Ducournau, Julia (2016). Grave. Jean des Forêts.
Advertencia: contiene información detallada de la trama
Cuando era pequeña yo insistía en que quería ser veterinaria. En ese entonces no tenía claro que el pollito rostizado del fin de semana anterior era simplemente una versión gorda, industrializada y sazonada del pollito de colores que soñaba con tener (y afortunadamente nunca tuve). Ya en la adolescencia me gustaba hacer de abogada del diablo y me pregunté por qué comíamos vacas y no perros. Ya que estamos en esas, ¿qué nos impedía comernos la carne de otro ser humano que estuviera dispuesto a ser comido? Si los animales están a nuestra disposición (según múltiples tradiciones); si aceptamos en general que es la inteligencia, la mente, la que controla al cuerpo y con ello justificamos el ejercicio de control de los humanos sobre los animales que son, se dice, instintivos e irreflexivos; y si la capacidad intelectual es una justificación para el control de seres vivos que por el momento no nos parece que piensen al mismo nivel que los seres humanos; ¿tenemos razones para limitar el control de una especie sobre la otra? ¿Qué tan justificado está el control que pretendemos tener? ¿Qué nos impide categorizar y valorar a los seres humanos entre sí en función de sus habilidades mentales, e incluso subordinar unos a otros? ¿Estamos seguros de que somos tan diferentes de los animales? ¿Estamos seguros de que nuestro trato hacia los animales es tan diferente al que empleamos con otros seres humanos? Julia Ducournau interpela a su audiencia con todas estas preguntas en su largometraje Grave, ganador del Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes de 2016.
La protagonista de esta película, Justine (Garance Marillier), también quiere ser veterinaria. Para ello ingresa a la facultad de veterinaria donde no sólo sus padres estudiaron y se conocieron, sino donde también asiste su hermana mayor Alexia (Ella Rumpf). En línea con la profesión familiar, Justine ha sido vegetariana toda su vida no ya por deber sino por convicción, y es esta peculiaridad la que le dificulta todavía más superar el rito de iniciación al que se ve sometida. La tradición de la facultad, instituida incluso desde antes de que los padres de Justine cursaran la universidad, dicta que es necesario fotografiar a la nueva generación tras bañarlos en sangre animal; obligarles a reverenciar y obedecer a “los veteranos” tanto en el campus como en los dormitorios; y, para desgracia particular de Justine: forzarles a comer riñones de conejo crudos.
En subsecuentes escenas nos presentan lo que “los veteranos” conciben como bromas que forman parte de la novatada: despiertan a los nuevos estudiantes en medio de la noche antes de un examen para obligarlos, semidesnudos, a emborracharse y permanecer en una fiesta; vandalizan sus dormitorios; los coaccionan a tener relaciones sexuales y, en resumen, los tratan como se trata a los animales en ciertas pruebas experimentales. Bajo una conciencia alterada de la realidad, las reacciones y actitudes de los novatos poco tienen de intelectuales o meditadas y se acercan más a las conductas instintivas e irreflexivas comúnmente asociadas con los animales, resultando en el “desdibujamiento de las categorías biológicas y conductuales que definen las identidades basadas en especies”. Desde el principio se le hace patente al espectador que en circunstancias específicas los seres humanos se distinguen poco de otras especies en el reino animal no sólo por cómo actúan sino también por cómo pueden ser tratados. Si es permisible el control sobre los animales, su uso, experimentación y explotación, ¿qué le impide al ser humano usar y abusar de su propio cuerpo (y el de otros) de la misma manera que con los animales si este es susceptible a su poder?
Pero esto es solamente el ambiente general que rodea el conflicto central: Justine pasa de vomitar por ser obligada a comer carne, a adquirir una obsesión por comer carne cruda y a descubrir –en un accidente donde su hermana se corta el dedo y Justine se lo come– que lo único que satisface verdaderamente su hambre es la carne humana (al igual que su madre y su hermana, como nos enteramos más tarde). Se nos plantean varias interrogantes: ¿qué es el ser humano sino algunos selectos comportamientos animales? Si en el fondo el humano está tan condicionado para buscar su supervivencia y satisfacer un hambre nutritiva y reproductiva como “los animales”, como “las bestias”, ¿verdaderamente somos tan dueños de nuestras decisiones, apetitos y cuerpo como creemos? ¿Cuánto control y derecho tiene un ser humano sobre su propio cuerpo? ¿Tanto como el que tendría sobre un animal?
