Willder, Louise, Cien palabras a un desconocido, Gris Tormenta, México, 2025, 136 pp.
Dice Mariana Enríquez en una entrevista:
Si te cuento de Cormac McCarthy, ¿qué te cuento? Que con la peor novela suya, que es Cities of the Plain, la tercera parte de la Trilogía de la frontera, me puse tan triste porque se terminaba y es tan triste lo que pasa que me puse a llorar en el veintiséis, colectivo que se toma aquí en frente […]. Me puse a llorar tipo: [intranscribible]. […] Quiero decir: si te cuento algo, te cuento eso. No te voy a contar del lenguaje de Cormac McCarthy, ¿me entendés? Porque eso son cosas técnicas, del escritor, no de la experiencia de leer y de la experiencia que puede tener un lector y la experiencia de la literatura, que es más amplia que los libros, para mí.
Recomendar o desaconsejar una experiencia (leer un libro, pedir cierto plato en un restaurante, etcétera) tiene que ser uno de los actos lingüísticos más comunes; lo que subrayamos u omitimos con nuestras palabras para cumplir nuestro cometido, sin embargo, varía bastante según la situación.
Cien palabras a un desconocido es el más reciente título de la Colección Editor, de la editorial mexicana Gris Tormenta, un referente constante en el género de los libros sobre libros y en la que han aparecido opúsculos de Thomas Bernhard, Mario Muchnik, Alan Pauls y Alejandro Zambra. La autora, Louise Willder, ha escrito blurbs para Penguin Random House durante los últimos veinticinco años; estima haber redactado alrededor de cinco mil.
Dermatológicamente hablando, un blurb es el texto que aparece “en las superficies externas de los libros (cubiertas, contracubiertas, solapas, fajas)”. Piénsese: “Qué buen libro —Stephen King”, o en descripciones puntuales o meramente sugerentes del contenido. Su fin es “suscitar y cautivar el deseo” del lector, a decir de la autora, o “describir, elogiar y seducir […] [;] captar la atención para atrapar al lector y que el libro haga el resto”, según Miguel Aguilar, prologuista del libro y director de los sellos Debate y Taurus, así como profesor en el Máster en Edición de la Universidad Pompeu Fabra.
En términos más bien pecuniarios, un blurb está ahí para vender, para que el lector escoja (y compre) ese libro y no otro. En España se publican unos doscientos cincuenta libros al día, en promedio; en México, poco más de setenta. Hay competencia. A juicio de Willder, sin embargo, sería ingenuo achacarle la existencia del blurb al mercado libresco sobresaturado de hoy en día: “Los escritores llevan cientos de años obteniendo elogios de otros escritores, los mercados siempre han estado ‘saturados’ y la publicidad impresa más antigua que se conoce en inglés es del siglo XV, y es de un libro”. Al parecer, uno de los primeros en llevar un elogio a flor de piel fue la segunda edición de Leaves of Grass. Aparecía en el lomo (así de grueso era), y el encomiasta era Emerson: I greet you at the beginning of a great career.
Cien palabras a un desconocido está repleto de fun facts como este. Es de un estilo ameno. Sus capítulos son cortos; delatan el oficio de quien los ha escrito. Difícil para mí, más allá de la categoría de “libro sobre libros”, asignarle un género específico. No es un libro de memorias, aunque las experiencias de la autora guíen el flujo del texto. Muchos pasajes son esencialmente recuentos históricos o anecdóticos. En ocasiones se aproxima a la tratadística al explicar cómo debe ser un blurb y por qué. Willder escribe sobre el origen del blurb, su relación con la reseña, el influjo del autor en su redacción; da consejos sobre el uso de adjetivos y el tratamiento idóneo de un libro controversial.
Esta amalgama de memoria histórica, manual, y enciclopedia lúdica es, en su conjunto, también breve: ciento veinticinco páginas, contando presentación editorial, prólogo, epígrafes y notas biográficas. Es una “adaptación abreviada”, como la describen los editores de la colección, del inglés original, que es casi el triple de largo: Blurb Your Enthusiasm: An A-Z of Literary Persuasion (subtítulo cambiado por algo quizás más persuasivo, si bien más extenso, en ediciones posteriores: A Cracking Compendium of Book Blurbs, Writing Tips, Literary Folklore and Publishing Secrets). No puedo juzgar la selección de los pasajes traducidos porque no he leído el original. A priori, sin embargo, se antoja pertinente: todos los capítulos tienen algo de interés. Y (por última vez) son tan breves, o sea, están a la orden del día.
