Hace poco tiempo falleció mi perra Kishka, una pastor alemán muy inteligente que estuvo conmigo en esta tierra durante 11 años y medio. Su ciclo terminó en paz. Ahora busco a otro perro que también sea muy inteligente para que congenie y acompañe a Nicolás, un pastor australiano que tiene otro tipo de inteligencia del que poseía la perra. Aunque él es más dócil y menos astuto que la Kishka, estuvo bajo su tutela y necesita ese tipo de compañía inteligente.
Esta búsqueda de la inteligencia en los animales me lleva a considerar otro tipo de, así llamada, inteligencia: la creada por el ser humano con y a través de las computadoras. El tiempo de las pantallas y, luego, de las pantallas inteligentes se nos vino encima, por eso es imprescindible cuestionarse sobre los avances de la inteligencia artificial (IA) y, para mí, reflexionar sobre la relación que tiene ésta con la búsqueda de sentido propia del ser humano, que se manifiesta en varias áreas de la creación humana como las religiones, las filosofías y la literatura, pues cada vez más la IA penetra en el mundo de la creación, entre otras, literaria, hasta ser capaz de producir novelas completas.
Antes de entrar en esta elucubración sobre ello, quisiera cuestionar, siempre provisoriamente, un tema ligado con la inteligencia animal. ¿El contacto del ser humano con ciertas razas animales es lo que ha favorecido que algunas bestias aumenten su capacidad de aprendizaje, de resolución de problemas, de empatía con el ser humano? O bien, ¿esos animales, por ejemplo los perros, tenían previamente en su genética una predisposición innata a entrar en esta relación de amaestramiento con el ser humano? Lo mismo, mutatis mutandis, podría aplicarse al proceso de socialización del ser humano para acceder a comportamientos “humanizados”. Pienso en los llamados “niños salvajes” que no alcanzan su potencial de humanización sin el contacto con la sociedad humana. Parecería que el gozne de las diversas inteligencias se centra en la inteligencia humana socializada a través de miles de siglos. Si esto es verdad y esa interacción entre animales más o menos inteligentes, humanos o no, acrecienta sus posibilidades de humanización, en el campo de la inteligencia artificial es una verdad innegable: sin el ser humano no habría inteligencia artificial. Ésta depende totalmente de la humana que ideó y dio pie a hardwares y softwares que, a su vez, dieron pie a inteligencias artificiales que incluso son, en ciertos aspectos —como la velocidad de búsqueda— superiores a las capacidades humanas de ejercitarla.
¿Quién más puede hablar de la búsqueda intrínseca de sentido en el ser humano que una inteligencia preparada para buscar causas, como la de un psiquiatra caído en un campo de concentración nazi? Digo esto para apuntalar que la inteligencia humana, el ser humano, busca un sentido. Es lo que le sucedió al psiquiatra Victor Frankl en los varios campos de exterminio donde estuvo recluso, experiencia que se plasmó en muchos de sus libros, pero en particular en El hombre en busca de sentido. Estaba, sin quererlo mínimamente, en un laboratorio extremo de la conducta humana donde ésta llega a sus límites. Su gran pregunta fue: ¿qué hace que unos seres humanos perezcan por su situación de vida extrema y otros no? Su gran respuesta, sobre la que no me detendré aquí, es que el ser humano busca sentido, no necesariamente un sentido final y absoluto, sino un sentido que le permite permanecer vivo. Así, creó una rama de la psicología llamada Logoterapia: el hombre en busca de un sentido a su existencia.
A través de las eras, esta búsqueda se ha plasmado en leyendas, cuentos, en grandes relatos cosmogónicos, en rituales iniciáticos, en religiones, en complejos sistemas filosóficos, en hermosas obras literarias. Todos ellos fruto de la inteligencia humana. Sin embargo, la manera inevitable de avanzar, de plasmar y de dar forma a estos descubrimientos de la inteligencia ha pasado también por el surgimiento de diversas técnicas, creadas también por la sociedad humana. Así, en el terreno de la palabra comunicada se pasó, por lo menos en Occidente, grosso modo, de la transmisión oral con sus agentes, formas y rituales, a la escritura alfabética. Este fue un primer paso técnico en la transmisión de conocimiento. La palabra oral, recibida a través del oído, ya se podía plasmar de forma alfabética, y no ideogramática, lo que permitía un mayor manejo de ella y otra forma de transmisión.
Iván Illich, en uno de sus libros más valorados para él, En el viñedo del texto. Etología de la lectura, un comentario al Discalicon de Hugo de Saint Victor, analiza una serie de técnicas que en torno al siglo XI y XII irrumpieron en los monasterios, principales lugares de conservación y transmisión del conocimiento. En esos momentos, en estos lugares de recogimiento la mayoría de los monjes era aún analfabeta, y su conocimiento de los textos —la mayoría sagrados—, pasaba por la lectura en voz alta en la que un lector leía para otros, ya sea en la misa, en los comedores, en los momentos rituales. Pero, también, el tipo de escritura a letra seguida (sin pausas) pedía que los lectores, aun leyendo en voz baja, bisbisearan al leer, incluso aquellos que eran copistas de textos porque, por así decirlo, no había una puntuación y la lectura misma puntuaba las palabras y frases.
