Ducournau, Julia (2021). Titane, Jean-Christophe Reymond.
Titane es apenas el segundo largometraje de Julia Ducournau y es notable que haya ganado la Palma de Oro en Cannes 2021. Forma parte del género de terror psicológico y está particularmente enfocada en el terror corporal.
La película comienza con una niña que imita el ruido de un coche. Su nombre es Alexia y viaja en la parte trasera del automóvil que conduce su padre. Es evidente que intenta llamar la atención. Harto, el padre sube el volumen del radio. Alexia se quita el cinturón de seguridad; el padre se gira para intentar sentarla, pierde el control del vehículo y choca contra un muro de contención.
Alexia debe someterse a una reconstrucción craneal en la que le insertan una placa de aluminio del lado derecho de la cabeza, dejándole una cicatriz bastante llamativa. A partir de entonces, su relación con las máquinas, particularmente los automóviles, se vuelve peculiar. A los veinte años asesina a una persona —después a varias más— y esa misma noche queda embarazada en un carro al salir del trabajo (es bailarina exótica sobre automóviles).
Sin razón aparente, asesina a otras personas más, encierra a su familia en una casa a la que le prende fuego y huye, cambiando de identidad para evitar ser capturada por la policía. Adopta la apariencia de un niño desaparecido diez años antes: Adrien Legrand. Se corta el cabello, se rasura las cejas, se rompe la nariz de un golpe y se venda los senos y el vientre para ocultar el embarazo. Se entrega a la policía diciendo que es Adrien. El padre del niño, un bombero llamado Vincent, de edad madura y quien más tarde descubriremos que es vigoréxico, dice reconocer en Alexia a su hijo y se lo lleva a vivir con él y el resto del equipo a la estación de bomberos a la que pertenece.
El centro de la película está en el inusual vínculo que forman Vincent y Adrien/Alexia. Por un lado, Vincent logra verse a sí mismo como un padre que cuida y enseña a su hijo el oficio de bombero; por otro, Adrien/Alexia se siente atendida, amada, aceptada incondicionalmente, incluso después de que Vincent descubre su cuerpo femenino, embarazado y lastimado.
En segundo plano, pero igualmente importante, está la relación de Adrien con el resto del cuerpo de bomberos: por momentos lo miran con desconfianza, aunque se acostumbran gradualmente a su presencia. En la vida repetitiva del cuartel, la camaradería y respeto no dependen de las palabras que pronuncie (o no) Adrien, sino de qué tan bien desempeña su rol dentro del equipo y de su situación social: es el hijo del jefe y por ello tiene cierta preeminencia.
El final de la película es lo más desconcertante. Alexia fallece tras dar a luz a un bebé medio humano, medio metálico al que Vincent acuna en sus brazos diciéndole I’m here.
Cualquiera pensaría que esta película es particularmente grotesca, rara, insólita. Incluso, para quienes, como yo, estamos relativamente acostumbrados a este tipo de contenido, la película es una de las más confusas, repulsivas y retadoras del género. Hay gran variedad de temas y un amplio rango de emociones que incomodan al espectador. Quizás es inusual compaginar la idea del amor, la identidad y la humanidad con un escenario tan sangriento y grotesco, pero Ducaournau tiene sus razones. En varias entrevistas enfatiza que el punto central es el amor y, de la mano viene todo lo demás, como la identidad, la familia, los estereotipos de género, etcétera.
Lo que nos hace humanos
Comenzaré con el final porque esclarece lo que ha sucedido a lo largo de la película: la criatura a la que Alexia da a luz “no es humana”. Es una mezcla extraña entre un ser humano y una máquina. Es monstruosa. Tiene una única cosa a su favor: Vincent. Estar bajo la protección del jefe de bomberos garantiza al bebé un hogar y un lugar en la “tribu” de la misma manera en que se lo garantizó a Adrien.
