¿La decadencia de Occidente o cuéntame una de vaqueros?

Raudel Ávila

Dossier

Raudel Ávila cuestiona la supuesta decadencia de Occidente. Con un dejo de ironía y a partir de algunas tiras cómicas y películas del Oeste, sostiene que debemos defender Occidente porque todavía hoy es la mejor invención de la humanidad en cuanto a estilos de vida. Raudel es experto en relaciones internacionales y columnistaen el diario El Universal.

Desde que tengo uso de razón, hay un grupo de sabios, preferentemente de la tercera edad, profetizando la decadencia de Occidente. La frase mexicana “todo tiempo pasado fue mejor” de innumerables abuelos provincianos, se queda corta frente a la nostalgia reaccionaria de los intelectuales.

A los izquierdistas parece que les dictan textualmente el mismo recetario: “Por fin estamos presenciando el fin del orden capitalista. Marx lo escribió hace mucho tiempo, los capitalistas son capaces de venderte la cuerda con la que vas a estrangularlos. Sus contradicciones internas acabarán con el sistema…”. Más de 30 años oyendo esa cantaleta ridícula.

Desde la derecha la queja es distinta, pero el diagnóstico es igual de catastrofista y, literalmente, apocalíptico: “Occidente ha perdido sus valores cristianos, ya nadie respeta las tradiciones, vamos al abismo de la deshumanización. Esto acabará muy mal. Pronto nos aplastarán los musulmanes o los chinos. Se aproxima el exterminio. Las costumbres han degenerado; mira la disolución sexual en todas partes. Ya no hay moral”, y un largo etcétera.

Así han sido, son y serán la izquierda y la derecha, pero de un tiempo a esta parte me preocupa oír la misma nostalgia reaccionaria llena de impotencia entre los liberales: “Ya se acabó la República; estamos viviendo la muerte de la democracia; es el fin de la era liberal”, y otro largo etcétera. Que sean menos compadres. La impotencia sexual, política o intelectual (frecuentemente unidas en la misma persona) alude a quienes ya no tienen capacidad de actuar sobre el entorno. Así que llevo unos cuantos años tratando de leer cuanto libro aparece sobre estos temas. El más interesante hasta ahora se llama Liberalism As A Way Of Life de Alexandre Lefevbre, un filósofo australiano. Lefevbre no cede al pesimismo prevaleciente en la intelectualidad occidental de nuestros días. Él dice que los gobiernos y hasta las instituciones liberales pueden caer o ser remplazadas, pero mientras las costumbres populares sigan siendo liberales, no hay amenaza invencible. Una lectura sugerente que propone que las costumbres socializadas en los países occidentales, así como la sensibilidad misma de la gente, son eminentemente liberales. Intuyo que hay algo de cierto en esto, aunque tampoco cedo a su optimismo.

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Haré mi propia versión de la nostalgia reaccionaria. Ya nadie lee tiras cómicas, maldita sea. En otro tiempo, periódicos de todo el mundo publicaban una página dominical de comics o tiras cómicas. Entre esas, quizá la de mayor calidad se llamaba “El príncipe valiente”. La leía de niño y la sigo leyendo como adulto, pero ahora se la leo a mi hijo Arturo de 5 años. El Príncipe Valiente, de nombre Val, es un caballero de la mesa redonda del rey Arturo que vive todo tipo de aventuras recorriendo la Europa medieval. Más de 80 años después de su primera aparición, los dibujos del artista canadiense Hal Foster conservan una calidad gráfica impresionante. Su nivel de conocimiento histórico es aún más deslumbrante, pues se documentó hasta arquitectónicamente para el diseño de los castillos. Val es descendiente de vikingos y sirve al rey Arturo (tocayo de mi hijo) para llevar la divisa del reino de Camelot “paz con justicia” a todos los confines de una Europa anárquica y violentísima después de la caída del imperio romano.

