REGISTRO DEL TIEMPO
1/11/2023

Los medios de la nueva izquierda

Mario Gensollen

La situación es cuando menos paradójica. Algunos medios de comunicación que hace algunos años gozaban de cierta credibilidad han abandonado los compromisos y valores del buen periodismo. Han renunciado a brindar una cobertura rigurosa de las noticias en favor de robustecer las preferencias ideológicas de su clientela. 

Medios afines a la izquierda se han transformado con los vientos de la nueva izquierda. Si antes hacían una férrea defensa de la libertad de expresión, hoy abrazan la censura en nombre del no ofender; si antes blandían banderas anticlericales, hoy se alían con los extremismos religiosos de Oriente medio; si antes entablaban riesgosas batallas para derribar los tabúes de moda (Je suis Charlie), hoy se atrincheran en un nuevo y brioso puritanismo. 

La izquierda tradicional buscaba equilibrar su desprecio ante sus dos principales adversarios: el totalitarismo y el imperialismo. Hoy el progresismo woke hace oídos sordos ante autócratas, populistas y dictadores en favor de un edulcorado antiyanquismo en taza de Starbucks. Este abandono de los principios de la izquierda tradicional, que con tanto tino detectó Alejo Schapire hace un par de años en La traición progresista (Península, Barcelona, 2020), encuentra hoy en muchos medios de izquierda a sus principales compinches, y deja a su paso huestes de huérfanos ideológicos (entre los que se cuentan a los antiguos socialdemócratas). 

Los medios de la nueva izquierda son disonantes. Por un lado, abrazan gustosos el relativismo cultural cuando favorece sus fobias antiimperialistas; por otro, cancelan a sus adversarios ideológicos en lugar de enfrentarlos en un debate racional. Veamos ambos extremos de la disonancia.

En un artículo de 2004, “Balance as bias: global warming and the US prestige press” (Global Environmental Change 14: 125-136), Maxwell Boykoff y Jules Boykoff detectaron hace casi veinte años el sesgo mediático del periodismo de presunto prestigio. Con el eufemismo de “cobertura equilibrada”, The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times y The Wall Street Journal desorientaron a sus lectores sobre la realidad y las consecuencias del cambio climático antropogénico. La lógica era simple: otorgaban el mismo tiempo y espacio tanto a los científicos como a los negacionistas. La razón: la absurda creencia de que la objetividad se encuentra en el balance de la cobertura. Lo que consiguieron resulta evidente: que muchas personas creyeran que en verdad existía desacuerdo y debate racional donde no existían. Por ello, Naomi Oreskes, que años antes en Merchants of Doubts: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues from Tobacco Smoke to Global Warming (Bloomsbury, New York, 2010), había exhibido junto a Erik Conway el financiamiento de tabacaleras y petroleras para la manufactura de dudas sin base científica, tuvo que coordinar en 2016 con John Cook un manifiesto que desmentía el desacuerdo al interior de la comunidad científica con respecto al cambio climático (con un título bastante ilustrativo: “Consensus on consensus: a synthesis of consensus estimates on human-caused global warming”, Environmental Research Letters 11: 1-7). Cuando su deber estaba en informar a la ciudadanía del problema más importante al que se enfrenta la humanidad, los medios de la nueva izquierda claudicaron ante un relativismo facilón que iba bien con la ideología de sus lectores. Además, era consonante con la crisis económica y su gruesa nómina. Suavizar el concepto de objetividad era más sencillo que mantener sus principios en tiempos de penuria. Así lo señaló Brent Cunningham en 2003 en el Columbia Journalism Review: “La objetividad sirve de excusa para informar de manera descuidada. Si estás en la fecha límite y todo lo que tienes son las dos partes de una historia, a menudo es suficiente (…) [Así] no logramos darle un impulso gradual a la historia, de manera que se dirija hacia una comprensión más profunda de lo que es verdad y de lo que es falso” (http://archives.cjr.org/feature/rethinking_objectivity.php).

Cuando se abraza el relativismo, porque viene bien con los prejuicios de tu clientela y te ahorra tiempo y dinero, la principal damnificada es la verdad. La objetividad no se logra presentando ambas caras de la moneda, sino con un análisis profundo que quizá no sea lo que quieran los lectores, pero sin duda es lo que necesitan. O, al menos, así lo pensaba la izquierda tradicional.

La nueva izquierda también rehúye al debate racional, y con ello le hace el caldo gordo a la extrema derecha. David Remnick, editor de The New Yorker, uno de los medios más prestigiosos del ala demócrata norteamericana, invitó a debatir a Steve Bannon en 2018 al October Festival. Bannon había llevado con un éxito impredecible para los ingenuos demócratas la campaña de Donald Trump. Su intención era exhibirlo en un debate racional: hacerle preguntas difíciles y mantener una conversación seria. La necesaria e inteligente iniciativa de Remnick fue combatida por sus propios colegas biempensantes, por una campaña violenta en redes sociales, y por las ridículas amenazas del actor Jim Carrey y del director de cine Judd Apatow. Las consecuencias de la cancelación habrían sido evidentes para cualquier persona con dos dedos de frente y una ideología menos virulenta: llevó a Bannon a presentarse como una víctima de la censura y a Trump a inventar una campaña en su contra por parte de los medios críticos de su gobierno. El elefante en la habitación está ahí para quien guste verlo: los acólitos de la nueva izquierda tienen tan poca fe en el debate y en la verdad de sus creencias, y están tan acostumbrados a que todo el mundo finja un acuerdo con ellos (en gran parte por el riesgo de la temible cancelación), que ya no tienen siquiera las habilidades y la costumbre de sostener una argumentación seria y estructurada en un diálogo. 

Lo que es seguro es que los medios de la nueva izquierda son en parte responsables de allanar el terreno a los nuevos populismos de extrema derecha en el mundo. En Latinoamérica, la izquierda empieza a perder territorios, y en Europa reviven las brasas de los nacionalismos y el antisemitismo. La nueva izquierda hoy resulta incapaz de autocrítica, y sin ella es imposible hacerles frente a las tendencias más mezquinas de sus adversarios (como la xenofobia y el racismo). Rehuir al desacuerdo, al debate y a la pluralidad, aunque les resulten incómodos a los nuevos izquierdistas, crea muros entre los polos y nos estanca en la resolución de nuestros principales problemas públicos.

Suscríbete a nuestro newsletter y blog

Si quieres recibir artículos en tu mail, enterarte de nuestros próximos lanzamientos y apoyar nuestra iniciativa, suscríbete a nuestro boletín mensual para que lo recibas en tu correo.
¡Gracias por suscribirte!
Oops! Hubo un error en tu suscripción.