Ducournau en varias de sus entrevistas hace hincapié en una pregunta: “are you your body or is your body you?”. Qué le hace pensar al humano que su parte racional está en control cuando le sucede un sarpullido por reacción alérgica tal como le sucede a Justine tras comer el riñón de conejo crudo. Ducournau hace hincapié en que “un cuerpo es un cuerpo, no son criaturas divinas; son personas reales que cuando caen, caen”. Si el cuerpo parece ser autónomo en cierta medida (en tanto que no se le determina por voluntad) cuando está enfermo, cuando siente algo, ¿puede el humano racional seguir afirmando su poder absoluto sobre él? Y si no, ¿tiene derecho a tratar los cuerpos de los animales de una manera distinta a la que lo hace con el propio? ¿Cuál es la diferencia cualitativa entre el cuerpo de un animal y el de un humano? ¿Cómo hemos llegado a separarnos tanto de la condición animal que hemos divinizado los cuerpos humanos?
En un segundo momento, si consideramos el cuerpo de los seres humanos como superior al de los animales, ¿qué tan firme es nuestra convicción en que todos los seres vivos sintientes merecen ser tratados de cierta manera fundamental? En la película hay dos situaciones que nos confrontan con esta pregunta. Después de que Justine se come el dedo de Alexia, en una complicidad tácita, ambas hermanas dejan que se culpe al perro (la mascota de Alexia) y se lo sacrifique porque “un animal que ha probado la carne humana es un peligro” (Raw 00:49:58). Un poco más adelante en la película, Alexia mata y se come a Adrien (Rabah Naït Oufella), el compañero de cuarto de Justine, pero su sentencia no es la muerte, sino la cárcel. “La película continuamente explora las posibilidades que se abren cuando los límites humanos se desdibujan en la animalidad ilimitada. ¿Se les hubieran dado los mismos derechos humanos a Justine, Alexia y a su madre si se les expusiera como brutales carnívoras? Claro que no”. ¿Qué tan justificada es hacer una diferenciación tajante en el tratamiento de animales y seres humanos? “Los animales en Grave son testimonio de una categorización estricta pero arbitraria de lo no-humano como falto de agencia y derechos”. Esta consideración se plantea incluso desde el inicio de la película, cuando algunos novatos discuten acerca de si la violencia sexual en contra de un mono estaría a la misma altura de una violación a una mujer, dadas las repercusiones emocionales en cada sujeto. No tenemos evidencia suficiente para equipararlas, pero valdría la pena considerar la posibilidad de que somos demasiado rápidos en desestimar el dolor, capacidad emocional e incluso entendimiento de otras especies en el reino animal.
Valdría la pena replantearnos cuáles son las bases sobre las que decidimos qué derechos, simpatía y perdón se le atribuyen a un ser humano y a una bestia, porque en el extremo de esta línea de pensamiento, ¿qué impide mi destrucción como un animal? ¿Qué impide el consumo de mi carne? A partir del miedo que provocaría saberse sometido al trato conferido a un animal, ¿qué impide que yo consuma al otro? En aras de no ser sometido al control de otro, ¿consideraría yo adelantarme a este y dominarle? Julia Kristeva en su Powers of Horror describe esta reacción en el apartado que titula “¿‘Temo ser mordido’ o ‘temo morder’?” y elabora diciendo “¿acaso no el miedo esconde una agresión, una violencia que regresa a su fuente, habiendo invertido su signo?”.
Es precisamente ese miedo y violencia lo que se deja entrever en el ritual de iniciación. Siguiendo a Beugnet y Delanoë-Brun, este se revela como un “proceso formalizado de selección, integración y exclusión, un intento deliberado ‘por reconectar la violencia subjetiva a la sistémica’”: no sólo representa la integración y adopción de estándares del grupo (como se muestra en la escena donde Justine finalmente se pone un vestido y presenta las actitudes lascivas y desenfrenadas del resto de sus pares en las fiestas), sino también la obediencia hacia un poder ficticio creado a través de la comunidad y la tradición. Como el objetivo de este ritual es el de asimilar (engullir) a los nuevos individuos en la comunidad, podemos ahora explorar otros sentidos más allá del canibalismo literal que nos presenta el filme.
En Manifiesto antropofágico, el poeta Oswald de Andrade comienza diciendo “Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. Única ley del mundo”. A partir de Grave podemos explorar varios ámbitos, pero sobresalen dos: 1) la tensión entre sociedad e identidad y 2) el deseo sexual.
Sociedad e identidad
El rito de paso hace a los novatos superar un control social que les integra a la institución que en los siguientes años les tocará sostener; este les impulsará a continuar la tradición y repetir los mismos patrones con otros novatos, que a su vez harán lo mismo. El canibalismo se hace patente al examinar la inevitable asimilación y adaptación de la propia personalidad con el entorno y la sociedad más próxima.
