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Indicios del mal
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¿Para qué se necesita todo esto?

Cecilia Gallardo Macip
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Una de las formas del mal moderno estaba para Iván Illich en lo que llamó la “contraproductividad: “Más allá de ciertos límites, la producción de servicios hará a la cultura más daño de lo que la producción de mercancías causó a la naturaleza”, En Némesis médica, desarrolló ese concepto en relación con la medicina. Partiendo de ese libro, Cecilia Gallardo Macip, analiza el mal traído por las tecnologías médicas en relación con la reproducción y la industria ginecológica. 

A fines del año 2022 salieron a la luz dos noticias impactantes que comprobaron el progreso y el alcance de las tecnologías de la reproducción. La primera fue la simulación, creada por el biotecnólogo y productor cinematográfico Hashem Al- Ghaili, del proyecto de una instalación de vientres artificiales. El proyecto, titulado EctoLife, muestra la futura creación de úteros fabricados como la solución perfecta para omitir el dolor y las complicaciones del embarazo, y superar la infertilidad. Sobre todo, presenta la omisión del cuerpo de las mujeres como uno de los últimos logros de esta industria (Explained, 2022). Algo que, previsto por la feminista Gena Corea en 1985, confirma su tesis sobre las madres máquinas: la eliminación del cuerpo de las mujeres y de la reproducción humana como la conocemos hasta el día de hoy

La segunda noticia, es la propuesta de la científica noruega Anna Samjdor (cf. 2022), quien argumentó a favor de alquilar el vientre de las mujeres con muerte cerebral: la donación del útero como una nueva vertiente de la maternidad subrogada. El argumento compara la donación de órganos a un tercero con la gestación de bebés de cualquier persona durante nueve meses. Un embarazo indoloro y eficiente que, a la vez que mira la maternidad como una cadena biológica de la que debemos emanciparnos, le da un mayor control a los médicos sobre las capacidades reproductivas de las mujeres. 

Lo que resulta interesante en ambos casos es la tecnificación de algo tan particular de la naturaleza como la maternidad; el afán médico por eliminar el dolor y el desprecio por el cuerpo femenino coincide con la amputación de la concepción. A la vez que eliminan la maternidad en las mujeres e instrumentalizan el cuerpo de otras, incapaces de tomar decisiones sobre su vida y su muerte, se fragmenta a las mujeres, reduciéndolas a su mera capacidad reproductiva: la maternidad es vista como un lugar más de conquista de la naturaleza humana por parte de la tecnología. 

Hoy en día existe tal hipermedicalización que estamos dispuestos a negar existencialmente el dolor, el envejecimiento, y la muerte a cualquier costo. Iván Illich lo describió de modo acertado: “La medicina profesional organizada ha llegado a funcionar como una empresa moral dominante que publicita la expansión industrial como una guerra contra todo sufrimiento” (Illich, 2006, p. 640). Conforme el desarrollo de la medicina encuentra más enfermedades en el ser humano algunas graves; otras provocadas por el mismo progreso médico y científico, el potencial de la biotecnología nos crea la percepción de que esas deficiencias de la naturaleza humana son en realidad necesidades que la tecnología puede solucionar. 

En el caso particular de las mujeres, la fecundidad y la esterilidad, son vistas desde la experiencia médica como enfermedades. Ya en 1969, el movimiento de la anticoncepción trataba a la fecundidad como un mal que debía ser curado por las farmacéuticas, ansiosas de vender sus anticonceptivos. Esto se unió al interés de las mujeres por emanciparse de sus cadenas biológicas. Así, junto con la invención de otro tipo de anticonceptivos, la píldora fue aclamada no sólo por el grandioso avance tecnológico logrado por la industria farmacéutica, sino porque implicaba también la deseada liberación de las mujeres de una fecundidad que las tenía atadas (Shiva & Mies, 1998). 

