Según la fenomenología de la religión, el hombre se adentra en lo sagrado porque lo sagrado se le muestra, es una hierofanía, una manifestación religiosa de la que están cargadas todas las religiones y con las que está acostumbrado a vivir el homo religiosus, quien vive lo sagrado y está atento a las realidades sacras que advienen a su vida y le hacen vivir el tiempo, el espacio y las cosas como realidades completamente diferentes de las realidades profanas. Algo paradójico para quien no vive en la vida religiosa, pues para quien está en ella, los objetos son siempre “otra cosa”, sin dejar de ser “la misma cosa”: para el hombre religioso el agua sagrada no deja de ser agua, pero no es sólo agua, lo mismo que el templo es de piedra, pero no es únicamente piedra, más aún, para quien vive la experiencia religiosa, la naturaleza misma en su totalidad puede revelarse en una ‘sacralidad cósmica’ y ser una hierofanía, sin dejar de ser naturaleza. Dos formas de estar en el mundo, dos posturas existenciales frente a la vida, dos formas diferentes de habitar, que muchas veces se ve como un “abismo” que separa a una de la otra.
Quien vive la experiencia sacra del mundo, encuentra en lo sacro un peso ontológico en el mundo que le rodea, gracias a eso tiene una vida significativa y plena de sentido, pues la vivencia de lo sacro sacia su sed ontológica, le lleva a salir del caos para fundar un cosmos. La desaparición de la religiosidad en las grandes ciudades de hoy día ha provocado un sin número de reflexiones; hay quienes por desconocer qué alcance pueda tener en el ser humano la ausencia de la religiosidad en el ser humano contemporáneo, no se aventuran a hacer un pronóstico de lo que podrá suceder frente a un mundo sin Dios, hay otros sin embargo que afirman que la pérdida de la vivencia religiosa en el mundo actual ha generado ya un conflicto existencial en sus habitantes, quienes frente a este vacío experimentan o bien la pérdida de sentido, la depresión, o bien buscan colmar este vacío con la proliferación de ligeros movimientos espirituales y de bienestar anímico, o la proliferación del narcisismo, del pequeño endiosamiento que ofrece el mundo consumista. Frente a la denostación ilustrada que han recibido las religiones desde el siglo XVIII, cabe preguntarse, si las religiones a lo largo de la historia, a pesar de sus limitaciones nos han dado una rica cultura y arte, ¿qué mundo y cultura es la que fundará una sociedad sin sacralidad?