REGISTRO DEL TIEMPO
6/12/2023

Sobre la necesidad del consuelo

Daniel Rodríguez Barrón

Es muy probable que a usted como a muchos de nosotros, le llegue a lo largo del día, y a través de WhatsApp alguna de esas frases “inspiradoras”, “esperanzadoras” o “motivacionales”, como Sé fuerte, Tú puedes, Con buen ánimo todo lo logras, etc. Es un asunto menos moderno de lo que se cree, en realidad solo el medio de transmisión es nuevo. 


Hoy recordé que, durante mi infancia, mi padre nos llevaba a su trabajo uno que otro sábado, cuando laboraba sólo mediodía y casi nunca estaban los jefes. Por un lado, quería sus hijos se sintieran orgullosos de su trabajo, de tener un escritorio propio, de ser un hombre respetado y hasta querido por sus compañeros; y por el otro, quería presumirnos con esos mismos compañeros, porque nos llevaba, a mi hermano y a mí, hechos un pincel, bien peinados y bien vestidos. 


Al llegar, nos exigía ir a saludar de mano a cada uno de sus compañeros y todos nos hacían algún elogio. Luego del besamanos general, mi hermano y yo corríamos a refugiarnos al escritorio de mi padre —no tenía oficina propia, desde luego, estaba en el mismo espacio que el resto de los oficinistas, sólo los jefes tenían una puerta que podía cerrarse— y abríamos las gavetas para sacar lápices bicolores, plumones y bolígrafos con los que nos poníamos a rayar hojas blancas.


Pero su escritorio era muy particular. Bajo el grueso vidrio que cubría la superficie de trabajo, mi papá había armado un collage de frases inspiracionales que recortaba de revistas y periódicos, pero sobre todo del Selecciones del Reader’s Digest. Frases sin autoría, pero con enormes letras y signos de admiración: ¡No claudiques! Y otras de artistas y políticos estadounidenses, en el mismo tenor que las frases que hoy todo el mundo envía por Whats. Cuando uno levantaba los sobres manila, la máquina de escribir, el libro de contabilidad, se encontraba con un sinfín de estas afirmaciones. Sus compañeros nos hacían bromas, es decir, estaban dirigidas a mi padre, pero nosotros éramos la vía: “Tu papá dice que viene a trabajar, pero no, se la pasa recortando revistas”. 


Razoné que yo hago un tanto cuanto lo mismo cuando subrayo libros, o finalmente, cuando escribo entradas como esta. Destaco frases en los libros y destaco exempla con fines didácticos, es decir, escribo y destaco para entender algo, y al entenderlo —si es que lo consigo— sosegarme, pues “llamo consolación” dice san Ignacio de Loyola “todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda la alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola”.


A veces, detrás de una compleja red de ideas y sistemas, de autores y temas, no hay sino una enorme necesidad de consuelo, el despojamiento radical de una guía que, con frecuencia, buscamos durante toda nuestra vida en la literatura, la filosofía o la religión. 


No niego que los subrayados de Florenski, Borges, Tolstói, Schopenhauer, Cioran, Pascal, Illich, o Simone Weill, sean más complejos las que las frases inspiracionales que nos envían por redes. Lo son: admiten ironías, contradicciones, juegan con las palabras, y a veces no quieren ser esperanzadoras sino devastadoras en su búsqueda por abrir nuevos espacios para reflexionar, por romper las formas comunes de entender una idea o desarmar una inercia social o ideológica, en suma, son verdaderos aforismos dirigidos al adulto ilustrado que hay en nosotros. En cambio, las frases inspiracionales suelen ser vagas, sencillas, y hasta vanas, si ustedes gustan, aunque casi siempre vienen de parte de quien se toma un momento para pensar en nosotros y desear que nos vaya bien durante el día.


En cualquier caso, lo que me niego en redondo a admitir es que nuestra necesidad de consuelo sea radicalmente distinta a aquella de los lectores de frases motivacionales. No podría creer, sin sentir vergüenza, que existan unas necesidades de consuelo más refinadas que otras, más profundas que otras. Vaya usted a saber los abismos y las necesidades de cada quien. Y váyase a saber si las razones de fondo en esta preferencia por esas frases sencillas tienen que ver con las ocupaciones de cada uno, con la falta de tiempo libre para dedicarlo a la lectura, con la desigualdad que impide acercarse a otros autores, a otros contextos culturales. A pesar de ello, todos buscamos un ejemplo, una guía, una palabra que nos ayude a seguir adelante con el peso de nuestra vida.


Durante la misa, antes de comulgar, el padre y su grey dicen al unísono: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”, en recuerdo del centurión que se acercó a pedirle ayuda a Jesús. A veces basta una palabra para sobrevivir al día, y lo mismo el docto que subraya latines, o el que colecciona memes motivacionales, no quieren otra cosa que encontrar ayuda, encontrar consuelo. La diferencia consiste en que cada quien encuentra allí donde busca. No tenemos más. A veces, somos pobres hasta en eso. 

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