En buena medida, lo que nos granjea un lugar en la sociedad es una “referencia” anterior: un adulto, un veterano, un conocido que responde por nosotros. Tanto Hegel como Levinas y la escuela de Frankfurt reconocen que, para conformarse como verdaderamente humano, uno debe ser tratado como tal: uno tiene que ser “invitado” por alguien a serlo. Hay un poder creador en la mirada del otro, en el reconocimiento de un igual que permite un desarrollo pleno, humano. ¿Qué pasa cuando tu propio padre se niega a reconocerte? ¿Qué sigue cuando uno está fuera de lugar en la sociedad entera?
Las pocas interacciones que tienen Alexia y su padre en la película nos dejan claro que su progenitor no la quiere; lo molesta e irrita. De ahí la importancia de Vincent. A diferencia de su padre, el bombero la ama —“No importa quién seas, tú eres mi hijo”—, le dice Vincent a Adrien/Alexia, incluso después de aceptar que no había querido ver lo evidente. Como lo señala Erik Piepenburg en El Times: Titane muestra que “todo lo que la gente considera repulsivo puede mostrarse como humano”. En lo físico, lo mental, lo emocional, en cada peculiaridad es posible encontrar a otro. En el ser más monstruoso siempre hay la posibilidad de reconocer algo humano, incluso en quienes, como el hijo de Alexia, parecen estar en los límites.
En medio de tanta miseria, Ducournau logra, a través de Vincent, que nos compadezcamos de Alexia y veamos más allá de la carrocería, más allá de la superficie fría y metálica que oculta su vulnerabilidad y humanidad.
El trazo de la identidad
Siguiendo la idea de que para hacerse humano uno debe ser reconocido, Ducournau establece que, si bien la manera en que nos perciben los demás no nos determina, sí influye en la creación de una identidad. Con mucha sutileza, la directora nos muestra la gran flexibilidad que tiene una parte de nosotros que por lo general consideramos inamovible.
En este sentido, Adrien/Alexia es un buen ejemplo de lo que Judith Butler dice en Gender trouble: “No puede decirse que los cuerpos tengan una existencia significable anterior a la marca de su género”. Así, Alexia es Alexia en su peculiar deseo sexual, en su ira, en su androginia. Adrien es Adrien en su incomodidad, en su debilidad, en su silencio, en su baile sensual que ocasiona la extrañeza y el aislamiento de sus compañeros.
Al volver abstracto el cuerpo y desfamiliarizar su conexión con un género dado, Ducournau no sólo logra hacernos ver, en cada momento, que es posible desvincular la corporalidad del género al que “corresponde”, sino ponernos delante de preguntas fundamentales como qué constituye la identidad humana, cómo la expresamos, cómo la entendemos y si en realidad es tan importante mantener las categorías inflexibles que codifican nuestro entendimiento del mundo.
El final de la película es, en este sentido, el comienzo de una nueva posibilidad: el nacimiento de un ser mitad humano y mitad máquina, un ser indeterminado que resignifica lo que es venir al mundo sin imposiciones, sin un lugar y sin una etiqueta que lo describa. En A cyborg manifesto, Donna Haraway imagina un mundo visto a través de esta indeterminación ejemplificada en un ser para el que todavía no tenemos una clasificación: “Un mundo cyborg puede tratarse de realidades vividas social y corporalmente [un mundo] en el que las personas no tengan miedo de identidades permanentemente parciales y puntos de vista contradictorios”. En el límite de las definiciones y los territorios o lugares que ya conocemos, es posible imaginar la generación de una nueva posibilidad fluida, abierta, indeterminada en buena medida, donde no sólo convivan, sino que se combinen opuestos que parecen no serlo tanto, contradictorios que realmente no se anulan.
Titane es un gran ejemplo de lo que, considero, debería hacer el terror en el cine: la exploración y transgresión de límites de todo tipo que permitan poner de manifiesto la experiencia queer, disidente, no binaria. Salir de la norma, encontrarse en una zona límite, al margen, puede llevar rápidamente al rechazo, al aislamiento y a la soledad, pero también facilita la concepción de nuevas identidades que reflejen la profunda libertad que conlleva ser un ser humano.