REGISTRO DEL TIEMPO
10/4/2024

La escritura oracular

Martín Cerda

Escribir —decía Paul Valéry— es predecir. En toda escritura moderna, en efecto, siempre es posible descubrir una mirada profética. Por una paradoja, sin embargo, este gesto prometeico se acentúa cada vez que el porvenir se torna incierto. No sólo Nietzsche, sino, asimismo, Baudelaire, Flaubert o Dostoievski lo prueban de manera imburlable. Todo decadentismo se desdobla, de este modo, en profetismo. Este profetismo suele, en algunos casos, ir acompañado de una visión trágica de la historia que, al no poder ofrecer la esperanza de un mundo mejor, propone el espectáculo deprimente de un crepúsculo inminente del mundo moderno: Huizinga, Spengler, Belloc o Toynbee.

Esta visión trágica de la historia puede invocar, entre sus antecedentes, a los Principi di una scienza nuova d’intorno alla comune natura della nazioni, de Giambartista Vico. La teoría cíclica de Vico constituye, en efecto, uno de los componentes esenciales de toda visión decadentista: el pesimismo de Sorel puede explicarse, en parte por lo menos, por la influencia que tuvo en su pensamiento la obra del gran napolitano. Este pesimismo, al crisparse, determina la aparición de cierto tipo de escritura que es posible describir como escritura oracular.

Uno de los rasgos que permiten identificar a la escritura oracular es que en ella el futuro es siempre propuesto como destino. Esta metamorfosis se produce usualmente después de una gran sacudida social. La encontramos, por ejemplo, en toda la imaginería crepuscular que invadió a la lengua francesa durante las primeras décadas del siglo pasado. Joseph de Maistre es, posiblemente, su mejor exponente. Dotado de una sólida formación siglo XVIII fue, como Rivarol, su coetáneo, un detractor decidido de la Revolución Francesa, pero, a diferencia de éste, la combatió radicalmente en todos los pla nos.

Esto explica que De Maistre haya sido el Gran Oráculo del pensamiento de derecha hasta nuestros días. En una carta a Alphonse Toussenel, Baudelaire le criticaba, en 1856 que injuriase a De Maistre “el gran genio de nuestro tiempo, un vidente”. No sólo Baudelaire se sentía discípulo del gran escritor oracular, sino, asimismo, Balzac. El expresionismo alemán constituye una segunda gran oleada de escritura oracular. Desencantados de la cultura, de la sociedad y de la historia. Los expresionistas alemanes se extravían en miradas que rematan siempre en un mundo reducido a escombros. No sólo muestran un mundo desarticulado sino que, además, lo hacen desde la escritura. Fueron los visionarios del caos, generalizando la expresión empleada por el crítico Helmut Uhlig al referirse a uno de sus exponentes más valiosos: Georg Heim.

El más grande escritor oracular del siglo XX fue, sin embargo, un matemático transformado en filósofo de la historia: Oswald Spengler. “Yo veo — escribía en Años de decisión—más lejos que otros. Yo no sólo veo grandes posibilidades, sino también grandes peligros”. La escritura de Spengler hizo escuela durante los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial. Su transitoria simpatía por el nazismo eclipsó en un tiempo la nombradía de La decadencia de Occidente, pero, desde hace algún tiempo, se acusa en todas partes un renovado interés por su obra.

Una cosa es, sin embargo, la escritura oracular de un Spengler o de un De Maistre, y otra su remedo. El pesimismo trágico de los escritores oraculares les impide, en efecto, sumarse a las utopías conservadoras que, cada cierto tiempo, repuntan en algún lugar de la Tierra. El pensador trágico no conoce, en efecto, la paz de la nostalgia ni la ilusión utópica de la esperanza: su escritura es sólo una pregunta al futuro, en un mundo donde ningún signo, en el Cielo o en la Tierra, le garantiza una respuesta clara, firme e incuestionable.

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