En medio del gigantesco cambio político y geopolítico de una era a otra, los personajes de la tira cómica prácticamente no se enteran de nada. Necesitan ganarse la vida cultivando la tierra, sufriendo los cambios en el clima, inundaciones, incendios saqueos, la inseguridad en los caminos, pagarle tributo (impuestos) al rey o al señor feudal, luchar contra la brujería, invasiones de mil tribus diferentes y no sé cuánto más. La política para esa gente, en su mayor parte analfabeta, es un pleito de elites. La población tiene suficientes problemas con gigantes, dragones, gnomos, hechiceros, bandoleros, secuestradores. A todos esos tiene que hacerles justicia Val, el Príncipe Valiente. Y cuando tiene que explicarles un problema político, casi nunca lo consigue. Ellos sólo quieren una fuente de ingresos segura. Si el emperador se llama Valentiniano o la capital del imperio se mueve de Roma a Bizancio, no podría importarles menos. El rey Arturo no entiende estas cosas y se sorprende de que los habitantes del reino no asimilen la importancia de los valores civilizatorios que él defiende en sus guerras. Cuando es preciso enviar gente a las cruzadas, nadie quiere ir obviamente. Val intenta convencerlos: “Háganlo por el rey Arturo.” Silencio sepulcral. “Háganlo por la patria”. Indiferencia total. “¡Háganlo por la libertad! ¿No tienen ustedes acaso una libertad y unas leyes envidiables como habitantes de este reino?”. Desprecio absoluto. “Háganlo por la fe en nuestro Dios”. Desconcierto completo. Cansado, Val concluye: “Háganlo por el permiso de explotar los bienes de este bosque” y todos lanzan gritos de guerra entusiasmados.

No sé por qué alguien pensó que era una tira cómica para niños. Me sorprende e incomoda leerle algunos pasajes a mi hijo, quien, por fortuna, hasta ahora sólo se fija en los dibujos de monstruos y espadas. El relato habla de guerras, tomas de castillos, invasiones, saqueos, violaciones, asesinatos. Deberían dársela a leer a los intelectuales que dicen que es incomprensible el ascenso del populismo en el mundo contemporáneo. Lo interesante, lo fascinante es que ya aparecen personajes anunciando el fin de Occidente: “Ya vienen los hunos, es el fin de la civilización”; “los árabes tomaron Tierra Santa, estamos ante una amenaza civilizatoria” son algunos diálogos del relato. Occidente como racista e intolerante de los diferentes. “Si no actuamos, la cristiandad y la libertad serán destruidas” dicen otros. La ventaja es que, si salen heridos, los soldados de Occidente, dignos representantes de la civilización occidental, se curan gracias a los hechizos (¿medicina?) Del Mago Merlín. Otro detalle, las mujeres son seres pasivos en esta historia. Vanidosas, frívolas, ignorantes, son víctimas permanentes y parte del botín de guerra. Occidente machista dirían las feministas. Y sin embargo, el autor del cuento, un dibujante liberal, ni siquiera se da cuenta o minimiza esos aspectos. A lo mejor es cierto lo que dicen, aprendemos más de nuestros hijos que nuestros hijos de nosotros. Leyendo con Arturo esta tira cómica, me doy cuenta de cosas que nunca percibí cuando yo la leía de niño…

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Sigo en la tónica de la nostalgia reaccionaria. Ya nadie ve películas de vaqueros, con un demonio. La gente de mi generación no sabe quién fue John Wayne. Las películas del viejo y salvaje Oeste son un género cinematográfico que en inglés lleva el significativo nombre de Western. Sí, la traducción literal del vocablo Western es Occidente. The Western Canon o El Canon Occidental es el título del polémico libro del gran crítico literario Harold Bloom sobre los grandes clásicos de la literatura… occidental. El caso es que los Western son películas de acción emocionantes y divertidas, o a lo mejor también son algo más. Se refieren a la hazaña civilizatoria (otra vez la llevada y traída civilización) de poblar y colonizar las tierras desérticas de Estados Unidos. Poblar es un decir, pues ahí había indios (nativos americanos dicen ahora) y mexicanos. Cuando Arturo se duerme, después de leerle los cómics del Príncipe Valiente, puedo descansar viendo películas de vaqueros. Mis favoritas indiscutibles son The Man Who Shot Liberty Valance y The Searchers. Por esa magia de la traducción a nuestro idioma, en español las bautizaron como Un tiro en la noche y Más corazón que odio, respectivamente. ¡Ah, los gachupines y su incapacidad para aprender idiomas! El punto es que son dos joyas cinematográficas. Empiezo con Liberty Valance.

