifica. En esos momentos vuelvo una vez más a mi icono para encontrar algo de consuelo. Durante esos prolongados lapsos de abandono veo a la madre intentando contener a su pequeño incontenible. Es un abrazo continuo y perpetuo que revela el carácter social de la carne: el Verbo habitó entre nosotros.

Lo humano es algo que se aprehende a través de los sentidos. Los bebés reconocen la esencia de la madre como el olor del hogar, pero les cuesta reconocer esa voz fuera del útero. Son más familiares a otras resonancias que les leyeron y les cantaron antes de nacer, nace en ellos un sobresalto con sólo escucharlo. Y sin duda, el tacto es la mayor invitación a la comunidad humana. Toda la gramática de los afectos se transmite en un arrullo, en sostener su cabeza, en cargarlo, al cambiarlo, en sobar sus heridas y animarlo con caricias. Hay humanidad de sobra en su tomar su mano y también la hay al soltarla para que se incorpore a la comunidad y sus ritos.    

El tacto y el contacto son algo necesario durante toda nuestra vida. A cada momento nuestra carne pide ser tocada de para sentirse acompañada. El cuento de David Grossman lo retrata bien: el abrazo rompe nuestra soledad de ser únicos. Y sin importar que sea el hijo de un hombre o el hijo del hombre, necesitamos ese consuelo y amor que sólo se siente cuando alguien más presiona nuestra carne. Pese a su ascetismo, los teólogos fueron sensibles a muchas de estas dificultades por las que tuvo que atravesar Cristo, primero en su proceso físico para incorporarse y luego en su embriología para encarnarse. ¿Cuánta soledad no debió experimentar mientras estaba inmóvil entre los cuatro elementos o que tan vulnerable no debió sentirse mientras su cuerpo apenas se formaba en el vientre de su madre? Pese a todo su poder, el Verbo se vacío para caber dentro de nuestros límites y al empobrecerse nos enriqueció. A lo mejor su racionalidad era aun inconsciente de lo que pasaba o ni siquiera había sido formada su alma racional, pero toda su divinidad estaba ahí presente al momento de su concepción, gestación y nacimiento; el creador es criatura.

En momentos de soledad, cuando me asalta la sensación de rarefacción, experimento como la profundidad de la carne se separa de la superficialidad del cuerpo. Así, escindido, busco auxilio en mi contradictorio icono. Parte de mí cree que es por culpa de este obsequio que padezco, examinar cómo nació el Verbo, o como se generó el Hijo, es algo que trasciende todo intelecto. Pero quizás vivir esas mismas contradicciones cristológicas, sea el único modo de completar mi libro. Quizás sea un genuino ejercicio espiritual para conocer la condición humana más original, aquella que Cristo aprendió y experimentó.

Arte en portada
Budes, Agnes Martin

Suscríbete a nuestro newsletter y blog

Si quieres recibir artículos en tu mail, enterarte de nuestros próximos lanzamientos y apoyar nuestra iniciativa, suscríbete a nuestro boletín mensual para que lo recibas en tu correo.
¡Gracias por suscribirte!
Oops! Hubo un error en tu suscripción.