Vance, J. D., Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis, Harper Collins, Nueva York, 2018 (reimp.), 272 pp.
Sea cual sea la opinión que se pueda tener sobre el vicepresidente J.D. Vance, es imposible negar la relevancia, sensatez y elocuencia de su elegía rural. Publicada en 2016, tan solo tres años después de que Vance se graduara de la escuela de derecho en Yale, Hillbilly Elegy, no sólo es una genuina lamentación sobre el estado actual de la clase obrera (Blue-collar) de los Estados Unidos, sino que presenta un atrevido llamado a la acción para generar un “cambio cultural” en el que la clase obrera se dé cuenta de que sus problemas “los crearon ellos mismos, y sólo ellos pueden arreglarlos”.
Para Vance, el estado actual de la decadencia de los Estados Unidos se debe a varios factores, pero destaca la imposibilidad de la realización del sueño americano para la gran mayoría de los ciudadanos de los EE. UU., y la mínima responsabilidad personal (accountability) de los individuos; pero, aun así, hay una salida. Y lo muestra a través de las memorias de su familia.
El libro empieza con una breve introducción en la que J.D dice, en un solo párrafo, todo sobre lo que se trata el libro: “No he escrito este libro porque haya logrado algo extraordinario. Lo he escrito porque he hecho algo en extremo ordinario, pero que la mayoría de los niños que crecieron como yo, nunca hará”.
La vida de J.D. Vance ha sido como la de muchos otros de la clase trabajadora. Una familia numerosa, con un núcleo central compuesto por su madre, hermana, y sus abuelos. Sus familiares nunca tenían dinero suficiente para todo, pero tampoco les faltaba comida. Los jóvenes trabajaban para ayudar a la economía del hogar, y varios familiares tenían problemas de adicción a narcóticos.
Pero el libro no se restringe a la familia inmediata. Muestra la herencia que tienen los Vance desde generaciones pasadas. Esta familia se enorgullece de que los padres siempre han visto por hacer bien su trabajo, y ayudar al prójimo; pero, sin importar qué, la familia es lo primero.
J.D. halló dos hogares importantes en su infancia: Kentucky y Middletown, Ohio, en donde vivió los periodos más formativos de su infancia. Allí tuvo principalmente a 2 personas que definieron su vida: Mamaw, su abuela, y Bev, su madre. Por su parte, Beverly Vance le mostró a J.D. lo que era vivir una vida frustrada por esfuerzos vanos, adicción a los opioides, y pocas oportunidades; Mamaw, por otro lado, le mostró que, a pesar del contexto, uno siempre debe trabajar por las oportunidades y hacer lo correcto. Y es gracias a lo que aprende aquí que en un futuro conocerá a la tercera persona más importante de su vida: su actual esposa, Usha Chilukuri Vance, a quien conoció en Yale.
A través de su abuela, con quien vivió como si fuese su madre, se va dando cuenta de la vergüenza que sienten los Hillbillies sobre sus propias vidas. El pequeño J.D. reflexionaba junto a su abuela todo lo que pasara en su vida. Como aquella interesante conversación sobre los patrones de compra de las diferentes personas en el supermercado, de donde concluye que las personas con menos recursos tienen tantos problemas de salud debido a los “Desiertos de Alimentos” (Food Deserts), pero que no sólo son víctimas del contexto, sino que heredan los malos patrones de alimentación de sus familiares.
Otra de las grandes lecciones que dice haber aprendido de las conversaciones con su abuela, es que la ayuda gubernamental ha hecho más daño que bien a la clase obrera. Vance observa cómo es que varias personas de Middletown usan el dinero que les da el gobierno en productos que les darán “placer a corto plazo, en vez de bienestar futuro”. Está consciente de que, sin este tipo de ayudas, Mamaw no hubiera podido pagar sus medicamentos, ni comprarle a él las cosas necesarias para su educación, como una calculadora científica, pero es el mal uso que se le da a estos recursos lo que genera un verdadero problema, pues como dice en los últimos capítulos del libro: “la ayuda gubernamental no es suficiente”, lo que se necesita verdaderamente es que las personas se responsabilicen de su propia vida.
Muchas personas marcaron su vida. De su hermana, Lindsey, dice haber aprendido que hay esperanza para tener una buena vida familiar, a pesar de las heridas. Aprendió mucho de sus compañeros y superiores de la Marina, donde llegó a ser Cabo en el 2007, donde dice haber entendido realmente la importancia de la disciplina y la autoconfianza requeridas para “romper el ciclo” de la inestabilidad que había heredado y lograr ser un “migrante de clase”.