The Man Who Shot Liberty Valance es una película que siempre me hace pensar en el nacimiento del orden liberal mundial que nos rige desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Ese orden que los mismos liberales dicen que ya murió. A lo mejor porque los responsables de cuidarlo no se acuerdan o no se quieren recordar cómo nació.

A diferencia de las típicas películas del género, aquí el bien no necesariamente triunfa contra el mal, ni los buenos son rubios y los malos unos indios pieles rojas. Tampoco se trata de un valiente shérif que enfrenta asaltantes de diligencias o salteadores de caminos. En suma, la trama y el guion son verdaderamente originales y por tanto, muy interesantes. La película se ocupa de la vida de Ransom Stoddard, un joven egresado de la carrera de derecho en alguna prestigiosa universidad americana. Stoddard es un idealista que migra al oeste americano pensando en civilizarlo mediante la aplicación de la ley, pero se topa con Liberty Valance, un facineroso que atemoriza a la población. Stoddard quería enseñarles las ventajas de los derechos de propiedad para el desarrollo económico de sus comunidades mediante el uso de contratos bien redactados, pero no la tiene fácil. Una vez ahí, para su sorpresa y desconcierto, el joven Stoddard descubre que la única ley del oeste es la ley de las armas. Valance golpea y humilla a Stoddard constantemente. Nadie conoce las leyes ni la constitución americana y mucho menos les importan. El shérif del pueblo es un borracho inepto que no se mete con nadie. Casi resultaría enternecedora si no fuera desesperante la ingenuidad estúpida de Stoddard, quien no entiende que en el viejo oeste, lejos de cualquier autoridad civilizada, se imponen los fuertes.

Todo eso sucede hasta que Stobdard conoce a Tom Doniphon, interpretado nada menos que por John Wayne, el único pistolero a quien le teme Liberty Valance. Doniphon es un hombre fuerte y bueno, que sólo aspira a casarse con Hallie, la chica más bonita del pueblo. Doniphon le recomienda a Stoddard que aprenda a defenderse o salga del pueblo so pena de ser asesinado por Liberty Valance. Pero Stoddard quiere educar al pueblo y empieza a dar clases para alfabetizarlos. El pueblo se interesa por aprender a leer y escribir, pero siempre corre a esconderse a su casa en cuanto aparece Liberty Valance. El idealismo de Stoddard hace que Hallie se enamore de él y no de Doniphon. No obstante, Doniphon sigue amando a Hallie y quiere proteger al imbécil de Stoddard para que ella no sufra. De modo que, en algún punto, cuando Stoddard va a enfrentar por fin a Valance en un duelo, Doniphon se oculta y mata desde lejos a Valance. El pueblo entero piensa que fue Stoddard quien lo hizo. A partir de entonces, todos ovacionan a Stoddard, quien termina casándose con Hallie y desarrollando una carrera política que lo lleva al senado estadounidense, a la gubernatura de su estado, a la embajada de Estados Unidos ante Londres y a la vicepresidencia de su país. Al final de la película quiere contarle la verdad de su vida a un periodista, pero éste le responde: “Este es el viejo Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierta en realidad, publique la leyenda.” Mientras a Stoddard le siguen ofreciendo todo tipo de regalos, incluidos pasajes de tren, Doniphon muere olvidado en la oscuridad del pueblo. Stoddard es tan estúpido que cree que lo tratan bien por su trabajo como legislador y las leyes que aprobó aun cuando la gente continúe recordándole que todo lo que hacen por él es porque mató Liberty Valance.

Tengo la impresión de que hay aquí toda una lección para entender la verdadera naturaleza del sistema internacional. Mientras intelectuales y políticos idiotas creen que ellos crearon y consolidaron el orden, fueron hombres bravos quienes con armas en la mano impusieron alguna forma de legalidad. El problema de acabar creyéndose las leyendas es que luego la realidad regresa para perseguirnos y vengarse. El orden liberal posterior a la Segunda Guerra Mundial sólo pudo imponerse después de derrotar a los nazis y arrojar dos bombas atómicas sobre Japón. Se nos olvidó que en el mundo siempre habrá uno o varios Liberty Valance, el arquetipo del héroe de Donald Trump, y no se les puede enfrentar con abogados, letrados o ideales. Las ideas no valen nada sin armas que las defiendan. Esa es la cruda realidad de Occidente y del mundo. A la gente no le importan las ideas, sino el sustento cotidiano y vivir en paz. Vaya qué extraño. A diferencia de las teorías de los intelectuales, la cultura popular sí se acuerda y nos explica cómo funciona el orden occidental. Se parece al mundo del Príncipe Valiente y de The Man Who Shot Liberty Valance.