Así, al considerar la fecundidad como una enfermedad y un asunto biológico que la técnica debía resolver, las mujeres entregaron su capacidad reproductora a los médicos y a los científicos. En vez de romper las cadenas de su opresión, le dieron las llaves de su emancipación a la innovación tecnológica y al tratamiento médico. Esta “iatrogenia cultural”, como la llamó Illich, derivó, sin embargo, en nuevas enfermedades como efecto adverso de la medicina contemporánea.1 Es sabido que la esterilidad y diversas enfermedades graves de las mujeres en la actualidad se deben al uso de métodos anticonceptivos invasivos.2

En el caso de la esterilidad vista como enfermedad, las industrias biotecnológicas han encontrado varias posibilidades para curarla, o más bien, para solucionarla de manera técnica. Los médicos ofrecen diversos tratamientos para el control de la fertilidad y para superar la infertilidad. Apenas el siglo pasado existían pocas opciones, siendo la fecundación In Vitro la más novedosa. Ahora, las opciones, como lo muestran el proyecto y la propuesta citadas al principio, son diversas y costosas. Las mujeres pueden congelar sus propios óvulos, venderlos, rentar su vientre o donarlo. Lo importante es que cualquiera de estas opciones resuelva el problema. No importa si esto implica la generación de nuevas enfermedades y la explotación e instrumentalización de las mujeres, porque los tratamientos médicos, la industria farmacéutica, y la ingeniería genética existen para ayudarnos. El problema es que, con ello, suprimimos por completo la posibilidad de criticar la esterilidad y la fecundidad como un fenómeno social, histórico y, sobre todo, económico.

Las industrias biotecnológicas y las farmacéuticas venden estas tecnologías como alternativas de ayuda humanitaria, como si fuesen solidarias y compasivas. Mediante ellas, dice su narrativa, es posible socorrer a parejas infértiles para tener descendencia, promover la inclusión de parejas no binarias que quieren hijos, evitar el riesgo de embarazos de bebés con discapacidades, y minimizar el dolor y el sufrimiento que implica el parto.

Todo eso, sin embargo, oculta la transformación de la maternidad en una mera producción industrial que substituye los vínculos entre la madre y el hijo por expertos médicos que objetivan, planifican y controlan todo el proceso de gestación, transformando a la mujer en un objeto de experimentación, donde partes de ella se aíslan, recombinan, se alquilan, y venden. 

Las nuevas técnicas de reproducción, lejos de ayudar a las mujeres a desprenderse del dolor y el sufrimiento que implica tener un vientre fértil, lejos también de ofrecer óptimos resultados con respecto a “enfermedades” asociadas con la fecundidad y apoyar así la emancipación femenina, crean en ellas necesidades que las vuelve dependientes de sus ofertas tecnológicas. En lugar de responder a las verdaderas necesidades de las mujeres, responden a las del capital y la industria médica que necesita de ellas para mantener su modelo de crecimiento económico y de progreso.

Así, la industria farmacéutica y biotecnológica ha ido descubriendo en el cuerpo femenino un maravilloso campo de inversión para obtener grandes beneficios que conducen a la eugenesia, un término de muy mala reputación que hoy parece justificarse por la supuesta nobleza de sus fines. 

No obstante, las denuncias de la ecofeminista María Mies, que hace poco hablaba de nuevas enfermedades fabricadas por una agenda eugenésica capaz de decidir lo que es sano o defectuoso, el mercado de la ingeniería genética promueve, bajo la premisa de evitar el sufrimiento, la esterilización forzada de mujeres indígenas de escasos recursos y que las mujeres exitosas pospongan la maternidad o la deleguen en otras. 

Durante años se han ocultado los casos de eugenesia negativa llevados a cabo en América Latina, África y Asia. Farida Akhter realizó un estudio exhaustivo donde documentó las medidas de control de la población en Bangladesh. Las mujeres de este país (uno entre varios), bajo el peso de su mera subsistencia y supervivencia, ingresan a clínicas de esterilización a cambio de un poco de dinero. En México y en la India mujeres en pobreza extrema se ven tentadas a rentar y vender su vientre por un precio hasta 200 veces mayor a su ingreso mensual. De hecho, según datos del Banco Mundial del 2016, la India fue el destino turístico reproductivo mundial por excelencia. Se reportaron ganancias de hasta 400 millones de dólares. Esto porque en Estados Unidos el costo de rentar un vientre rondaba los 150,000 dólares, mientras que, en la India, el pago que recibían las mujeres correspondía al salario que una familia ganaría en cinco años (2,000 y 10,000 dólares) (Pande, 2010). El gobierno de ese país ha obtenido incluso grandes beneficios: al mismo tiempo que recibe enormes sumas por alquilar vientres controlan la natalidad (Klein, 2017; Pande, 2010). 