Traten de leer esto en voz baja:
Perotambiéneltipodeescrituraaletraseguidasinpausaspedíaqueloslectoresaunleyendoenvozbajabisbisearanalleerinclusoaquellosqueerancopistasdetextosporqueporasídecirlonohabíauna puntuaciónqueguiaralalectura.
Así, para Illich, ese tipo de texto sin pausas implicaba para su conocimiento y transmisión gran parte de la corporalidad humana: la vista, pero también el movimiento rítmico para seguir el texto, la boca con su lengua, sus encías y sus dientes, y, obviamente, el oído externo y el oído interno. Además era un acto grandemente comunitario, aunque quienes sabían leer lo podían hacer bisbiseando para sí mismos. Leer era un acto corporal, sensual, comunitario, y con un sentido porque este sentido importaba.
¿Qué cambió en este periodo crucial? Hubo nuevas técnicas en cuanto a la página del texto, primero la manera de tratar las pieles y volverlas más delgadas y translúcidas, pero también la llegada del papel desde China, lo que volvía al texto muchísimo menos voluminoso y capaz de transportarse, incluso de coserse para formar libros “de mano”; el cambio del tipo de “pluma” que también permitía que los profesores universitarios ya hicieran anotaciones en su texto durante sus clases universitarias; el texto se racionalizó más. Las palabras fueron divididas y separadas para facilitar la lectura en voz baja. Se crearon capítulos con un tema. Surgieron los comentarios añadidos al texto y los índices, incluso los índices temáticos. El texto se volvió cada vez más manejable, más individual, más transportable, más visual. El texto se volvió una construcción visual cada vez más racional, individual y manejable.
Este texto, que se conformó así en el siglo XII, es el que ha durado hasta nuestros días. Incluso el momento de la llegada de la imprenta de tipos móviles, no le añadió nada, salvo la reproducibilidad en grandes cantidades y la posibilidad de poseer libros propios, incluso para el vulgo, pero los principios de estructuración del texto ya estaban establecidos, así como el tipo de mentalidad que estas técnicas crearon para acceder a él. Se vivió desde entonces en un mundo libresco.
Para Illich, el siguiente gran cambio tuvo lugar a finales del siglo XX con la aparición del mundo de la pantalla, acompañado también de un mundo de esquemas y diagramas, así como de una propensión al show mediático. La gente ha empezado a comunicarse a través de pantallas iluminadas, sean éstas de cine, televisiones o pequeños celulares. A través de ellas ya no sólo pasan textos estructurados, sino una serie de imágenes de diversos tipos que se pueden manipular fácilmente. Una nueva subjetividad ha surgido que amenaza a la racionalidad propia del texto y que puede llamar más a la emotividad pictórica que al rigor del pensamiento lineal.
Este mundo que Illich percibió fue el surgimiento de la inteligencia artificial (IA) está ligado con las pantallas y las computadoras. La IA se establece en sistemas computacionales muy complejos en los que se aplican algoritmos para cumplir tareas que reemplazan actividades humanas e incluso empleados humanos. Si la IA surgió a mediados del siglo XX con la máquina de Turing, es en el siglo XXI donde está encontrando su apogeo. Es decir, ahora, en el que la IA no sólo hace carísimas búsquedas de información, sino que produce y “crea” textos inéditos a partir de los datos con los que ha sido alimentada para ello.
El mismo Illich ya observaba que junto con este triunfo de la pantalla y la digitalización, también se imponían sobre el texto escrito las imágenes, las gráficas, las tablas comparativas… Esto hizo que Mike Shatzkin, un analista del mercado editorial, dijera en 2018: “Si existiera un mercado de futuros en la alfabetización, este iría en picada”, y “Es lamentable que el valor de las palabras escritas en relación con el de las palabras pronunciadas y el de la imagen fija y en movimiento se esté hundiendo como una piedra”. El mundo del texto alfabético que surgió en Occidente cede su lugar a las imágenes de diversa índole, lo que ya implica un cambio en la manera en que el ser humano percibe el mundo. Tema que necesita ser profundizado. Pero, la IA va aún más lejos porque se ha pasado a la parte de generación de contenido (IA generativa) a partir de los datos que se han introducido en estas velocísimas máquinas y del sistema de comandos del que se provee a cada IA. Con el uso de la IA se crean textos literarios (novela, poesía, cuento); cuadros pictóricos, piezas de música… Lo que nos hace preguntarnos, de la mano de Alejandro Montes, qué relación con el sentido pueden tener estas “creaciones”, sin duda muchas de ellas más perfectas que las humanas que están en busca de sentido. Así, Montes afirma: “la posficción se aleja de la narración creativa, donde las historias plantean algún aspecto de la condición humana y, en cambio, prioriza información banal, consumista”.1 Esto no se detiene aquí, es sólo un esbozo de lo que está sucediendo y de lo que está por venir que no debe dejarnos indiferentes en medio de tantas hecatombes.