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Sigue la nostalgia reaccionaria. Tintin es un joven periodista que en aras de conseguir la nota, acompañado de su perrito Milú, resuelve misterios y castiga criminales. Viaja por todo el mundo en coloridas aventuras por tierra, mar y aire. Parece un cómic que puedo leerle a Arturo con tranquilidad. Empiezo a leérselo.

En sus viajes por barco, a Tintin lo acompaña su aliado el capitán Haddock. Para asumir una postura valiente y combativa, Haddock necesita beber whisky en exceso.  ¿Qué clase de mensaje es ése para los niños? Por fortuna, mi hijo no se da cuenta de esto. Estos personajes de caricatura no son tan inocentes como yo los recordaba. Tal vez no podemos ni debemos ocultarle a los niños la realidad del mundo. No vaya a ser el diablo y se conviertan en intelectuales occidentales. En su aventura La estrella misteriosa, Tintin se embarca en una expedición científica para encontrar una roca de meteorito que cayó en una isla atlántica y cuyas propiedades pueden resultar todo un hallazgo en la historia de la ciencia occidental. Tintin pertenece a una expedición financiada por el Estado y debe competir contra una expedición financiada por unos banqueros representantes de las fuerzas del mal. Obviamente, los banqueros sólo quieren quedarse con el dinero de las patentes que puedan derivarse del estudio del meteorito. ¡Ah, la propaganda de izquierdas siempre tan sutil! A Tintin lo acompañan los representantes de las fuerzas del orden, Hernández y Fernández, dos agentes de Interpol bien intencionados, pero increíblemente estúpidos. Son los emisarios del estado de derecho y el imperio de la ley que, según ellos, protegen a Tintin, pero prácticamente nada más le estorban. No obstante, Tintin los respeta y obedece… casi siempre. Son más o menos tan inútiles como el sheriff en la película de Liberty Valance. Empiezo a ver un patrón en la cultura popular de Occidente, que a lo mejor no es nada más cultura popular, sino reflejo de los valores y creencias de la llamada alta cultura. Lo más importante de Tintin, sin embargo, no es nada de lo anterior. Tintin, como intrépido reportero representa la libertad de prensa, el derecho a la información y el derecho a la libre expresión. No está mal para la educación de un niño. Arturo quiere un perro como Milú y más libros de Tintin.

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Al dormirse Arturo, puedo ver ahora The Searchers que tenía pendiente. La película gira en torno a la búsqueda que John Wayne y otro joven emprenden para rescatar a la sobrina de Wayne, secuestrada por unos indígenas americanos, me parece que de la tribu cherokee. La búsqueda dura años y en el camino viven numerosas aventuras. El personaje más interesante no es el que interpreta Wayne, quien parece regresar a personificarse a sí mismo en cada película del Oeste. El joven que lo acompaña es un indígena criado por el hermano de Wayne, asesinado por los indios y padre de la niña que intentan rescatar. La película muestra cómo el joven indígena asume progresivamente los valores occidentales y se “civiliza”. Al principio, Wayne lo trata con desprecio racista. La cosa cambia conforme le va enseñando todo lo que sabe y adoctrinándolo en la ética del trabajo protestante. Trabajar de sol a sol y nunca rendirse en la consecución de sus objetivos. No olvidemos que en sus orígenes Occidente se refería exclusivamente a la Europa occidental blanca, particularmente Alemania, Inglaterra, Francia a veces. Los españoles dicen que también están incluidos, pero la verdad sea dicha, después del Siglo de Oro no hay ninguna producción intelectual de habla hispana que Occidente considere como imprescindible. España nunca tuvo ciencia ni tecnología ni universidades capaces de competir con las de los países desarrollados, sólo ha tenido una religión fanatizada y retrógrada.