En la marcha cuasi-militar de “los veteranos” frente a los novatos al inicio de la película, los primeros desfilan frente a los segundos al ritmo de un tambor, todos vestidos con botas negras y batas blancas (que han sido personalizadas) cantando al unísono una misma canción. A pesar de la homogeneización del grupo, es posible distinguir a cada uno de los integrantes por la forma en que han estilizado su bata, la ropa que visten bajo ella o su corte de pelo. En este momento sobresale la relación entre Justine y Alexia, pues parecería que Alexia es la perfecta maestra para aprender a encajar en esta fila de veteranos al tiempo que es capaz de conservar en ella una realidad que se resiste a ser como todos los demás. Así, Alexia representa una clase de guía para Justine, pues ella ya ha afrontado las dicotomías entre grupo e individualidad, integración y aislamiento: “Ella intenta educar a Justine diciéndole ‘así es como tenemos que vivir ahora’: mediante la manipulación y engaños sutiles”. Alexia es la maestra por la que Justine aprende que solamente es posible ser “uno mismo” fugazmente, en privado, no frente al resto de la tribu, donde hay que aparentar ser igual, encajar.
Este tipo de canibalismo presenta la difícil dicotomía entre el intento de desarrollar una identidad propia y de crearse una identidad propia. La primera, el desarrollo de la identidad, implica arraigarse en la experiencia y conservar conscientemente las piezas que han conformado la persona que se es actualmente. Crearse una identidad, por el otro lado, parece ser no ya una adaptación al medio sino una mimetización con él: el intento por inventar un nuevo yo y olvidar lo que no está presente. Podemos preguntarnos: ¿debería Justine conformarse a las expectativas de “los veteranos” de la carrera? ¿Qué es lo que vale la pena intentar conservar de una identidad? ¿Lo correcto o conveniente sería dejarse modificar completamente por el nuevo contexto?
Sexualidad
La segunda y más evidente lectura del canibalismo en Grave tiene que ver con la sexualidad. Primero por las escenas explícitas de Adrien y Justine juntos; de Justine en una fiesta donde se le pinta de azul y se la mete en un cuarto con un chico pintado de amarillo con la instrucción de que salgan verdes, etc. Pero también, porque el impulso sexual se parece mucho al hambre, a la necesidad de comida, a la ingesta de una cosa externa. El ámbito de la sexualidad nos interpela sobre todo en la actualidad por el cariz que han tomado las relaciones interpersonales en las que las relaciones sexuales llegan a verse como un producto, un intercambio de bienes. Podemos preguntarnos: ¿qué tan lejos tiene permitido ir el ser humano para satisfacer “racionalmente” esa (y cualquier) hambre, esos deseos “animales”? En la segunda mitad de la película nos enteramos, por ejemplo, de que Alexia provoca (aparentemente desde hace tiempo) accidentes automovilísticos: mata gente desconocida para saciar su hambre, para satisfacer su enfermedad. En vista de lo “necesario” y vital que es comer, lleva a Justine y la hace su cómplice. Alexia es “un personaje mirando a otro desde el lado opuesto de una línea transgresiva y facilitando un comportamiento indecible”. El impulso casi irresistible por saciar una necesidad o satisfacer un deseo nos pone una vez más cara a cara con la parte más animal e incontrolable de nuestra existencia. Ciertamente no es razón suficiente para disculpar a nadie de sus responsabilidades, pero sí una provocación para reevaluar nuestra inflada visión de nosotros mismos.
Grave es una película llena de simbolismo y con un sólido subtexto crítico del sistema social, interpersonal e incluso económico. Es, sobre todo, una película coming of age donde la protagonista se ve obligada a posicionarse frente al mundo y a sí misma. Se descubre desdibujada entre identidades al pasar por las situaciones límite a las que es sometida. Ducournau hace un gran trabajo retratando los matices de la intermediez e inconsistencia características de la adultez temprana y lo hace a través de la exploración de las relaciones colectivas y particulares, a través de lo que significa ser un ser humano, un ser sexual y una mujer. Justine, como nosotros, intenta responder a la pregunta radical por la identidad, por el conjunto de características que elegirá (si es que puede) adoptar para conformarse a sí misma frente a otros. Claramente esta es una película para un público muy particular, pero la recomiendo ampliamente para cualquiera que crea tener el estómago para soportarla y quiera explorar las cuestiones que he planteado aquí desde una perspectiva poco habitual.