Tras su regreso de Irak, Vance continuó con su educación. Pasó por el colegio comunitario, después por la Universidad del Estado de Ohio (OSU), hasta terminar en la universidad de Yale, de donde dice haber aprendido varias lecciones importantes sobre la vida, y la diferencia entre la clase obrera y la élite del país. Es en esta etapa en la que conoce a la ahora segunda dama, Usha Chilukuri, a quien le muestra cariño y aprecio.
Durante sus estudios en Yale, Vance critica fuertemente a las élites y se da cuenta de la importancia del “capital social”; dicho de otra manera, de hacerse de contactos. Y es usando este capital social que J.D. observa la profunda desconexión entre la clase de donde surgió, la obrera, y la clase de su actual círculo. Las personas de los Apalaches suelen pensar, como Mamaw, que los políticos “son unos corruptos”, pero eso es “mayormente falso”, aunque esa élite de políticos no entiende los problemas de la clase obrera.
Para Vance, hay varias disparidades en la relación entre los ciudadanos americanos y destaca que la clase obrera no comparte héroes con las demás clases sociales. Pone como ejemplo a Obama, quien enfrentó mucha adversidad para llegar a la presidencia, pero no una adversidad como la de los obreros, lo cual impide empatía e inclusión entre clases. Otro ejemplo: las élites ignoran que la clase obrera es víctima de sus propias malas decisiones, y buscan ayudarla culpando al mal gobierno, pero no se dan cuenta de que eso es peor que el mal actual; más bien deberían de remarcar la verdad e impulsar a las personas a romper con sus malos hábitos.
Hacia el final, J.D. Vance revela muchas de sus propias posturas éticas y políticas personales. Destaca su fuerte crítica al populismo republicano, porque el populismo evita la verdad del asunto y alimenta el resentimiento de las clases bajas contra las élites.
J.D. continúa con su lamento sobre la desconexión entre clases sociales, y remarca continuamente los factores que “inhiben la migración hacia la clase media o alta”. Repite que la clase baja no está dispuesta a cambiar su vida; carece de las oportunidades necesarias, pero, más importante para Vance, tampoco busca crearlas, pues se siente profundamente derrotada. Mientras tanto, la ayuda de la clase alta no logra entender la raíz del problema, y solamente inyecta un dinero que aliena a las clases inferiores.
Finalmente, Vance postula que el inicio del camino debe comenzar desde un cambio cultural, gracias al cual las élites se tornen más empáticas con la clase obrera; que les “extiendan una mano comprensible” para ayudarlos, pero que también los responsabilice de sus propias acciones. Tal cual como le sucedió a él y su hermana; ambos contrajeron matrimonio con alguien de una clase social superior, y, según Vance, fue en gran parte por su apoyo y búsqueda de un mejor entendimiento del uno con el otro que sus vidas han cambiado para mejor. Gracias a ello, los hermanos Vance pudieron dejar atrás muchos de los males que afectan a las clases bajas, no en términos económicos, sino en términos culturales y tradicionales. “Necesitamos crear el espacio para que los J.D. […] del mundo tengan una oportunidad. No sé precisamente cuál es la respuesta, pero sé que empieza cuando dejamos de culpar a Obama o Bush o a las compañías sin cara y nos preguntamos sobre lo que podemos hacer para mejorar las cosas”.
Hillbilly Elegy toca temas relevantes, controversiales, y personales. Es un libro que se escribe desde una preocupación y una búsqueda genuina por entender y mejorar la situación actual de la “crisis” cultural, económica y social con la cual los Estados Unidos y, en gran parte, Occidente, se enfrentan hoy en día. Y lo hace con una pluma fluida, culta y directa. Pero, a pesar de todas sus virtudes, Hillbilly Elegy contrasta fuertemente con la realidad, sobre todo con los mismos actos de J.D. Vance, ahora que dejó de ser alguien que “no ha logrado algo extraordinario en su vida”; ahora que es el vicepresidente de los Estados Unidos de América.
Se preocupa por el estancamiento social que observa, pero acompaña esa preocupación con una tenue esperanza. Es su manera de decirle a los estadounidenses que “si yo puedo, tú también, y te voy a contar cómo le hice”. Según Vance, lo más importante ante una cultura en crisis es la responsabilidad personal. El énfasis que da a esta responsabilidad es altamente demandante. Se sale adelante sólo creando las oportunidades, aprovechando los recursos, pocos o muchos, que tengas a la mano. Es tan exigente, que incluso parece no poder perdonarle a su madre, Bev, todos los errores de su vida: “no cabe [en mí] ni el enojo por la vida que escogió, ni simpatía por la infancia que no tuvo”. Vance la ayuda económicamente, pero moralmente es implacable con ella.