Pero volvamos a la película. Wayne trata muy mal al muchacho. Poco a poco, sin embargo, se da cuenta de que es igual que él y está dispuesto a aprender toda la cultura occidental. A tal punto que Wayne, hombre blanco, protestante (nunca católico; el Occidente desarrollado de las películas del Oeste desprecia a los mexicanos que se quedaron en Texas aunque sean blancos), machista (lo vemos golpear mujeres en el filme), racista, viejo y sin hijos, decide legar todas sus pertenencias y patrimonio al muchacho. Luego sucede algo fascinante. Cuando casi al final del filme encuentran a la niña, ella ya se habituó a las costumbres indígenas y vive feliz como una de ellos. Esto le resulta tan ofensivo a Wayne que decide matarla por haberse degradado al haber adoptado una cultura inferior. Entonces, el chico indígena criado por blancos se interpone entre el rifle de Wayne y la joven, salvando a la chica blanca criada por indígenas. Inesperadamente, la película —una joya gracias a la inteligencia del guion— propone un final inconcebible por inverosímil, pero muy hollywoodesco. Wayne se conmueve por el gesto humanitario del muchacho, se arrepiente sólo un poquito de su racismo, extermina brutalmente a los indígenas y deja vivir a la niña. Un pésimo final que corona la narrativa de que el hombre blanco civilizó tierras salvajes. O sea que la cultura Western u occidental, igual que en la película de Liberty Valance, exige matar a mucha gente antes de imponerse como el conjunto de ideas dominantes sobre un territorio. Había que quitar a los indios y poner blancos protestantes, a eso se le llama civilizar el Oeste u occidentalizarlo. En su momento, nadie se escandalizaba con estas películas, simplemente se aceptaba que así era la realidad. Vaya cosa…  

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El prestigiado historiador británico Niall Ferguson en su apasionante libro Civilization: The West and The Rest, dice que Occidente se volvió la región más avanzada del mundo gracias a seis elementos (killer apps les llama él para estar en boga con las aplicaciones tecnológicas): competitividad, ciencia, derechos de propiedad, medicina, consumismo y la ética laboral. Ya vimos como Tintin se puso a competir con otros por lograr el descubrimiento científico de un meteorito que le permitiera explotar las patentes. En la película de Liberty Valance, el idealista abogado Stoddard quiere enseñarle a la gente las ventajas de los derechos de propiedad mediante la redacción de contratos en tierra de nadie. Al Príncipe Valiente y sus aliados en la guerra los curaba la magia (¿medicina?) del mago Merlín. El consumismo lo aprende mi hijo Arturo cada vez que termino de leerle un cuento de Tintin o del Príncipe Valiente, pues siempre pide que le compre otro. La ética laboral de Occidente es además la que John Wayne intenta enseñarle al joven indígena en la película The Searchers. Como se ve, los seis elementos que según Ferguson hicieron de Occidente la región más avanzada del mundo estaban presentes en la cultura popular. De acuerdo con Alexandre Lefevbre en el libro que citamos al principio, Liberalism As a Way Of Life, eso es suficiente para que el liberalismo y la civilización occidental sobrevivan. Ahora bien, la cultura popular de hoy no es la misma que la de los ejemplos que cité en este texto. Los niños ven películas de Disney con personajes transgénero y los intelectuales ya no ven películas Western por considerarlas racistas, colonialistas, etcétera. Por tanto, piensan que el orden liberal es una construcción automática, que apareció por generación espontánea y empiezan a creer estupideces. “El liberalismo se impuso en Occidente y en el mundo como resultado de la superioridad moral de sus ideas”, dicen. “La cultura Occidental se implantó en la Tierra gracias a que los valores cristianos son los más humanitarios”, afirman. “El capitalismo venció al comunismo por la excelencia de su ética”, presumen orgullosos. Y bien, nada de esto es cierto, o no totalmente.