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Lo interesante de los blurbs, para aquellos que no viven de escribirlos pero gustan de leer, es que son prueba irrefutable de la dimensión mercantil y sofística de la lectura, una actividad normalmente asociada con el gusto o el conocimiento. En otras palabras, la existencia de los blurbs pone en evidencia que la industria editorial es una industria. Frecuentemente se critica (con cierta razón) las prácticas del mundo editorial, pero con similar frecuencia se olvida que la literatura como la conocemos presupone al libro como objeto. Yo no tengo ni idea de economía, pero me parecería que cualquier cosa que se venda está, básicamente por definición, en un mercado. Así también los libros, por muy supramundanos que sean sus contenidos (y eso algunos); se puede comprar una biblia o el Manifiesto del Partido Comunista en Amazon.
Incluso si no nació de la saturación actual del mercado libresco, la prevalencia y la forma actual del blurb sí responden a la naturaleza de ese mercado. Si bien los detalles no me constan, una amiga rusa me contó cómo sus padres y sus abuelos tenían que formarse para recoger libros de un punto de distribución durante la Unión Soviética. Los libros eran gratis, pero los que uno recibía dependían de lo que editaba el gobierno y de lo que se hubieran llevado ya los que llegaron antes. No sé si en ese contexto tenía mucho sentido suscitar o cautivar el deseo del lector, y por ende me pregunto si había o era útil que hubiera blurbs. En contraposición, el blurb actual apela a nuestra libertad de elección, pero meramente en cuanto consumidores; entiéndase: como individuos sobreestimulados por un maremágnum de chácharas.
Fuera de las alusiones históricas o anecdóticas, Cien palabras a un desconocido se ocupa del blurb principalmente de dos modos: como género de escritura y como estrategia de ventas. Estas dos dimensiones son disociables únicamente en la teoría, mas no en la realidad: el blurb sólo se desarrolla como género por su finalidad (vender), como el amado mueve al amante.
Es justo conceder, por otra parte, que la forma (no tanto informativa cuanto sugerente) del blurb no responde sólo a las imposiciones del mercado. Imita también el modo en el que frecuentemente recomendamos algo en el día a día. Por lo general, convencemos a nuestros amigos de ver una película con una descripción de nuestras emociones al verla y no tanto con una lista estructurada de información sobre ella, en línea con lo que decía Mariana Enríquez. El blurb nació, casi sin duda, como un género oral antes que escrito, en la medida en que nuestras sugerencias son antes blurbs que reseñas.
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Louise Willder defiende el derecho del blurb a existir. Alude a la precisión que requiere, semejante quizás a la empleada en el cuento policiaco o la poesía. Destaca también su cercanía, al menos en algunos casos, con la crítica literaria. Un epígrafe (junto a otros dos) condecora el libro; es de T. S. Eliot, quien también redactó textos de contra: “Cualquier persona involucrada en la edición sabe lo difícil que es el arte de la escritura de blurbs”. Cien palabras a un desconocido raya incluso en lo conmovedor cuando habla de la obsesión de Roberto Calasso, editor de Adelphi, por este género, al que dedicó el ensayo “Solapa de solapas” y el libro Cien cartas a un desconocido. El blurb era, para él, una “estrecha jaula retórica, menos esplendente, pero no menos severa de la que puede ofrecer un soneto”.
No discuto la precisión ni la dificultad que involucra escribir un texto de contra, pero sí su cercanía con la crítica literaria. Un blurb, como una crítica, puede informar, valorar y describir. Los estetas dudan, sin embargo, de si un fin esencial de la crítica es la recomendación de la experiencia criticada, el incitar al lector a que la experimente él mismo. Porque se puede escribir una crítica sobre una obra que nadie más podrá experimentar: un performance único, por ejemplo. Y es placentero y esclarecedor leer y escribir críticas de ese tipo. La crítica artística en general, pues, no parece estar demasiado atada a su fin, el cual no nos es del todo claro y sin embargo seguimos practicándola. Con el blurb no hay duda: su fin es vender; lo demás es un medio. El blurb es, por ende, para bien y para mal, un género más seguro de lo que está haciendo.