Es una exigencia que resulta complicada de entender, e incluso es muy criticable. Es verdad que las decisiones individuales tienen sus consecuencias, y que, si una persona no decide por lo menos intentar mejorar su situación, no lo hará. Pero, aunque la menciona, Vance parece subestimar la ayuda de las instituciones. Dice que el gobierno no puede sacar a la gente de la pobreza, que los programas sociales, a pesar de que ayudan a varias personas, hacen más daño que bien. Pero, al mismo tiempo, no ofrece una alternativa viable más allá de las buenas intenciones de los privilegiados. ¿En realidad podemos decir que las clases altas son lo suficientemente desinteresadas como para dejar atrás el egoísmo, tal vez natural del ser humano, y sólo devolver (to give back) algunos recursos a la sociedad?
Vance se contradice fuertemente al decir que las buenas intenciones a veces causan un daño peor que el mal actual, pero solamente ofrece reemplazar buenas intenciones con mejores intenciones. Pero, si como lector dejamos a un lado la buena fe, lo que en realidad está diciendo Vance, es que la caridad y la movilidad social deben ser reemplazadas por la instrumentalización del prójimo, el nepotismo, y la hipergamia. En el libro no está muy claro, pero de este punto, y considerando los actos actuales del gobierno americano, queda una pregunta que todo lector y todo ciudadano, no sólo estadounidense, sino de cualquier parte de Occidente, debe hacerse: ¿Qué tanto debe regular el gobierno, el amor y la sexualidad? Hoy en día, Trump y Vance ya no sólo miran nuestras faldas y pantalones, sino que están viendo por dónde meter su mano.
Si “la clase obrera blanca está en crisis porque ha perdido la seguridad económica, y el hogar y la familia estable”, ¿a qué se debe en realidad? ¿A que los individuos no se hacen responsables sobre sí mismos o a que las instituciones fallaron al evolucionar según las necesidades de la vida de las personas? ¿En serio tiene más peso el acto individual que el colectivo y gubernamental cuando se habla de problemáticas sociales como la vivienda y la salud?
Un defecto de este libro es que, a pesar de usar cierta bibliografía, no se citan datos claros sobre el bien o el mal que hace el apoyo social a los ciudadanos, pero Vance hace una omisión importante: no menciona la ayuda de la sociedad civil. Afirma que la clase alta debe ser más empática con la baja, pero parece que ignora por completo la importancia de la organización colectiva. Apunta su importancia llamando a la empatía, pero aun así enfatiza que el individuo es el agente responsable. Deja la responsabilidad en lo privado y desprecia lo público.
La empatía que exige Vance a las élites pretende una migración de clase que sólo se logra efectivamente cuando los de arriba le dan la bienvenida a los de abajo; cuando los que tienen los recursos suficientes estiran la mano a los demás para que también alcancen una estabilidad socioeconómica.
Esto resalta, no por los contenidos del libro, sino por el contexto actual de los Estados Unidos. Vance es un partidario de las deportaciones masivas, ahora que es vicepresidente. El contraste de lo que dice el libro sobre la migración de clase, y la migración transnacional, es contradictoria. Si uno leyese “Hillbilly Elegy” sin contexto político, uno pensaría que Vance tendría una postura muy favorecedora de la migración. ¿Por qué ser sólo empáticos con los estadounidenses y no con los migrantes que llegan a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades laborales y sociales? Ellos también están huyendo de contextos en los que hay precariedad comparable o incluso peores que la drogadicción de las comunidades blancas empobrecidas. La postura de Vance ha cambiado; antes era simpatizante del partido demócrata y ahora es un republicano, y no deja de llamar la atención el fuerte racismo que hoy en día predica desde la vicepresidencia.
Este es un libro sobre la “clase obrera blanca”. No considera con ninguna seriedad la comunidad negra, ni la internacional; solamente dice cosas como “Los Hillbillies comparten mucho en común con la gente negra”, pero comete el error de asumir que de similitudes se pueden universalizar los problemas de todos los estadounidenses. Deja a desear un análisis interseccional sobre estas similitudes, pues ¿es realmente equiparable la vida de un hombre blanco de Middletown, Ohio, a la de un hombre negro de Jackson, Michigan?
Vance no propone nuevas políticas; más bien asume que las políticas existentes cubren todo lo necesario para guiar a una sociedad hacia un mejor futuro, pero no parece darse cuenta de que su ética personal, a pesar de tener cierta consistencia, y probados “casos de éxito”, por decirlo de alguna manera, no deja de ser una en un millón. El conservadurismo americano ya ha fracasado en su búsqueda de justicia; Estados Unidos tiene una herencia cultural profundamente racista que, si no se atiende de manera correcta, termina en extremos como los que vemos hoy en día con segregaciones raciales y sexuales arbitrarias. Antes el conservadurismo llevó a segregar por raza incluso los baños, y como respuesta, hoy en día tienen políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión que sólo eran la otra cara de la moneda.