El orden occidental liberal se impuso a fuerza de ganar guerras y conquistar territorios. No es necesario ser marxista para reconocer esta verdad. La religión cristiana no es la elegida de Dios ni la más bondadosa ni nada. Es la que tuvo más espadas a su favor. Y esto es así porque ningún orden político se impone en el mundo sin resistencias. Los españoles no convirtieron a los indígenas americanos al cristianismo mediante la persuasión y el amor, sino a sangre y fuego, arrasando con los monumentos y centros ceremoniales de otras creencias. Igual que hicieron los conquistadores de todas las épocas y todos los países. Todos necesitan vencer a sus adversarios si desean dominar la escena internacional. Y no se les vence ni con ideas, ni con argumentos ni con debates civilizados. Las guerras se ganan con soldados, con armas y con tecnología. No es políticamente correcto decirlo, pero es la verdad. Los intelectuales de hoy, no reconocen la verdad, necesitan adornarla para no admitir los pecadillos de sus antepasados. Sí, el liberalismo fue racista, machista y colonialista. Por fortuna, ya no lo es, pero sin duda que lo fue. Negar eso es no entender cómo llegamos a donde estamos y la necesidad de reformarse continuamente para no creer que vivimos en un orden perfecto. Es la ceguera de suponer que quienes no aceptan el orden actual son masas manipulables por el populismo. Antes, los liberales eran los observadores más realistas. Hoy son unos cobardes que necesitan inventarse cuentos. Y si Occidente deja de ser realista, efectivamente entrará en decadencia.

Amin Maalouf, un intelectual libanés, dice en su libro El laberinto de los extraviados, que los enemigos históricos de Occidente han fracasado. Todos. Japón, China, Rusia, Irán, el que usted me diga. Y en su opinión, seguirán fracasando. A menos que Occidente mismo erosione sus propias bases por dentro. Aunque Occidente desconozca su historia, rechace sus propios valores o adopte un relativismo estúpido para decir que todas las culturas son iguales y valen lo mismo, aunque piense que es igualmente digno de condena cuando ciertas formas islam practican la ablación del clítoris, que cuando en Occidente no se les paga el mismo salario a las mujeres, todo ello no significa que esté acabado. Occidente no es perfecto y tiene muchísimas fallas. Fallas muy graves, pero es mejor que la alternativa por una razón: Occidente tiene la capacidad de reformarse y progresar. Y sus fallas no son tan monstruosas como el resto de las regiones del planeta gobernadas por ideologías antioccidentales. Dígase lo que se quiera de Estados Unidos hoy, no tiene campos de concentración para eliminar a sus minorías como sí los tiene China contra los uigures.

Por favor no le crea su propaganda a los wokes. El salvaje Oeste ya no es salvaje. Hoy las leyes sí cubren por igual a todos, como soñaba Stoddard. Pueden ser leyes malas, pero también son leyes modificables, que todos los ciudadanos tienen derecho a criticar públicamente. La Europa del Príncipe Valiente ya no es la Europa de la anarquía, el hambre y el todos contra todos. Ya no es la Europa de los desvalidos que rezan para ver si aparece un caballero andante de la mesa redonda para resolver sus problemas cotidianos. Occidente hoy se parece más al mundo de Tintin, donde un reportero audaz lucha por expresar su denuncia libre de todo lo que está mal, aunque las autoridades sean corruptas o estúpidas e incompetentes como los policías Hernández y Fernández. Occidente es consumista sí, pero gracias a ese consumismo la productividad económica genera más empleos que en ningún otro lugar del mundo. Y por eso, todas las masas de millones de migrantes luchan por entrar, así sea ilegalmente y arriesgando su vida, a países Occidentales. Yo no veo migrantes arriesgando su vida para exigir derecho de asilo en los países musulmanes ni en las dictaduras orientales. No existen. Y es que hasta la gente más pobre y desprovista de educación sabe que la única oportunidad de una vida mejor para sus hijos está en sociedades liberales y occidentalizadas. Aunque les duela a la izquierda y a la derecha. El gran pensador francés Raymond Aron (por cierto, un gran liberal) decía que la política siempre es una selección entre inconvenientes. Aceptar eso es tomar el primer paso para construir un orden más humano. No existe la perfección ni tiene sentido añorarla. Es peligrosísima. Y por eso debemos defender Occidente, porque todavía hoy es la mejor invención de la humanidad en cuanto a estilos de vida. Aunque sus enemigos le cuenten a usted una de vaqueros, donde Occidente siempre es el blanco opresor, y no, como muchas veces ocurrió, el blanco que le deja toda su herencia y patrimonio de valores a un nativo americano.

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