Luna del Oeste
RESPIRA para que el humo se desvanezca hacia la luna del Oeste,
como si una constelación anhelada, sobre las copas de los pinos,
resurgiera más allá de las calvas colinas heladas y comprimidas
-madera para jacuzzis excelentes y ataúdes prestigiosos-.
Decenas de camiones descienden por la montaña cada noche,
resoplan gasolina bajo ese disfraz de inocencia corporativa.
Por las heridas de caucho sintético
el sendero se ha quedado
sin mariposas y luciérnagas
y las noches dejan de oler poco a poco
a hierba en comunión con el rocío,
a boñiga y a chapoteo de agua,
a vulgar y desvergonzado barro.
La montaña trasmutada huele a cobre,
no a enzima de verdor acumulado sino a sangre,
a óxido blanco mamado por becerros,
a pólvora de hadas inconclusas,
a refresco, chicharrones y a eructo de borracho,
a pus que se ha acostado con un toro,
pero también, la noche huele
a resplandeciente ocote resignado,
a leche derramada sobre lirios y acuarelas,
a la bebé recién dormida bajo mi cuidado,
a su madre rendida de cansancio,
a mí y a doce horas de datos sobre datos electrónicos.
La noche es terrible afuera,
como si la guerra estuviera cada vez más cerca;
yo enciendo la música por dentro
para guardar el sueño de las niñas.
Los caballos de la noche
La madrugada abrió sus fauces
y el jazz sonó por toda la blanca estancia
hasta el balcón con plantas y macetas
y de allí esparció las frecuencias hasta la calle
la música que tú llamaste “Los caballos de la noche”
Pensé en que toda pretensión resultaba ser una confesión
y el jazz fue la muestra
al menos
de tu pretensión de melómana insaciable
Con el sonido metálico y azul
de la trompeta
dibujaste una línea curva hacia utopía
y me dijiste
Míralo frente a ti el camino de la eternidad
También dijiste, con absoluta calma, naturalidad y soltura:
La infancia y la adolescencia
son las edades perfectas de la poesía:
la edad madura y la vejez
son las edades perfectas del poema
Sergio
Estoy leyendo a media noche de sábado a Sergio y sus poemas
sencillos como la nuca de mi madre
atentos como los espacios dedicados al amor sin fronteras
me salpican de inesperadas imágenes
afuera suena estruendosa la música
y la fiesta sigue
yo estoy leyendo, pues,
a Mondragón,
me inunda hasta el cuello de agua un espacio de los años sesenta
y él y yo
al yo leerlo
volvemos a ser jóvenes
en tiempos incomprensibles tanto para él como para mí. El poema como máquina del tiempo.
No sé si Sergio está bien, no sé de él, como tantos otros caminos
nunca nos separamos, es sólo que el día tiene apenas 24 horas
y no alcanza para nada y uno pierde correos, números telefónicos,
y por un amigo sabes que está bien,
Sergio es inmortal y eso me alegra,
tiene el mismo semblante desde que vivió en Japón hace décadas;
este sábado es suyo, me acordé de él
cuando encontré su El aprendiz de brujo
y al releerlo volví a ver sus ojos sinceros,
vi volcanes, trenes, barcos de vapor cargados por la lluvia
y en popa a Tablada, a Paz, a Villaurrutia;
desde estas líneas
le mando un abrazo y mi cariño,
entre olas y nubes;
al leer este librito supe que goza de buena y caligráfica salud.
Rafael
¿La verdad?, qué vergüenza, Rafael, qué vergüenza, a tu edad,
recibir de manos del rey y de la reina esa mención que te honra,
qué vergüenza Rafael, pero te entiendo. En realidad, no eres tú el culpable,
es tu pueblo que no te amó lo suficiente, no te dio ese cariño cotidiano,
la misma atención que le dan a futbolistas y a políticos racistas.
Entiendo tu tristeza (estás viejo, estás solo, no tienes dinero),
comprendo bien las necesidades diarias, las facturas, los dientes,
el papel de baño, la despensa, los impuestos, el médico, el agua,
en fin, la circunstancias que te orillan a aceptar reconocimientos
de dudosas monarquías responsables del empobrecimiento de tu pueblo,
de nuestros pueblos, de nuestras patrias saqueadas hasta el hambre y los huesos.
Pero te entiendo, Rafael y quiero que sepas que yo todavía te quiero,
no son muchos los verdaderos gambusinos de poemas,
pocos encuentran como tú el pan de oro en las grietas del alma.
Aún te quiero, Rafael, yo aún lo hago,
aún te quiero. No en la cruz tristísima del rito,
sino en el mar como te he visto
con tus redes de hombres y mujeres.
Espero que mis palabras no te hieran, no son para eso,
yo hubiera hecho lo mismo (las facturas, los dientes,
el papel de baño, la despensa, los impuestos, el médico, el agua),
sin embargo, no estoy expuesto a ese problema, pues sé muy bien
que yo no tengo ni la mitad de tu talento.