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Un capítulo notable de Cien palabras a un desconocido es el que trata de los franceses. Estos son enemigos del blurb, a juicio de Willder, a quienes dedica generoso espacio. Habla de las cubiertas de editoriales como Gallimard, Folio y Les Éditions de Minuit, famosamente sobrias. “Una directora de ventas” que trabajó en París, cuenta Willder, “describió la presentación de los libros franceses como ‘voluntariamente anticomercial, un antidiseño que no ha evolucionado’. En su opinión, refleja la seriedad de su cultura literaria”. Miguel Aguilar menciona una anécdota de espíritu similar en el prólogo. Un editor joven propone añadir citas elogiosas a una nueva edición de The Waste Land; John Bodley, editor en Faber, le responde: “¿No te parece muy vulgar hablar bien de nuestros propios libros?”.
No sé si “vulgar” es la palabra, pero este desprecio por lo comercialmente valioso, poco común aujourd'hui, nos es agradable a muchos; o quizás es mi gusto personal por las cubiertas más bien austeras. En cualquier caso, lo interesante es notar los cambios que se han dado en este panorama. Gallimard ha empezado a usar fajas, por un lado, un modo subrepticio (valga la ironía) de incorporar blurbs o nuevos elementos gráficos sin cambiar el diseño de cubierta. Por otra parte, voces en el mercado anglosajón han expresado su desagrado por la práctica de los blurbs. En “In Cold Blurb”, texto breve de Patricio Cevallos Ovalle que apareció en el blog de Gris Tormenta, se cita la siguiente frase de Sean Manning, publisher de Simon & Schuster: “Hacer buenos libros toma mucho tiempo, y estar tratando de conseguir blurbs no es un buen uso del tiempo de nadie”.
Inútil quizás desear la desaparición de los blurbs, una práctica ya arraigada en la mayoría de los mercados editoriales, si no es que en todos. Cada uno tendrá sus preferencias, pero es de adultos aprender a despedirse.
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Para los curiosos: la contra de Cien palabras a un desconocido consiste en dos quotes, uno de Colin Brush, quien también escribe blurbs para Penguin, y otro de la propia autora, además de un breve párrafo describiendo la colección. Al interior la autora añade algunos escritos por colegas para el libro en inglés, ninguno de los cuales me ha parecido persuasivo. En la cubierta, por otra parte, aparece: “Un ensayo sobre el arte del elogio, la escritura de blurbs y otros textos persuasivos o engañosos que se usan para presentar y vender libros”.
Me he percatado de una nimiedad: a diferencia de las cubiertas o las portadas, que suelen correr con mejor suerte, las contracubiertas de los libros casi nunca son digitalizadas. (Ya ni hablar de las solapas). Quizás ocurre con ciertos e-books, pero no así en las digitalizaciones filtradas en sitios que no deben ser nombrados. Esto sin duda refleja el poco valor que el lector promedio les ve a los textos que ahí aparecen. A mí, sin embargo, Cien palabras a un desconocido me ha convencido de prestar mayor atención a los textos de contra, que a fin de cuentas son, en la actualidad, una parte indeleble del libro, un objeto cuya existencia agradezco.
Otra cuestión: me pregunto, sin ser capaz de responder, por los derroteros del blurb en la historia de la edición en español, sobre todo durante el franquismo, cuando los lectores hispanohablantes más exigentes, sin tener mucha mayor opción, podían leer sólo los libros que sacara el Fondo de Cultura Económica, Losada, Porrúa o Joaquín Moritz. ¿Qué venía en la contra de esos libros? Le ruego a cualquiera que tenga un Porrúa viejito a la mano que vea lo que tiene en la contraportada, y que nos cuente, porque, agradecido como estoy, yo ya no me acuerdo.