No es que el conservadurismo y sus propuestas políticas no funcionen y no busquen justicia y estabilidad, es que, así como el mismo Vance dice, las élites de políticos y gobernantes no entienden qué significa vivir en una clase social inferior; lo que puede funcionar para unos, no va a funcionar para otros. Buscar una solución única es más un totalitarismo que una democracia.
El conservadurismo histórico falló al excluir sistemáticamente a los negros, a los latinos, a las disidencias sexuales, e, incluso, a las mujeres en la vida política, no porque sus leyes no estaban lo suficientemente bien redactadas o racionalizadas, sino por no entender que el decir “Todos” deben de incluirse a “Todos”, no sólo a los similares. Plantear una sociedad tan conservadora, tan poco multicultural y tan exigente es peligroso; cuando menos, termina en un individualismo extremo, que puede caer en una fuerte discriminación cultural hacia lo externo, y un, hasta ahora, siempre fallido intento de homogeneización cultural. Parecería incluso que Vance regresa a los tiempos en los que no había tolerancia religiosa, en este caso promoviendo al Evangelismo como el camino correcto.
Su crítica al populismo también contrasta con la política trompista de la actualidad. Trump es un populista que le dice a la gente lo que quiere escuchar, hace lo que la gente cree querer, y miente tanto como amenaza. Vance dice estar en contra de las políticas populistas; de decirle a la gente lo que quiere, y no la dura realidad. Las políticas arancelarias, y las deportaciones masivas, tienen un fuerte elemento populista por parte de Trump/Vance. A la clase trabajadora se le dice que los migrantes les quitaron sus trabajos, y que los sacarán del país para recuperarlos, pero es en este libro en el que el mismo actual vicepresidente relata lo mal que trabaja la clase obrera: “tiene todas las razones para esforzarse, y aun así falta regularmente al trabajo, y cuando va, toma descansos de más de una hora múltiples veces al día”, relata Vance sobre un compañero de trabajo en el almacén. ¿Se les está diciendo la dura verdad, o sólo se les está dando lo que quieren para que les dejen hacer lo que deseen con su gobierno?
Vance es muy consciente de los verdaderos daños que el populismo impone a la sociedad. Sabe perfectamente que las políticas que sólo dan dinero, pero no soluciones reales, generalmente resultan más dañinas que el propio mal, pero aun así, a pesar de que en este libro lo señala más de una vez, parece que hoy está sacando ventaja de este tipo de políticas. Debemos preguntarnos no sólo ¿qué es lo que busca Trump con todo lo que hace actualmente?, o ¿qué es lo que busca Elon Musk?, sino también ¿qué busca J.D. Vance y por qué decidió unirse a alguien que representa casi todo lo que criticaba en 2016?
En mi opinión, toda persona que quiera entender el panorama político actual debe leer este libro. Es un libro que, a pesar de que hoy pueda parecer propaganda, sí ofrece un análisis hecho desde una genuina preocupación por una sociedad en crisis.
Vance es una persona que tiene una ética extremadamente exigente, y que, a pesar de responsabilizar, tal vez en exceso, al individuo, tiene razón en que en una cultura con puras exigencias, pero no acciones concretas para solucionar los problemas a los que se enfrenta uno, no lleva a mejorar una nación.
La relevancia de este libro es universal. Principalmente, porque hoy en día, J.D. Vance es el vicepresidente de los Estados Unidos; su manera de pensar tiene consecuencias mundiales. Pero es también universal, desde un punto de vista cultural. Sin hacerlo explícitamente, con este libro Vance está ofreciendo una alternativa moral, ética y social para Occidente.
Este libro es una respuesta a la “izquierda” política que desde hace varios años ha tenido protagonismo cultural en Occidente, y que, a pesar de sus “buenas intenciones” ha causado también varios problemas a solucionar. El proteccionismo, en cualquier sociedad, crea contextos en los que los individuos no pueden obtener una buena vida para sus comunidades. Pero, al mismo tiempo, la izquierda tiene una crítica muy relevante que hacerle al planteamiento político de Vance: ¿acaso el que un individuo tenga tanta responsabilidad implica que la desigualdad extrema no se está tratando como un problema? Vance ve que la desigualdad es un problema, pero ¿en realidad la caridad y la empatía solucionan los problemas sociales que se derivan de ella?
Debemos estar al pendiente de lo que Vance haga en este periodo presidencial. Hasta ahora, parece contradecir sus propios principios al unirse al populismo de Trump y Elon Musk. Lo que no me queda claro es si se le debe dar el beneficio de la duda, pues a pesar de que en su libro muestra una real empatía que fácilmente pudiera extenderse hacia la situación migrante latinoamericana, lo único que ha demostrado hasta ahora es que es un pragmático que quiere poner a Estados Unidos über alles.