Ante los fracasos de la fecundación In Vitro (entre 70% y 80% en casos de mujeres por encima de los 35 años), la maternidad subrogada promete ser el siguiente paso en la evolución de la industria ginecológica.3 Comprar o rentar el útero de una mujer que será el recipiente de un bebé, es ahora una excelente opción (Klein, 2017) únicamente viable para aquellas parejas que tienen la solvencia económica para hacerlo. Detrás de las celebridades que aparecen en portadas de revistas con su hijo/a nacido mediante un vientre de alquiler, se invisibiliza por completo al “recipiente” que dio a luz.

Lo preocupante de todo esto, no es sólo la aceptación social de estas formas de conducta, sino que dentro de los intereses de esa industria está la fabricación de bebés perfectos, sanos y sin ningún tipo de deficiencia. Cuanto mejor sea el producto, más rentable resulta la industria.

Las mujeres nos hemos abandonado en manos de los expertos y sus avances tecnológicos. Aquello por lo que tanto ha luchado el feminismo en nombre de la autonomía y la liberación se vuelve aquí un mito. Al ceder nuestra autonomía a las industrias que lucran con nuestro cuerpo, nos hemos vuelto pasivas. Sin darnos cuenta, nos regimos por las leyes del mercado que cada vez descubre mayores deficiencias en nuestra naturaleza y cada vez nos oferta mayores y más costosas soluciones. En otras palabras, la reproducción y su relación con la autonomía está determinada por las industrias y el estamento de una sociedad hipermedicalizada y tecnocrática. 

La medicina en mano de la tecnología se ha convertido en una especie de panacea universal, cuyo origen está en el deseo por encontrar la respuesta al insaciable afán de controlar la naturaleza. Sin embargo, al querer dominar e interpretar cada vez mejor la realidad, el ser humano se encuentra paradójicamente superado y sometido a otro tipo de dependencias que atentan en contra de su “naturaleza” y lo esclavizan. En el caso que nos ocupa, se da por la creación de nuevas necesidades que acrecientan la misoginia. No olvidemos las palabras de Illich: “Toda enfermedad es una realidad creada socialmente”. Frente a ello, cabe preguntarse, ¿para qué se necesita todo esto?

Para Illich, “la iatrogénesis cultural representa una tercera dimensión de la negación médica de la salud. Se produce cuando la empresa médica mina en la gente la voluntad de sufrir la realidad. Es un síntoma de tal iatrogénesis el hecho de que el término ‘sufrimiento’ se haya vuelto casi inútil para designar una respuesta humana realista porque evoca superstición, sadomasoquismo o la condescendencia del rico hacia la suerte del pobre” (Illich, 2006, p. 636).

2 Para más información sobre este tema véase Aznar & Cuenca, 2019; Deech & Smajdor, 2007; García et al., 2020; Kamm, 2013; Kawwass & Badell, 2018; Institute of Medicine (US) Committee on the Relationship Between Oral Contraceptives and Breast Cancer, 1991; Waldby, 2021.

3 El mercado de las Técnicas de Reproducción Asistida fue valuado en $617.5 millones de dólares a nivel mundial en el año 2020; se espera que llegue a los $1,024.2 millones en el 2028. Este crecimiento en el mercado se prevé por el incremento de casos de infertilidad en las parejas, de las madres solteras, y de la comunidad LGBTQ+ que buscan tener hijos mediante ese tipo de técnicas (Research, 2022).

Referencias

Aznar, J., & Cuenca, J. T. (2019). Social Freezing: Analysis of an Ethical Dilemma. Ethics & Medicine: An International Journal of Bioethics, 35(3), 161-170.

Deech, R., & Smajdor, A. (2007). Ethics, Embryos, and Infertility. En From IVF to Immortality. Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/acprof:oso/9780199219780.003.0003

Explained: What is EctoLife, the world’s ‘first artificial womb facility’? (2022, diciembre 14). Firstpost. https://www.firstpost.com/explainers/ectolife-the-worlds-first-artificial-womb-facility-11805801.html

García, A. H., González, J. L., & Lucea, J. A. (2020). Análisis bioético del impacto de las Técnicas de Reproducción Asistida (TRA) en la salud de niños y madres. Medicina y Ética, 31(2), Art. 2. https://doi.org/10.36105/mye.2020v31n2.02

Illich, I. (2006). Némesis Médica. En Obras Reunidas I. FCE: México.

Kamm, F. M. (2013). Bioethical Prescriptions: To Create, End, Choose, and Improve Lives. Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/acprof:oso/9780199971985.001.0001

Kawwass, J. F., & Badell, M. L. (2018). Maternal and Fetal Risk Associated With Assisted Reproductive Technology. Obstetrics and Gynecology, 132(3), 763-772. https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000002786

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