Número 22. Salvar el abismo.

Oratio 38

Gregorio Nacianceno

Poesía

Versión de Julio Hubard

Gregorio Nacianceno (ca. 329-390 d.C.) fue uno de los tres Padres Capadocios, junto con Basilio el Grande y Gregorio de Nisa, y es uno de los teólogos más influyentes del cristianismo desde el siglo IV. Lo conocieron como el "Teólogo" y destacó por su elocuencia retórica, su formación clásica y su defensa de la ortodoxia trinitaria frente a las herejías arrianas y apolinaristas.

Esta Oratio (la 38ª en el catálogo de sus obras) fue pronunciada en 380 o 381, seguramente durante la celebración de la Navidad o la Epifanía; casi seguro, en medio de los preparativos del Concilio de Constantinopla, convocado por Teodosio; probablemente, en la Basílica de Constantinopla.

Traduje el horrendo griego de Gregorio. Es una lengua rebajada y rota respecto de la de Platón y Tucídides. Pero tiene algo genial: una novedad que le viene no de la prosapia griega sino de un espíritu desconocido entre los clásicos modelos: la propia adaptación de la lengua a las imágenes del monoteísmo.

Después le falté al respeto: lo leí de modo moderno. Estoy muy lejos de ser filólogo, pero quiero imaginar a Gregorio de Nacianzo en el proceso de preparar su sermón y descubriendo de golpe que esa lengua reseca va dando lugar a un Lógos fuerte, y lo descubre como cuerpo, carne, con un peso real y una existencia más allá, o más acá, de aliento y pensamiento. Todos los griegos anteriores escribieron en una lengua más elegante, con menos piedras en el camino, con más recursos y fluidez. Pero a Gregorio el Teólogo, Cristo, el Lógos, se le presenta con el peso de la encarnación.

De nuevo,

                 las tinieblas se disipan,

de nuevo

                 aquella luz se queda, y de nuevo

Egipto es castigado

               con esa oscuridad y una columna

nueva, de luz,

               ilumina Israel.

El pueblo que yacía en las tinieblas,

               en la ignorancia, ve una gran luz,

                       la del conocimiento.

Lo antiguo ya pasó;

               todo se ha renovado.

                        La letra retrocede,

el espíritu adviene,

               huyen las sombras, la verdad

                         se hace presente,

y las leyes de la naturaleza

               quedan totalmente abolidas:

                         el mundo superior ha de colmarse.

Cristo lo quiere; no nos opongamos.

              Que aplaudan las naciones:

                        nos ha nacido un niño.

Que Juan vuelva a clamar:

              “Preparad el camino del Señor”. Y yo aclamo

                        también la plenitud de este día:

porque el sin cuerpo se encarnó,

               el Verbo se hizo denso,

                         y es visible lo invisible,

lo intangible se toca y lo eterno

               comienza: el Hijo de Dios es ahora

                         Hijo del Hombre, ayer y hoy,

¡el mismo Cristo por los siglos!

Que los judíos se escandalicen,

                que los griegos se burlen,

                        que los herejes sufran en su lengua…

¡Creerán cuando lo vean ascendiendo!

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