En su libro y documental Secret Knowledge (2001 y 2002 respectivamente), David Hockney presenta una hipótesis descabellada sobre la historia del arte y una trama detectivesca para recolectar evidencia a su favor. Hockney especula que la transición en la pintura europea hacia el dibujo naturalista y realista en la década de 1420 debió haber sido posible sólo gracias al apoyo de avances tecnológicos de la óptica, desarrollados paralelamente en Flandes y en Florencia.
El fenómeno de la cámara oscura, descrito por Alhacén en su Kitab al-Manazir desde el siglo XI, habría comenzado a ser instrumental para los artistas en esta década. Si bien las lentes que permitirían proyecciones con mayor definición en la cámara obscura no se desarrollarían sino hasta décadas después, para este momento ya era posible utilizar un espejo cóncavo con el fin de reflejar una proyección invertida sobre un soporte. La principal restricción de este método de trabajo radicaba en que el área que se podía proyectar con el reflejo de un espejo como ese era relativamente pequeña (unos 60 centímetros cuadrados), de modo que los maestros florentinos y flamencos encontraron dos formas de resolver el problema y, por lo tanto, dos formas de recrear la perspectiva.
El método florentino, desarrollado por Brunelleschi, consistió en desarrollar la perspectiva lineal a partir del punto de fuga. La descubrió en el dibujo que hizo sobre una tabla de madera del Bautisterio de Florencia en el interior oscuro de la Catedral. Esta pieza se perdió, pero Hockney la compara con La ciudad ideal (autor desconocido, 1480-1490), en la que se puede apreciar una perspectiva muy similar representada con la técnica del punto de fuga.
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Por su parte, los maestros flamencos generaron el efecto de la perspectiva mediante una sumatoria de encuadres de la cámara oscura o, en palabras de Hockney, mediante un collage óptico con el que se iba construyendo la ilusión de tridimensionalidad de un modo menos preciso, como podemos apreciar en el panel central del tríptico La última cena (1464-1467) de Dirk Bouts.
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Hockney no puede ocultar su entusiasmo por el tipo de perspectiva de los flamencos, más fenomenológica que matemática, que sacrifica la precisión por una sensación inmersiva, más parecida a nuestra manera de percibir un espacio desde dentro. Dicho entusiasmo no es casual: cita ejemplos de cómo él mismo, gracias a la herencia del cubismo, exploró esta ruptura de la perspectiva lineal en su obra fotográfica. Ejemplo de ello son sus Composite Polaroids de 1982 y un collage fotográfico titulado Pearlblossom Hwy., 11-18 abril 1886 No. 1, y su pintura A Bigger Grand Canyon (1998), mural construido a partir de un collage de 60 óleos sobre lienzo.
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La nota chismográfica de esta tesis (llamada Hockney-Falco por la colaboración del físico Charles M. Falco en su desarrollo) es que estos grandes maestros no revolucionaron el arte occidental por genio sino por ingenio; su técnica fue la consecuencia de una forma de calcar. Más allá del rigor de la investigación, la tesis de Hockney tiene a su favor el enorme potencial de escandalizar a quienes creen que el pasado es un asunto fijo, inamovible. Me gusta imaginar que a más de uno le produce comezón la idea de que los pintores europeos se hubieran apoyado en estos recursos, como si esto redujera su mérito o, peor aún, pudiera socavar la prejuiciosa idea de Europa como la cuna excepcional del genio creativo.
Los descubrimientos simultáneos de la era moderna (por ejemplo, Newton y Leibniz con el cálculo; Daguerre y Talbot con la fotografía) son fascinantes por muchos motivos, pero especialmente porque ponen en duda la idea del genio individual que sustenta en gran medida el pensamiento moderno. Lo mismo pasa con estas aproximaciones alternativas a la perspectiva en el arte, que abren la puerta a posibilidades más comprometidas para aproximarnos a la realidad, más dispuestas a aceptar la pluralidad como principio epistémico y, por lo tanto, de sumergirnos en la experiencia de otros modos de ser.
Nota del fin:
La Cartografía de la IA generativa, desarrollada por el colectivo Estampa, presenta las relaciones causales que sustentan materialmente la industria de la inteligencia artificial. A no pocos tomará por sorpresa el grado de devastación ecológica de esta nueva forma de extractivismo, además de sus impactos cognitivos, ideológicos, psicológicos y sociopolíticos. Se aproxima un monolito narrativo; que buscar formas de resquebrajarlo no sea una experiencia solitaria.